Voces no tan distantes
Esos dos hombres nacidos en 1916 que han venido a morir en las mismas fechas no debieran en principio tener muchas cosas que decirnos, si se hace abstracción, lo que ya no es poco, de su celebridad. Uno, el presentador de informativos más famoso de la historia de la televisión; el otro, el más destacado y polémico secretario de Defensa de Estados Unidos. Ambos, personajes prototípicos de la América dominadora y combatiente de la Guerra Fría, perfecta expresión de la meritocracia americana y de su ascensor social, tan bien engrasado para los blancos y todavía hoy tan achacoso para los negros. Ambos también emblema de una época, de sus enormes esperanzas y de sus terribles desengaños, que bien pudieran sintetizarse en dos acontecimientos que ambos vivieron muy estrechamente, como son la aventura espacial del Apolo XI que llevó el hombre a la luna y la guerra de Vietnam, la catástrofe bélica cuyas heridas morales todavía se perciben en la sociedad americana.
A pesar de sus distintas biografías coetáneas y de los hechos que protagonizaron y presenciaron, de estos ancianos nacidos en la segunda década del siglo pasado, enfilando el centenario cuando les ha llegado la muerte, nos debieran llegar unas voces distantes para las nuevas generaciones, con pocas cosas que contar y decir a quienes empiezan ahora mismo a interesarse por el periodismo, la política y la historia. Pero no es así, y por eso he querido escribir esta especie de doble necrológica, en honor de Walter Conkrite y Robert MacNamara, fallecidos respectivamente los pasados 17 y el 6 de julio, y según mi parecer voces bien próximas respecto a muchos de los problemas de este siglo XXI, aun siendo tan características del siglo XX.
La de Walter Conkrite nos habla con nitidez sobre la credibilidad del oficio de periodista, el esfuerzo de ecuanimidad, la capacidad de transmitir confianza a los ciudadanos. Otro gran periodista, también desaparecido aunque de una generación más joven, David Halberstam (1934-2007), en un artículo enormemente elogioso publicado hace casi un cuarto de siglo, destacó que Conkrite no era un escritor distinguido ni un gran entrevistador, pero tenía una gran capacidad de explicación y de síntesis, que convertían la actualidad en algo comprensible para los millones de telespectadores que le seguían. Conkrite representa lo mejor del periodismo del siglo XX y la credibilidad que obtuvo entre sus telespectadores nos recuerda ahora, a los periodistas del siglo XXI, la credibilidad que nos falta y la distancia sideral que se ha ido creando entre nosotros y los lectores.
La voz de Robert McNamara es más trágica y quebrada. Es la de un triunfador derrotado. La de un hombre brillante, duro y preparado que ha tirado la toalla y perdido el control emocional en público en numerosas ocasiones. Su momento estelar fueron sus siete años al frente del Pentágono, en el momento de la mayor escalada de la guerra del Vietnam y de los bombardeos sobre Vietnam del Norte. Si la palabra que identifica a Conkrite es la credibilidad, la que corresponde a McNamara es el arrepentimiento. Arrepentimiento por una guerra perdida para Estados Unidos y arrepentimiento por los daños causados, los millares de muertes de soldados norteamericanos y de civiles y soldados vietnamitas. Todo el resto de su vida, desde 1968 cuando dejó el Pentágono, McNamara se ha dedicado a la penitencia, una mala penitencia, mal llevada y mal explicada, por sus pecados imperdonables. ‘La niebla de la guerra’, filme de Errol Morris, forma parte de esta penitencia imperfecta, como su libro autobiográfico ‘In Retrospect’, en los que intenta aparecer como partidario de parar la escalada de bombardeos sobre Vietnam o limitar la carrera nuclear, cuando todo lo que nos han contado los cronistas es exactamente lo contrario.
McNamara encontró su salvación en el Banco Mundial, que presidió hasta su jubilación, en 1982; retrospectivamente con su protagonismo como directivo de Ford en la introducción del cinturón de seguridad que tantas vidas de automovilistas ha salvado, y sobre todo, en su militancia antibelicista, contra las armas nucleares y contra la guerra de Irak. También Halberstam emitió su juicio, esta vez sin piedad, respecto al antiguo secretario de Estado, al que retrata como un tecnócrata sin alma: “McNamara nunca tuvo ningún interés en nadie que no fueran sus superiores”.
Conkrite es la imagen misma de la seguridad, autosatisfacción y la buena conciencia del oficio de periodista en el momento culminante de su poderío y su influencia, que corresponde a los años previos al Watergate. McNamara, la de la vacilación, el remordimiento y la mala conciencia del civil que ha hecho la guerra y ha abusado de los medios para alcanzar unos fines que también eran erróneos. Si en la primera voz podemos escuchar una apelación a recuperar la moral del periodismo contemporáneo, en la segunda lo que escuchamos es un alegato contra esos políticos que declaran la guerra y la muerte sobre millares de civiles y luego regresan a su vida civil con el rostro imperturbable y la conciencia bien compuesta.
(Enlaces, con los artículos de Halberstam sobre Conkrite y sobre McNamara, con el site oficial de ‘The Fog of War’ y con la transcripción del filme-entrevista).
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