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Morir por Afganistán

Esa guerra se ha llevado ya en sus ocho años de duración las vidas de más de 1.400 soldados de la coalición de 44 países que encabeza Estados Unidos, entre los que hay que contar a 88 españoles. A petición de Barack Obama, España va a incrementar ahora el número de sus tropas en dos centenares, con el consiguiente incremento del riesgo sobre las vidas y la salud de nuestros soldados.

El discurso de Obama el martes por la noche en la academia de West Point, además de anunciar un incremento de tropas y presentar un calendario de salida de Afganistán que empieza en julio de 2011, aporta una nueva estrategia civil y militar, y sustituye la idea de una victoria sobre los talibanes y Al Qaeda por unos objetivos más modestos, como son consolidar el Gobierno afgano y transferirle lo más rápidamente posible la seguridad y el control de su propio país. La nueva concepción responde por una parte al análisis crítico realizado por el comandante en jefe norteamericano en Afganistán, el general Stanley McChrystal, y a su petición de incremento de tropas, que había planteado en términos de un dilema dramático: la alternativa es la aceptación de la derrota. Pero por la otra converge con las ideas de intervención mixta civil y militar de los europeos.

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Quizás hay continuidades entre Obama y su antecesor. Algunos comentaristas han querido hallarlas incluso en la retórica y argumentos de su discurso. Cabe incluso presentarle como más belicista todavía que Bush: el surge o incremento de 20.000 soldados que puso en práctica en Irak en 2007 es inferior al actual de 30.000 de Afganistán, sin contar que ésta es la segunda ocasión en que incrementa las tropas, de forma que estamos ante una auténtica escalada que situará la presencia militar en el país afgano a la misma altura que en Irak. Se diría, por tanto, que ha habido un trueque de guerras: la de Irak era la de Bush y la de Afganistán es la de Obama.

Pero es una falsa impresión. Nada de lo que ha hecho Obama, ni su método de decisión, ni su presentación, ni sus argumentos, tienen que ver con Bush. El anterior presidente eligió la guerra de Irak, mientras que la guerra de Afganistán ya en marcha eligió a Obama. Bush tenía una posición fija, clara y radical acerca de la guerra contra el terrorismo, mientras que Obama es un moderado y un centrista, que quiere atender a los intereses y obligaciones de su país buscando el mejor equilibrio posible entre las posiciones contrapuestas, incluyendo las exigencias presupuestarias.

Tiene toda la lógica que se haya tomado tres meses para la reflexión y el análisis, aunque muchos, sobre todo desde la derecha, intentarán confundir la deliberación tan propia de una democracia de calidad con los titubeos de un carácter débil. Pero también cabe interpretar su decisión, tomada en contra de las encuestas, con más apoyos entre los republicanos para el incremento de tropas que entre los demócratas, como una lección de liderazgo y de compromiso personal. Las imágenes de la madrugada del miércoles nos muestran a un Obama frágil y civil, lejos de todo belicismo, que argumenta con humildad y todo tipo de cautelas ante unos jóvenes cadetes, hombres y mujeres muy jóvenes, tan frágiles como el joven presidente.

El paso es discutible y lleno de riesgos, pues parte de un plazo muy estrecho, 18 meses, para obtener resultados concretos y visibles, que le permitan empezar el prometido repliegue. Pero tiene margen de maniobra, puesto que no hay compromiso sobre la fecha final para irse ni sobre el nivel y ritmo del repliegue a partir de julio de 2011. Cabe imaginar, además, que un Afganistán estabilizado a cargo de un Gobierno afgano pueda contar en el futuro con alguna presencia militar marginal mientras persista el peligro de una resurgencia talibán. Este margen no evitará que la guerra afgana juegue en su contra electoralmente, en noviembre de 2010, cuando se celebren elecciones de mitad de mandato y ya se vislumbre el balance de la nueva estrategia, y sobre todo en noviembre de 2012, cuando bregue por su segundo mandato presidencial.

Las bases legales y morales de la guerra, expuestas en su discurso del martes, son formalmente impecables. También tiene coherencia el análisis de la zona y del papel que juega como vivero mundial del terrorismo de Al Qaeda. Puede que todo sea erróneo, como sucedió con la guerra de Vietnam , cuando the best and the brightest (los mejores y más brillantes) dirigían la política norteamericana con Kennedy y Johnson. Pero de momento los argumentos de Obama en West Point tienen suficiente consistencia como para que los europeos se planteen seriamente sus responsabilidades. Obama pide que Europa mande a sus soldados a morir por Afganistán no para salvar la cara a nadie, ni para salvaguardar intereses económicos o hegemonía geopolítica alguna, sino para mantener la seguridad en Madrid y Londres o para evitar que se incrementen los secuestros de cooperantes españoles en el Magreb.

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