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Gran Bretaña lleva 50 años sin encontrar su papel

En un mundo de transferencias de poder y recortes del gasto nacional, Reino Unido necesita un debate público sobre sus decisiones de política exterior, pero en los términos apropiados

Puede que hayamos frenado la caza del zorro, pero algunos británicos han recuperado otro de sus pasatiempos tradicionales: la búsqueda de un papel que desempeñar. Hace casi 50 años que el secretario de Estado norteamericano Dean Acheson causó un escándalo al decir que Gran Bretaña había perdido un imperio pero todavía no había encontrado su papel. Desde entonces, esa búsqueda es uno de los deportes británicos. ¡Adelante!, suena el grito cada vez que tenemos un Gobierno nuevo, y allí salen, al galope, dirigidos por el primer ministro y el ministro de Exteriores, con una partida de caza formada por embajadores y ex embajadores elegantemente vestidos que cabalgan detrás. Al final, el zorro suele escaparse, y Gran Bretaña retrocede y vuelve a dedicarse a lo de siempre.

En realidad, los británicos, en su mayoría, no se dan cuenta de que está esa cacería en marcha. Están demasiado ocupados viendo cómo pierden sus compatriotas al fútbol, o al tenis, o al críquet. La caza de un papel que desempeñar sigue siendo un deporte de élite: el polo de la política británica.

Tony Blair encabezó la última gran cacería, y su grito de guerra más resonante fue el discurso que pronunció en Chicago en 1999, antes de perderse por completo en las arenas de Irak. Ahora les corresponde al primer ministro conservador David Cameron, el viceprimer ministro demócrata liberal Nick Clegg y el ministro de Exteriores William Hague. Hague, en especial, en su primer viaje oficial a China y Japón, está en plena búsqueda de su papel. El encargado extraoficial de los perros es Robin Niblett, director de Chatham House -el más venerable de los think-tanks de política exterior en Gran Bretaña-, que hace unos días celebró una importante conferencia sobre el tema, dentro de un proyecto más amplio digno de encomio (chathamhouse.org.uk/UKrole ).

Pero la situación es seria; quizá la más seria para Gran Bretaña desde la pérdida de su imperio en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. En primer lugar, los recursos de los que dispone el país para proyectar su poder, ya estirados al límite, se ven todavía más amenazados ahora por una temible ronda de recortes del gasto público, que el ministro de Defensa Liam Fox calificó con franqueza en la reunión de Chatham House como "la madre de todos los horrores". La Evaluación de Defensa Estratégica y Seguridad, ya retrasada, tendrá que ir inevitablemente acompañada de la Evaluación de Gastos dirigida por el Tesoro, que está previsto que se haga pública en octubre.

Hague promete defender al Foreign Office (Ministerio de Exteriores) de los peores recortes, pero habrá que reducir prácticamente todos los aspectos de la proyección de poder de Gran Bretaña. La diplomacia clásica y las fuerzas armadas, el comercio y el apoyo a las inversiones, el British Council y los servicios mundiales de la BBC, las plazas universitarias para estudiantes extranjeros (que, por cierto, son un instrumento incomparable de poder blando) y nuestros baratos y alegres Juegos Olímpicos de Londres: todos van a sufrir. La única excepción será el gasto en ayuda al desarrollo internacional, que este Gobierno ha prometido seguir aumentando hasta llegar al objetivo internacional del 0,7% del PIB.

Aparte de esto, están los temores sobre la recuperación económica de Gran Bretaña, el espectro de que las agencias de calificación rebajen la deuda pública y las preocupaciones consiguientes sobre la libra. Los problemas de la eurozona lo son también de Gran Bretaña. Mientras tanto, a no ser que se hunda la flota entera del capitalismo mundial, las economías emergentes de Asia seguirán alcanzándonos a toda velocidad. Esto nos lleva al contexto más general, que es la histórica transferencia de poder de Occidente a Oriente (China, India), hasta cierto punto de Norte a Sur (Brasil, Sudáfrica) y de un mundo bipolar o (de manera fugaz) unipolar a un mundo multipolar o sin polos.

