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Sepharad vive

Los mitos son eternos. No mueren por un avatar circunstancial de la pequeña historia. Así sucede con Sepharad, país mitológico fabricado por uno de los poetas mayores del siglo XX europeo, Salvador Espriu, en su libro 'La pell de brau'. El ex presidente de la Generalitat, Jordi Pujol, ha escrito un artículo, titulado ‘El fracaso de Espriu’, que ha suscitado muchos comentarios en Cataluña y muy pocos o ninguno en el resto de España, en el que da por liquidado el mito espriuano de Sepharad, país de lenguas y gentes diversas unidos en el diálogo y en un mismo amor, según rezan sus propios versos.

Según Pujol, y algunos de quienes le han glosado, como mis admirados colegas Enric Juliana y Antoni Puigverd en 'La Vanguardia', el nuevo Estatuto catalán y su impugnación ante el Tribunal Constitucional han llevado a una situación insólita, en la que todo lo catalán se ha convertido, dice uno de ellos, “en una molestia insufrible para la gran mayoría de los españoles”. La desafección política en España, según la aguda visión de estos amigos, es también desafección española hacia Cataluña y desafección catalana hacia España: una forma de decir que esas gentes y hablas diversas, sin diálogo y con desamor, terminarán divorciadas y separadas.

Yo no lo creo. Puedo equivocarme, obviamente, pero no lo creo. Con independencia de cuál sea mi deseo: que de otra parte no puede ser más espriuano. Las encuestas lo dicen, es verdad. Lo dicen también los comentaristas. Si atendemos a unos y a otros, articulistas sobre todo, pero también políticos, se diría que hay una pulsión creciente y simétrica, en uno y otro lado, para que así ocurra.

Es así en el caso de quienes aseguran que el Estatuto catalán es de imposible encaje constitucional y consideran un órdago inadmisible que Cataluña lleve ya tres años aplicando una ley orgánica aprobada por dos parlamentos, el español y el catalán, y por un cuerpo electoral, el catalán: desean la sumisión y si no la obtienen prefieren el divorcio. A ellos hay que leerles, con tono entre plegaria e imprecación profética, otros versos del gran poema de Espriu sobre el mito de Sepharad: ‘Escolta, Sepharad: els homes no poden ser/ si no són lliures./ Que sàpiga Sepharad que no podrem mai ser/ si no som lliures./ I cridi la veu de tot el poble: "Amén."’.

Pero es así también en el otro caso, entre otros, esos genios sobrevenidos de la neopolítica mediática y deportiva que considerarían una afrenta que el Tribunal Constitucional tocara aunque fuera una sola coma del Estatuto. Quieren ser los líderes de un pueblo reivindicativo y airado y en ningún momento están dispuestos a hacer otra cosa que no sea dirigir y mandar: nada de sacrificios ni martirios. Para ellos son también los versos del mismo libro de Espriu, que ya evoqué hace unos meses: ‘Si et criden a guiar/ un breu moment/ del mil.lenari pas/ de les generacions… No esperis mai/ deixar record,/ car ets tan sols/ el més humil/ dels servidors’. Quieren ver el Estatut tumbado para convertir el despojo en el pedestal desde donde saciar sus ansias de poder.

El propio Pujol, sin veleidades de provocador y con toda su ambición personal ya descontada, también considera que ésta es una nueva etapa, en la que hace falta tomar una atajo (una ‘drecera’ dice en catalán) que deberá ser político y en el que “hay que actuar no teniendo en cuenta lo que nos darán los otros, o pensando si nos ayudarán –pues no nos ayudarán ni nos darán nada, porque para ellos la solidaridad es palabra de engaño--, sino contando con los tesoros propios, con los propios activos, con la propia capacidad y la propia voluntad”.

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No tienen en cuenta quienes dan por liquidado el mito espriuano, sea con alegría feroz o sea con tristeza, sea en Barcelona o sea en Madrid, que el poeta construyó Sepharad frente a un país real, desgarrado por la guerra civil y postrado por la opresión resultante. La idea poética de Espriu sirve para Cataluña y España, naturalmente, porque son las realidades en las que se ha inspirado, pero sirve también para cualquier grupo, comunidad o nación, con independencia del momento histórico que atraviesen.

Considerar que las relaciones Cataluña-España estaban mejor cuando Espriu escribió su libro pertenece a otro tipo de mitificación que no tiene nada de poética y mucho de tergiversación histórica. Una cosa es lo que piensan las elites políticas, inteclectuales y periodísticas, unas y otras, y otra muy distinta es lo que piensa y siente la gente. Yo me atrevería incluso a defender la tesis contraria: nunca Sepharad ha estado tan viva, sus gentes más mezcladas, sus hablas más aceptadas y reconocidas.

Lo que ha cambiado, y quizás es lo que muchos echan en falta, es la memoria. En las relaciones Cataluña y España sucede algo parecido a lo que ha ocurrido entre Alemania y Francia. Los políticos e intelectuales de ambos países han vivido hasta hace muy poco traumatizados por un siglo de guerra entre ambos países. De los fantasmas del pasado y de su superación consiguieron sacar las energías para hacer nada menos que la unidad europea, basada sobre todo en la soberanía compartida entre alemanes y franceses. Entre los españoles ha sucedido otro tanto: el fantasma de la guerra civil proporcionó las energías para salir de la dictadura en una transición impecable y para resolver al menos para una generación entera el problema secular de la estructura del Estado. 

Ahora no es Sepharad la que ha desaparecido: es, a pesar de la moda de la memoria histórica, el fantasma de la guerra civil, que ha dejado de contar en la acción política y sobre todo en los combates periodísticos. De lo que se deduce, precisamente, que hay que recuperar el mito espriuano en su sentido más universal y genuino. Nada debe hacerse si no es el diálogo y en el respeto de unos a otros. "Salvador Espriu, a pesar de su infinitio amor a su lengua y al pequeño mediterráneo de Sinera, nunca apostaría por el enfrentamiento", escribe Puigverd. Y añade y termina y yo con él: "Seguiría recetando, como Antígona, "una limosna recíproca de perdón y tolerancia"'.

(Enlaces, con los artículos de Pujol, Juliana y Puigverd)

Comentarios

Muy de acuerdo, señor Bassets. Si hace falta uno que se sienta madrileño, español, europeo y cosmopolita, que sin ser catalán admire y ame Cataluña, que quiera lo mejor para los catalanes, que crea que es posible hacer un mundo mejor, y que piense que la superación de un pasado de guerras y abusos pasa por atenuar los nacionalismos, grandes y pequeños, de cualquier latitud y longitud, pasados, presentes y futuros, colmados e irredentos, aqui levanto mi mano.

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