Cifras del apocalipsis nuclear
Estados Unidos es el único país que ha usado el arma nuclear y posee todavía el mayor y más eficaz arsenal nuclear del planeta; y por ello Mahmud Ahmadinejad niega cualquier autoridad a la estrategia emprendida por Barack Obama dirigida a eliminar las armas atómicas, denuncia la utilización de Naciones Unidas y de la Agencia Internacional de la Energía Atómica para defender los intereses de Washington y se niega a aceptar cualquier régimen de inspecciones sobre su incipiente industria nuclear. Teherán, como le sucedía al Berlín hitleriano con París y Londres, tiene largas cuentas pendientes con Estados Unidos y sus aliados, desde el derrocamiento de Mossadegh por la CIA para defender intereses petrolíferos, pasando por el apoyo prestado a Irak en su larga guerra con Irán, y terminando con el régimen de sanciones y la presión para que someta su industria nuclear al control de las organizaciones internacionales.
Los ejercicios de hipocresía y los dobles raseros son práctica corriente en las relaciones internacionales y todavía más en el terreno de la proliferación nuclear. Paquistán e India, ambas con armas nucleares pero países que no quisieron firmar el Tratado de No Proliferación, han recibido un trato bien desigual por parte de Estados Unidos, que ha vulnerado el TNP y ofrecido su colaboración civil con India mientras exigía el arresto y control del padre de la bomba paquistaní, Abdul Khan. La razón es sencilla, pero difícil de vender: India es un buen aliado, previsible y controlado; mientras que en Paquistán apenas se sabe quien controla la bomba, la inestabilidad política es bien evidente y es un país con unos servicios secretos todopoderosos y de fácil infiltración por parte de talibanes y yihadistas.
El caso de Israel es más clamoroso, precisamente por la espesa bruma que se extiende sobre su dispositivo de disuasión atómica. Mientras no se aclare definitivamente el camino de la paz con sus vecinos será difícil que Israel acceda ni siquiera a sacar la cabeza de la bruma. La mejor disuasión es la que se fundamenta en la ausencia de información por parte del enemigo. El Tsahal sabe que no hay enemigos nucleares en el vecindario inmediato y que sólo Irán puede llegar a constituir una amenaza, existencial para más y preocupantes señas, en algún momento. De ahí que la contención primero y el desarme después del Irán nuclear sean la premisa para cualquier exigencia al Estado sionista en este capítulo. Por esta trabilla se engarzan el conflicto israelo-palestino y la dudosa hipótesis de una futura firma por parte de Israel del TNP, cosa que conduce al forcejeo entre Washington y Jerusalén: si no terminas tu con el peligro de Ahmadinejad, aunque sea con buenos modos, déjame que lo haga yo con los malos que tan bien sé manejar.
Lo mejor del régimen de no proliferación construido durante la guerra fría es que ha funcionado de forma admirable si se compara con otros capítulos de la organización multilateral del mundo. El arma atómica ha hecho un servicio a la paz a través de la disuasión y de la idea macabra de la destrucción mutua asegurada, de forma que el número de estados nucleares ha quedado acotado a pesar del atractivo que tiene el arma como instrumento soberano. El precio son los desequilibrios –las asimetrías- inevitables, la aparición de dos proliferadores fuera de todo control como Corea del Norte e Irán, y el peligro que representa su continuación en un mundo multipolar por los márgenes de inseguridad de unos arsenales que pueden caer en manos de grupos terroristas o mafiosos.
Ahmadinejad ha impugnado ante Naciones Unidas, en el primer día de las sesiones de renegociación del TNP, el papel dirigente de Estados Unidos en este proceso. Pero en su argumento, basado en verdades incuestionables, muestra su absoluto desinterés por el objetivo de un mundo sin armas nucleares, pues la única forma de abrirse camino y quien sabe si en algún momento conseguirlo es que lo haga la primera superpotencia. El presidente iraní prefiere un mundo nuclearizado en el que Irán reivindique la legitimidad de su aspiración a igualarse en posibilidades a cualquier otro país con pretensiones de potencia al menos regional.
De ahí el enorme valor del primer gesto de Estados Unidos en la apertura de las sesiones de renegociación del TNP. Al desvelar las cifras exactas, mantenidas hasta ahora en secreto, sobre la envergadura de su arsenal nuclear, como hizo el Pentágono este lunes, señala un camino de ejemplaridad informativa exigible a las otras potencias nucleares, demuestra que la primera superpotencia sí ha cumplido con las exigencias de reducción del TNP (ha pasado de 31.225 cabezas activas en 1967 a las actuales 5.113) y empieza a estrechar la horquilla entre las verdades molestas y los argumentos convenientes que juega en contra del desarme. Lo mínimo que les corresponde a quienes se oponen a los planes de Irán es seguir el camino de revelación de sus respectivos arsenales que ha tomado Obama.
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