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A su vez, ese fenómeno hace que Estados Unidos preste más atención a las potencias emergentes y a Oriente Próximo y, por tanto, menos a Gran Bretaña y Europa, mientras no demuestren que pueden ser útiles. La administración de Obama, dirigida por un presidente pragmático y en apuros, y que tiene menos vínculos sentimentales con Europa que cualquiera de sus predecesores, no se deja impresionar por la historia ni los precedentes. La pregunta que hace Washington es: ¿qué podéis hacer por nosotros hoy?

Y eso, sin mencionar problemas de alcance mundial como el cambio climático, las migraciones de masas, las pandemias, la degradación ambiental y la amenaza del terrorismo internacional, a la que Gran Bretaña, con su cordón umbilical demográfico con Pakistán, es especialmente vulnerable.

En resumen, Gran Bretaña tiene que hacer más cosas con menos recursos. O, al menos, hacer las cosas de otra forma: tal vez más de algunas, menos de otras, y todas de manera más eficaz. La idea de encontrar o definir el "papel" de Gran Bretaña es una forma de centrarse en estas difíciles decisiones; ¿pero es la mejor forma?

Un papel es algo que tiene que representar un actor. La propia palabra sugiere lucirse y actuar sobre un escenario, y el discurso de la clase dirigente británica está muy relacionado con la imagen que damos en "el escenario mundial". ¿Seguimos estando "en la mesa principal"? ¿Seguimos siendo una gran potencia a pesar de nuestro tamaño? Los tópicos están más pasados que un queso de hace un año.

La palabrería diplomática británica sobre este tema es una curiosa mezcla de satisfacción e inseguridad. Un instante están hablando de que Gran Bretaña es un "líder de pensamiento" mundial -un cliché que por lo menos tiene la ventaja de sonar un poco a extraterrestres ("llevadme ante vuestro líder de pensamiento")-, y el siguiente están diciendo cosas como "nos está costando mucho morir". Esto es exactamente lo que dijo uno de los ex embajadores británicos más incisivos, Jeremy Greenstock, durante las jornadas antes mencionadas. Y añadió, para explicarlo, que quería decir "desde nuestro apogeo a finales del siglo XIX". La ironía maquilla la angustia.

Los papeles, como las identidades, son una amalgama de quién o qué piensa uno que es y qué piensa otra gente de él. Yo puedo estar convencido de que soy el mejor cantante de ópera del mundo pero, si nadie más lo piensa, no lo soy. Y las visiones que tienen las colectividades de otras colectividades son todavía más difíciles de aprehender que en el caso de los individuos. Me da la impresión de que, en general, Gran Bretaña no es objeto ni de tanta estima como suelen afirmar en público los ministros de Exteriores y los embajadores ni de tan poca como temen en privado. Existe en la clase dirigente británica una corriente persistente de autoengaño sobre nuestro papel, aguijoneada por pullas memorables como la de Helmut Schmidt: "La relación especial de Gran Bretaña con Estados Unidos es tan especial que sólo hay un lado consciente de que existe esa relación". Pero también hay una inseguridad neurótica, que puede ser igual de exagerada. En Chatham House se presentaron los resultados de un sondeo que muestran que la "marca" Reino Unido sigue teniendo una gran fuerza internacional, en comparación con la mayoría de los demás países.

Quizás todo esto del "papel" es parte del problema. Supongamos que, en cambio, hablamos de intereses. Nosotros, los británicos, tanto los ciudadanos como las clases dirigentes, necesitamos definir y redefinir nuestros intereses. Los "intereses nacionales" no son una constante, un dato objetivo, pero no hay duda de que incluyen la mayor seguridad, la mayor libertad y la mayor prosperidad posibles para los habitantes de estas islas. Y me atrevería a decir, en la tradición liberal gladstoniana que tan horriblemente se tergiversó con Irak, que una definición avanzada de los intereses británicos debe comprender también el respeto y la preocupación por los intereses fundamentales de otros habitantes del mundo.

Debemos ver, pues, la mejor forma de utilizar los instrumentos de política exterior de que dispone Gran Bretaña, modestos pero muy variados, para defender y promover esos intereses, en un mundo en el que cada vez nos cuesta más ser influyentes.

Mientras tanto, dejemos ya de buscar nuestro papel. No tenemos nada que perder más que las ilusiones.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia

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