Jugadores de riesgo
Obama es un buen ejemplo de jugador de alto riesgo. A lo grande, jugando en varias mesas, confiando sobradamente en sus virtudes políticas y sobre todo oratorias. Tiene sin embargo una gran ventaja: hay un sistema de fusibles fantástico, que irán saltando uno detrás de otro antes de que la descarga eléctrica pueda alcanzarle. El primero de todos es su jefe de gabinete, el príncipe de las tinieblas de su Casa Blanca, Rahm Emmanuel. El debate político estos días se centra en saber si la pérdida de la supermayoría en el Senado, que garantizaba la reforma sanitaria, debe cobrarse una pieza de su envergadura para devolver un cierto margen de acción al presidente.
Sarkozy es otro jugador de riesgo. También le gustan los grandes espacios y las cifras con muchos ceros. Como le sucede al presidente norteamericano, cuenta asimismo con un espléndido sistema de fusibles preparado para defenderle. Pero le gusta tanto el riesgo que no puede resistirse a asumirlo él personalmente. A la hora de optar entre exponerse personalmente o ceder algo de protagonismo a su primer ministro o a los ministros del Gobierno no tiene duda alguna. Su voracidad le impide actuar de otra forma. En algún momento es evidente que sacrificará a François Fillon, el resignado ‘colaborador’ suyo que tiene oculto bajo su sombra. Pero probablemente no será para evitar un riesgo, sino exactamente por lo contrario.
Berlusconi también ama el riesgo, aunque las únicas dimensiones colosales que le interesan son las de su enorme fortuna. Arriesga mucho, vaya si arriesga; pero en un sentido muy distinto. Y sus fusibles son el ejército de abogados que le acompaña. No necesita más. Sirvientes y abogados. Además de velinas, por supuesto. El ‘vivere pericolosamente’ se adapta muy bien a su moral. Pero quien sufre el peligro y el riesgo son los italianos.
Zapatero tiene algo de cada uno de los anteriores: es un jugador de riesgo, obviamente. También abre más partidas de las que puede jugar. Atendiendo a las características del sistema español podría contar asimismo con un buen sistema de cautelas y fusibles. Pero desde el primer día ha preferido, como Sarkozy, asumir en soledad el desafío. Cada uno de los grandes envites ha terminado directamente en sus manos.
Sus ministros parecen franceses, borrados por el hiperactivismo presidencial. Pero ZP no tiene nada del narcisismo del presidente francés, aunque sea a quien más se parece en estilo político. Con el inconveniente de que el presidente del Gobierno español tiene un blindaje institucional más suave que el todopoderoso jefe del Estado de la República vecina. De manera que nadie en la derecha francesa discute su liderazgo, mientras que no puede decirse lo mismo de la izquierda española. Por eso allí lo único que interesa es si alguien tendrá la oportunidad de desafiarle seriamente desde la oposición en las próximas presidenciales en 2012, mientras que aquí ya se hacen cábalas sobre si hay que buscarle rápidamente un sustituto para situar en cabeza del cartel socialista.
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