Arizona: gracias, ¡muchas gracias!
La aprobación de una ley racista se presenta como una oportunidad para debatir, por fin, sobre la inmigración
Si una legislación restrictiva, incluso racista, logra catapultar un tema crucial a la agenda pública, que así sea. Por eso, ¡gracias, Arizona! Lograste lo que parecía perdido: reimpulsar el debate sobre la migración. Bueno, si ya hasta Shakira se movilizó...
Ay, Señor. ¡Tan lejos de la sensatez y tan cerca de nosotros mismos! Ni a Sartre se le habría ocurrido infierno más eficaz: encierra juntos a un gobernante en periodo electoral, un lugareño receloso, un ajeno impregnado de sospecha; y ya estuvo. No hay cultura que se resista.
Arizona, al sur de Estados Unidos. Jan Brewer, gobernadora, firma la controversial ley SB1070. Criminalizar al otro, al ilegal, conferirle a los poderes pretextos para detener al sospechoso. Culpar al que lleva en su carro a uno que no porta papeles. En fin, penalizar la presencia incómoda. Recuerda un poco a Steinbeck y sus Uvas de la Ira. Porque se trata de economía, de regulación de mano de obra, de miedos, de tiempos electorales, de un México que se le desbordó a Estados Unidos, de vidas, algo de esperanza, de patrioterismo, de recelo, de un Estados Unidos que se debate en su reconfiguración.
Solo voy con mi pena. Sola va mi condena. Correr es mi destino, para burlar la ley. Perdido en el corazón de la grande Babylon. Me dicen el clandestino por no llevar papel. Pa' una ciudad del norte yo me fui a trabajar... Manu Chao, y sí, la visión que esquematiza. Pero también la que se manifiesta. Me dicen el clandestino por no llevar papel. El mundo del siglo XXI se explica por la movilidad y los flujos; pero no sabemos qué hacer con nosotros.
La reacción en México, a raíz de la aprobación de la legislación en Arizona, ha sido un poco la esperada. Se trata, a final de cuentas, de un Estado que colinda con el territorio nacional; hay muchos migrantes, legales y no. Y sí, una legislación que se basa en la sospecha, cala, duele, exhibe. De racista ha sido tildada en el mundo. Retórica encendida. La presidencia de la República, la Cancillería, legisladores, líderes de partidos, ONG. También en Estados Unidos: el mismo día, Obama twitteó la vergüenza sentida. Porque sí, toca indignarnos, pero en serio.
Me imagino en frecuencia videojuego: caminas por las calles, de arcilla controlada, calor de desierto; así es Arizona; caminas con calma, te acompaña el que es tu hijo (es videojuego, cada quien puede tener un hijo de temporada). Tu misión, clara: atrapar migrantes ilegales. La razón, evidente: estás harto. Sigues caminando, despacio, hace calor; tu figurín de videojuego suda. Tienes información: hay que detener al que es sospechoso. Moreno, de cuerpo compacto, huidizo. Cabello ralo, en fin. Igualito a ti. ¿A mí? Ni lo digas, yo soy legal. Avanzo. Ahí están, en la esquina. Conversan. ¿Cómo que conversan? Que corran, voy tras ellos. Puedo, me lo permiten. De eso se trata. El pequeño, que es tu hijo de temporada, te reclama: se parecen a nosotros, ¿no? NO. No se pueden parecer a nosotros. Si no, todo pierde sentido.
El debate que la aprobación de la Ley SB1070 ha traído consigo, en México y Estados Unidos, nos recuerda que no hemos resuelto un ápice de lo que significa ser ciudadano hoy. Nos quejamos del maltrato, con razón, sin reparar demasiado en la viga incrustada en el ojo propio. México no tiene una relación amable con sus migrantes, ilegales, ni con sus extranjeros: no nos gustan, les ponemos todas las trabas posibles. El extranjero en México nos funciona mientras aporta, pero que pronto se vaya a su casa. Eso sí, que no agredan a los mexicanos en Arizona. Aunque a esos mismos mexicanos los hayamos expulsado.
Regreso al videojuego. Camino las calles, polvo, escenario contradictorio. Tengo opciones, cambiar de escenario por ejemplo. Más al sur, que a los migrantes los tratan mal en donde sea. Un escenario en España, o Argentina, o Colombia, o Brasil... o más lejos, para hacerlo exótico. Que movimiento hay. Cosa de modificar el acomodo de mi pantalla. Al fin, sólo es un videojuego, ¿no?
Al llegar a Estados Unidos, de 14 años, sin más compañía que mi miedo y atrevimiento enormes, me enteré por experiencia personalísima de lo que es amar a Dios en tierra de gringos. A pesar de todo, poco a poco fui albergando un cierto sentimiento conciliatorio de lo que me rodeaba. Aún no acaban de contentarme muchas cosas; en parte por lo que yo pueda tener de prejuicioso, pues que en eso no sería fácil lanzar la primera piedra. Es Miguel Méndez, escritor chicano. Porque sí, es también asunto de horizontes. Recordemos la máxima: todos, todos, en algún momento somos extranjeros.
México tiene, ante el agravio de Arizona, una enorme oportunidad: asumir la voz cantante para revisar lo que sobre migración, y movimiento, debemos acordar. El peligro está en que nos gane el cortoplacismo, el enojo. La diatriba: ¡pinches gringos! Muy bien, ¿y luego?
De Manu Chao a Vicente Fernández: que para cantar somos buenos. Tal vez en mi tierra no se den las cosas como yo quisiera. Por eso mi hermano, norteamericano, crucé la frontera. Salí de mi patria, dejándolo todo porque fue preciso. Pero habrás notado, nada me he robado de tu paraíso. Hoy, migrante soy. Prefiero salir del videojuego. Y agradecer a Arizona: con tu reprochable legislación nos planteas una oportunidad. Falta ver que alguien desee aprovecharla. Para bien, claro está.
Gabriela Warkentin es directora del Departamento de Comunicación de la Universidad Iberoamericana, Ciudad de México; Defensora del Televidente de Canal 22; conductora de radio y TV y articulista.
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