Los votantes norteamericanos castigan a los políticos tradicionales
El avance del conservador Tea Party refleja la ira del electorado que castiga a republicanos y demócratas en las elecciones primarias
Los dos grandes partidos estadounidenses sufrieron casi por igual la ira del electorado en unas elecciones parciales que anuncian un tormentoso clima político en Washington. Perjudicados por el lento despertar de la economía y decepcionados por la actuación de sus dirigentes, los norteamericanos votaron el martes mayoritariamente contra todos los candidatos apoyados por los respectivos aparatos partidistas.
Es la hora de los rebeldes, de los inconformistas, de los populistas, de todo aquel, bueno o malo, en la izquierda o en la derecha, que hostigue al establishment o prometa destruir los cimientos de Washington. Este ha sido siempre un sentimiento muy genuinamente norteamericano, que aparece o se sumerge de forma intermitente a lo largo de toda la historia de este país. Pero ahora, cuando todavía se sufren las consecuencias de la crisis económica -cerca de un 10% de desempleo-, se ha convertido en un sentimiento dominante y puede seguir siéndolo en las elecciones legislativas de noviembre.
Eso puede resultar particularmente dañino para el Partido Demócrata por ser el partido en el poder: controla la Casa Blanca y las dos cámaras del Congreso. Pero tampoco es necesariamente una gran noticia para el Partido Republicano, que ha visto ascender desde la base un movimiento ultra conservador, el Tea Party, que poco a poco se va adueñando del corazón del partido.
En las tres elecciones primarias en las que el martes se competía resultó ganador el candidato que desafiaba a la estructura partidista. En Pennsylvania ganó Joe Sestak frente al tres veces senador Arlan Specter, apoyado por Barack Obama. En Kentucky, Rand Paul, uno de los más estrafalarios seguidores del Tea Party, se impuso al candidato personalmente propuesto por el líder de los republicanos en el Senado. En Arkansas, la influyente senadora Blanche Lincoln, amiga de Bill Clinton y ardiente defensora de la regulación de Wall Street, fue forzada a una segunda vuelta por un auténtico desconocido.
Algunos analistas en Washington interpretan lo ocurrido como un cataclismo, como la prueba definitiva del terremoto que se avecina en la política norteamericana. Estos resultados se producen después de otra sonora victoria del Tea Party en Utah y de la aún más sorprendente derrota del candidato demócrata en Massachusetts. Se trata, por tanto, de un fenómeno que merece atención y que preocupa a los partidos.
Pero puede ser precipitado aún conferirle el valor de un cambio de efecto prolongado. No se puede descartar que en la medida en que la situación económica se estabilice, se calme también el panorama político.
En eso confían, al menos, los demócratas, que creen ver signos alentadores en otras elecciones celebradas el martes, las de un puesto para la Cámara de Representantes en Pennsylvania. El candidato demócrata ganó en un distrito de clase obrera blanca que votó por John McCain en 2008. Era un escaño que parecía destinado a los republicanos y que los demócratas consiguieron retener de forma sorprendente.
Ese éxito demuestra que hay muchas circunstancias particulares que influyen en una elección local. Pero no es suficiente para negar un ambiente de irritación ciudadana que se refleja en las encuestas, se transmite en los medios de comunicación y, de forma repetida, se manifiesta en las urnas.
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