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La disputa por el Bicentenario

Fragmentado, sin rumbo y desorganizado, con una clase política sin imaginación ni visión de futuro, México celebrará dos siglos de independencia

México conmemora en 2010 el bicentenario de su independencia y el centenario de su revolución.

El ánimo de la gente, la lenta recuperación económica, los nuevos impuestos, los recortes presupuestales, el caos organizativo, la falta de planeación y de coordinación, y sobre todo la disputa política por el bicentenario, prometen hacer de los festejos, más un asunto de partidos y de políticos, que un tema de la sociedad en general.

De entrada tenemos que apuntar que los mexicanos llegamos al festejo con el peor ánimo de los últimos 10 años. México anda "deprimidón", según una encuesta que publica anualmente Consulta Mitofsky, ante la pregunta ¿le fue mejor o le fue peor que el año pasado? El 55% de los mexicanos considera que en 2009 le fue peor que el año anterior. Esto representa, un aumento de la respuesta negativa de casi 24 puntos con respecto a la de 2007. A la pregunta ¿cree que le irá mejor en 2010? la misma encuesta revela que el 57,7% cree que le irá mejor y 30% que peor. Pero esta respuesta muestra un incremento de 17,5% de la población que piensa que le irá peor en comparación con 2007.

La explicación es obvia. México llega al bicentenario después de una de las peores crisis económicas de su historia moderna. Eso sumado a una de las peores rachas que hemos vivido en muchos frentes: desempleo, crisis de agua, guerra contra la delincuencia, ejecuciones y violencia, inseguridad, epidemia de influenza, heladas, entre otros temas.

Lo que sorprende es que no sea peor el ánimo de la gente. Lo que verdaderamente llama la atención, es el optimismo del mexicano después de que le pasan por encima casi las siete plagas de Egipto.

En este contexto, es claro que el bicentenario se convertirá más en un asunto de políticos que de ciudadanos. El bicentenario se convertirá en la arena política en la que todos los partidos y los actores políticos del país tratarán de capitalizar electoralmente los festejos y apropiarse del sentido y el significado de la conmemoración.

El bicentenario se convierte así en un momento político fundamental para los precandidatos a la Presidencia rumbo a las elecciones del 2012. Todos los aspirantes, de todos los partidos, tratarán de demostrar que representan la sucesión y la consecuencia histórica de esos aniversarios y tratarán de hacer suya la narrativa histórica del país. Finalmente, la historia es de quien la trabaja, y todos los partidos tratarán de acomodar y reconstruir la narrativa de la historia patria, para explicar y justificar sus proyectos, su ideología y su oferta política. Además de que por supuesto, todos tratarán de probar que son los mejores organizadores de eventos y de festejos.

Esto garantiza cuatro cosas: imprudencia, demagogia, despilfarro y populismo.

El error de origen creo, está y estuvo, en la falta de visión, de coordinación y de convocatoria del Ejecutivo Federal. El bicentenario era desde un principio su responsabilidad y la conmemoración requería sin duda planeación y articulación de los esfuerzos de todos los estados y niveles de gobierno. Era necesario construir políticamente una sola instancia capaz de articular, unificar y sumar a todos los sectores y grupos de la sociedad. Desafortunadamente no se hizo.

La visión burocrática y centralista de los festejos, aunado a la demora en la definición final de los organizadores, dará como resultado lo que ya sabemos que pasará. Es verdad, apenas empieza el 2010, pero estas cosas no se improvisan, ni se construyen proyectos por generación espontánea, ni de la noche a la mañana.

Hoy podemos prever y pronosticar lo que ya sabemos que sí será y lo que ya sabemos que no será la conmemoración del bicentenario: sí será una gran pachanga, una gran juerga y una gran cantidad de fiestas aisladas. Cada una con sus discursos, sus fuegos artificiales y sus luces de colores. Sí será un gran despilfarro de recursos. Sí será una colección de actividades aisladas y sin sentido. Sí será una sucesión de comilonas, ceremonias y eventos, para políticos e invitados VIP.

No será un momento de unidad nacional. No será un gran momento de reflexión, ni para el debate de las ideas, ni será un relanzamiento del país. No será la ocasión para la entrega de grandes resultados. No será la oportunidad para la redefinición de un gran proyecto de nación, ni será un momento de revisión y autocrítica. No será un replanteamiento integral del país. No será el año de la entrega de las grandes obras, ni de los grandes resultados.

El bicentenario era una gran oportunidad para que, de manera natural, la democracia mostrara su ruta y sus primeros resultados. La conmemoración coincide con los primeros 15 años de democracia institucional y los primeros 10 de alternancia. Era un momento inmejorable para ser aprovechado para mejorar el ánimo nacional, para restañar heridas, y para demostrar la consolidación de la democracia. No será así. Se perderá el símbolo, el momento y la oportunidad, para construir un ánimo diferente en el país.

