Esos actores en la escena del mundo

El esquema se repite una y otra vez, aquí y allí, ahora y antes: se diría que su habitat natural es la frondosa y arriscada escena internacional, pero ellos suelen enzarzarse en el sotobosque de la política interior. Sucede incluso en estos tiempos globalizadores, a los que corresponde el tópico de que acción exterior e interior, política y economía forman un todo único. La imaginación ha construido su figura como actores ante el anfiteatro del mundo, pero los más de ellos –hay notables excepciones- tardan un tiempo largo en desenvolverse a gusto en los grandes espacios. Le sucede a Zapatero y le habría sucedido a Rajoy: dejan la asignatura de las relaciones internacionales para el siguiente curso; en su caso, además, su flojera en idiomas les empuja a quedarse en el patio vecinal. Pero también les sucede a los norteamericanos; la llegada de un nuevo presidente viene con frecuencia acompañada de presagios de cerrazón e aislacionismo, que luego quedan desmentidos rotundamente. La excepción es Sarkozy, cuya lengua vernácula es el idioma épico del poder con mayúscula y se lanza a las tablas de la ópera mundial, más por arrojo y desinhibición que por la claridad de sus ideas y su preparación. Y la otra excepción es también esta próxima elección presidencial en Estados Unidos, destinada reparar la cacharrería rota en la escena internacional por el paso catastrófico de Bush y sus neocons.

Ahora podemos comprobar cómo compiten los tres candidatos a la presidencia de Estados Unidos en darse pisto como hombres y mujeres de Estado, es decir, por su soltura a la hora de tratar los asuntos inmensos del planeta. Obama lleva la variedad en las venas y en la biografía: Kenia, Indonesia, Hawai, Kansas y Chicago. Colores, religiones, naciones se cruzan en la novela de su vida y de su propuesta de cambio. Hillary Clinton ha seguido durante ocho años el acontecer del mundo desde la Casa Blanca y ha acompañado a su marido presidente por todos los rincones de la Tierra. Al senador John McCain, presidente de la Comisión de las Fuerzas Armadas de la cámara alta, difícilmente se le puede ir a la zaga en estas cuestiones, y se esmera en modelar su busto de comandante en jefe, muy acorde con su experiencia de militar y prisionero de guerra. Y sin embargo, razones hay también para pensar que algo hay de impostado en todos ellos.

Hillary ha intentado empañar el brillo de este candidato de la globalización multicultural que es Obama: tener una abuela en Africa nada garantiza respecto a la preparación para enfrentarse a los peligros del ancho mundo. Todos, con los medios norteamericanos a la cabeza, han hecho lo propio con Hillary: su actividad como consorte, principalmente de orden benéfico y cultural, en nada garantiza una preparación adecuada; sus agendas son reveladoras más bien de la inanidad; y su memoria sobre alguno de sus viajes, propia de Antoñita la fantástica. John McCain se ha bastado a sí mismo para demostrar la ligereza de su bagaje: en su reciente visita a Oriente Próximo nos dio la noticia espectacular de que Irán estaba entrenando a los terroristas de Al Qaeda y los mandaba después a Irak a combatir y realizar atentados terroristas, algo que tuvo que desmentir inmediatamente después de que el también senador Joseph Lieberman, que le acompañaba, le susurrara algo al oído.

Y, sin embargo, yo creo que hay razones para el optimismo respecto a los tres candidatos. El libro de Obama contiene un buen puñado de reflexiones interesantes sobre política internacional y tiene una sensibilidad hacia América Latina, Africa y Asia que ha sido percibida ya desde estos continentes. Es imposible que la senadora Clinton, mujer culta y buena estudiosa de los dossiers, no tenga un correcto conocimiento de los asuntos que preocuparon y ocuparon a su marido ni haya sacado algún provecho de sus numerosos viajes y contactos con la élite internacional de la política y de los negocios. Del senador McCain, tras leer el artículo que publicó hace una semana en Le Monde y en el Financial Times, y su discurso del miércoles en Los Angeles, se puede decir cualquier cosa menos que estamos ante el continuismo de Bush en política internacional: sus ideas son interesantes y realistas (realismo idealista, es la marca que quiere defender), se apunta a un multilateralismo renovado (que es un unilateralismo suave) y se cierra en banda ante las prácticas más repugnantes de la actual administración (Guantánamo, Abu Ghraib, torturas...). Hay que subrayar que no lo ven así todos los expertos y analistas: Olivier Roy o Anatol Lieven, por ejemplo, observan en sus ideas peligros iguales o mayores que los que Bush comportaba.

Pero a pesar de las virtudes o defectos que queramos encontrarles a los tres, no nos engañemos más. Ni saben mucho, ni son ellos quienes deben saber, sino sus asesores y sus equipos. Cuando llegan, ellos personalmente no saben moverse todavía en el escenario abierto a los cuatro vientos y necesitan un largo rodaje para sentirse cómodos en este espacio donde se escenifica la historia de la humanidad. Los norteamericanos, como consecuencia de la catástrofe de Bush, se sienten impelidos a precipitar las pruebas de su soltura y valía: todos ellos quieren demostrar que pueden descolgar el teléfono de la Casa Blanca de madrugada para acudir en auxilio de una crisis planetaria. En realidad quien llegue de los tres hará como todos: empezará en la inopia y terminará respirando los aires universales como si se hubiera criado bajo sus efluvios. También aquí tenemos a Zapatero que está ahora a punto de inaugurar esta segunda fase con mayores acentos europeos e internacionales: ojalá lo haga rápido y bien, y pasemos página a esos cuatro años ocupados sólo en las más bajas tareas domésticas.