De guerrilleras a mártires
Las mujeres participan en actos terroristas desde 1985 con atentados en Oriente Próximo, Turquía o Sri Lanka
El fenómeno de las viudas negras, féminas terroristas suicidas, va mucho más allá de las fronteras del Cáucaso. Las mujeres han participado en atentados en enfrentamientos con reivindicaciones políticas, étnicas o religiosas. Una libanesa, Khyadali Sana Mehaidali fue la primogénita de una saga que hoy se extiende por Sri Lanka, Palestina, Líbano o Irak.
En abril 1985, Mehaidali, militante del Partido Nacional Socialista Sirio (en lucha contra la ocupación israelí durante la guerra civil de Líbano) con sólo 17 años, se puso al volante de un camión de explosivos e hizo volar un convoy del Ejército israelí. Su intención, según declaraciones de sus allegados recogidas por Pedro Baños en su análisis de los atentados suicidas femeninos para el Real Instituto Elcano, era vengarse del enemigo opresor.
A partir de ese día, la participación de mujeres en atentados no ha hecho más que aumentar. En 1991, una tigresa se convirtió en la primera mujer en utilizar un chaleco-bomba para hacerse estallar. Thenmuli Rajaratnam asesinó al primer ministro indio Rajiv Gandhi en el estado de Tamil Nadu (el país de los tamiles), cuna del movimiento de los Tigres Tamiles.
La década de los noventa está plagada de azotes femeninos que decidieron participar en la lucha armada iniciada por sus padres, maridos o hermanos. Fueron militantes salidas de las filas de formaciones con un origen nacionalista y, generalmente, comunista como el Partido de los Trabajadores del Kurdistán. El objetivo de sus ataques suelen ser militares, como el comandante que ordenó la ejecución del marido de Elza Gazuyeva, una veinteañera chechena.
Tras los atentados del 11-S en Nueva York la lucha se vuelve encarnizada. Los ataques dejan saldos traumáticos con decenas de víctimas civiles. Las mujeres se convierten en una poderosa arma terrorista en el nuevo panorama de la amenaza global.
En 2002, Wafa Idris, trabajadora humanitaria que había sido repudiada por su marido por no poder tener hijos, fue la primera suicida palestina. Mató una persona y dejó 100 heridos tras hacer estallar un cinturón con 11 kilos de explosivos cargado de metralla en un atentado reivindicado por los Mártires de Al Aqsa.
Un ejército de fanáticas
La detención, en 2009 de Samira Ahmed Jassim, una iraquí de 51 conocida como la madre de las creyentes confirma la integración de las mujeres en la maquinaria terrorista de forma activa. Las autoridades iraquíes acusaron a Jassim de haber entrenado unas 80 yihadistas, de las que al menos 28 había conseguido llevar a cabo un atentado. Actuaba para el grupo Ansar al Sunna, una formación suní vinculada a Al Qaeda.
La mayor facilidad de las mujeres para acceder a determinados espacios y pasar desapercibidas, como demuestra la iniciativa de tres terroristas turcas que fingieron estar embarazadas con la intención de perpetrar sendos atentados en 1996, las convierte en una poderosa arma. Pero no todas deciden sacrificarse por su propia voluntad.
En 2008, los terroristas iraquíes utilizaron a dos jóvenes deficientes mentales como bombas humanas. Las hicieron estallar por control remoto en dos mercados de Bagdad, lo que provocó al menos 72 muertos.
Camaradas de ataque
Con su integración en la esfera terrorista, las mujeres han conseguido una extraña igualdad con sus colegas varones. No sólo actúan en solitario como suicidas o en parejas, al igual que en los atentados de ayer en Moscú. En 2002, de los alrededor de 50 insurgentes chechenos que irrumpieron en el teatro Dubrovka de Moscú, unos 22 eran mujeres.
El caso del secuestro de la escuela de Beslán, en Osetia del Norte, es similar. Entre los 35 integrantes de los Mártires de Riyad us-Saliheyn que tomaron el colegio había un significativo número de mujeres. Al menos dos, Roza Nogaeva y Mariam Tuburova, participaron activamente en la matanza que se saldó con 335 muertos, de los cuales 156 eran niños, tras la intervención del Ejército ruso.
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