Sin duda lo más importante era la idea. Darle sentido y contenido a las conmemoraciones, y construir en torno a ellas una etapa y una actitud diferente. Era fundamental convocar a todos. Ver unidos a todos los actores, de todos los estados y de todos los partidos. No era un asunto solo de la fiesta. Eso es lo de menos. Era un tema de símbolos. Los fuegos artificiales se echarán de todas formas igual en todos los estados y en todos los pueblos del país. El punto era convocar y sumar a todos en torno a una conmemoración en torno a un gran proyecto a grandes temas, políticas y a ideas.

Era una buena oportunidad concentrar esfuerzos, alinear recursos y para entregar algunos grandes resultados de infraestructura o de política pública.

Hubiera sido muy importante, por ejemplo, que en el año del bicentenario se hubiera erradicado totalmente el analfabetismo en el país, o se hubiera logrado el 100% en la cobertura de salud, o se hubiera acabado con la pobreza extrema, por lo menos con el segmento de los más miserables.

Era el gran momento para entregar, por ejemplo, los grandes nodos de infraestructura logística del país, o bien una nueva ciudad de México, o quizá las grandes ciudades del conocimiento. Era buen momento para entregar una nueva red de aeropuertos o puertos marítimos. Una nueva red de laboratorios o centros de investigación. Era un buen pretexto para los nuevos museos, el nuevo corredor comercial del istmo, los nuevos corredores turísticos, o que se yo, lo que se tenga pensado como ruta y visión de país.

Desde un principio era necesario construir en conjunto una serie de festejos que abarcaran una visión nacional, transversal, integral del festejo. Algo que abarcara y recorriera todo el país. Tener a todos festejando, de manera simultánea, unidos, en torno a una gran idea.

En contraste, tenemos una gran dispersión de celebraciones, repetitivas, más o menos organizadas, que en la mayor parte de los casos, están pensando en la cena y en la fiesta de "la noche del grito" (que conmemora el llamado a la rebelión que hiciera la noche del 15 de septiembre el cura Miguel Hidalgo). Que desperdicio. Hoy tenemos operando en el país todo un archipiélago de comités y comisiones del bicentenario, en cada uno de los estados y en cientos de municipios.

Era necesaria una articulación con visión de conjunto, una gran convocatoria nacional a la reflexión de las grandes ideas y a la construcción de una visión compartida, de un proyecto de país que es claro hoy no tenemos claro. Como decía Ortega y Gasset, hay momentos en los que no sabemos lo que nos pasa y eso es precisamente lo que nos pasa.

La organización nacional del bicentenario es y ha sido caótica. Viviremos un festejo fragmentado y partidizado. El bicentenario será finalmente una competencia entre partidos, entre gobiernos y entre políticos. Viviremos la disputa por el bicentenario. En lugar de unificar, cada quien estará en su fiesta, y lo más probable es que nunca veremos juntos a los grandes líderes políticos del país.

Todos disputarán su presencia en los medios y la mejor calificación ciudadana en los festejos. Mediremos los festejos por los minutos que duren los fuegos artificiales la noche del 15 de septiembre, por los minutos que cada político ocupe en el horario estelar de la televisión y por la evaluación de las encuestas. Al tiempo.

Tendremos en la lupa política y competirán tres festejos: el del PAN que será el del gobierno federal, el del PRD que será el que se organice en el Distrito Federal y el del PRI que será el que se organice en el Estado de México. Nos espera un año lleno de discursos, de frases hechas y de lugares comunes. Un año de inflación historiográfica y de harta retórica política, inflamada de un patriotismo poco creíble, en voz de una clase política que está dando pobres resultados en democracia.

Nos espera que cualquier pavimentación o remodelación lleve necesariamente el apellido del bicentenario y entre de manera obligatoria a la cuenta de los festejos. Ya está pasando. Le pondremos el nombre del bicentenario a cualquier cosa y a cualquier obra pública, que se entregue o se lleve a cabo en el país. Tendremos el paseo del bicentenario, la presa del bicentenario, el puente del bicentenario, la plaza del bicentenario, pero hasta en los municipios más modestos avanza la inercia y ya estamos construyendo la fuente del bicentenario, la acera del bicentenario y hasta el farol del bicentenario...

En el fondo y resignado, creo que es una buena manera de conmemorar el bicentenario. Mejor dicho es una forma congruente de festejarlo. Por sus festejos los conoceréis. Estamos celebrando correctamente. Reflejando lo que somos y lo que estamos construyendo. Mostrando un México fragmentado, sin rumbo y desorganizado, una clase política sin imaginación y sin visión de futuro, y sobre todo una sociedad civil apática, expectante y adormecida.

Los ciudadanos no hemos hecho nuestra la conmemoración. No hemos tenido la capacidad de construir una iniciativa por encima del gobierno, de los partidos o de la clase política. Nos dejamos expropiar el bicentenario, en una gran metáfora, de que también nos estamos dejando expropiar el país y la democracia.

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