Zapaterismo internacional

Ensimismados en el reñidero español, apenas percibimos unos y otros el grado de interés y de atención con que se han seguido las elecciones en Europa y en el resto del mundo. La denigración doméstica de Zapatero y su extensión en el mundo anglosajón, gracias sobre todo a la acción exterior del poderoso lobby aznarista, ha ocultado la fascinación con que se ha seguido al gobierno socialista español durante estos cuatro años, y sobre todo, sus apuestas más arriesgadas. Ahora es muy fácil oponerse a Bush y a sus neocons, cuando su fracaso ya es clamoroso. Pero no lo era tanto en el momento en que España retiró las tropas, apenas una semanas después de las elecciones del 14 de marzo de 2004. Aquella fue una decisión que bastaba por sí sola para justificar una entera legislatura y que convirtió a Zapatero en una especie de antagonista modélico de George W. Bush en la escena internacional.

Quienes se han hartado en sus burlas sobre la escasa influencia de Zapatero en Washington no se han dado cuenta de que estaban elevando el pedestal sobre el que se produciría esta segunda victoria. Con independencia del desastre en que ha desembocado su aventura iraquí, no es ocioso recordar el estado de debilidad extrema en que se encuentra el presidente norteamericano desde las elecciones intermediarias de 2006, que le dejaron sin mayoría en las dos cámaras del Congreso. Cuanto más ha ido cayendo Bush, más realzado ha ido quedando aquel gesto de Zapatero y los que luego le acompañaron, como el lanzamiento de esa idea difusa que es la Alianza de Civilizaciones en su intervención ante la Asamblea General de Naciones Unidas.

Nada favorece más a una propuesta política débil que el encarnizamiento irracional del enemigo. La Alianza de Civilizaciones será un concepto vacío, un invento diplomático de alcance discutible, pero lo que no es en absoluto es una plataforma para complacer a Bin Laden y entregar los valores occidentales a los terroristas. Lo que le ha dado más valor ha sido la calidad ínfima de quienes la han combatido. Para cualquiera está claro entonces que hay dos formas de encarar las relaciones con el mundo árabe y musulmán; y que Bush y Zapatero sirven a la perfección como modelos de ambas. A vista de pájaro, que es como suelen percibirse a los gobernantes desde el exterior, no hay discusión nuevamente sobre quien ha sacado ventaja.

Incluso en la represión del terrorismo la posición de Zapatero se ha revelado más airosa que la de Bush. El balance policial y judicial que puede ofrecer España en esta legislatura contrasta vivamente con la penosa situación en que se encuentra la administración norteamericana en relación a sus detenidos y procesados. (Y eso sin hablar de derechos humanos, detenciones ilegales y torturas.) También la insistencia de los hispanocons, Pedro Jota y Losantos sobre todo, en sus lunáticas teorías sobre los atentados del 11 M no han hecho más que realzar la victoria futura de Zapatero. Ha sido tanta la pólvora gastada en estas salvas durante casi cuatro años que al final no ha quedado munición para el único combate serio, que era la campaña electoral.

Pero donde Zapatero ha obtenido las mayores cotas de prestigio internacional ha sido en sus políticas de igualdad de derechos. El matrimonio entre homosexuales, la ampliación del divorcio, la ley de dependencia, la ley de igualdad y la legislación sobre la violencia de género han sido leídas con transparencia en todo el mundo. En algunos sitios, como en Italia, se ha observado todo esto con auténtica envidia o como contraejemplo, porque la Iglesia católica es allí todavía más poderosa y cuenta con mayor capacidad de interferencia política, hasta el punto de que hay conquistas españolas que son en el marco italiano de imposible planteamiento. Hay quien desde Italia espera que esta segunda legislatura sea la de la definitiva y pacífica acomodación del papel de la Iglesia española a la sociedad laica y plural que es hoy en día España. Si esto sucediera, sería todo un camino de enormes repercusiones en la misma Italia y en América Latina.

Los dos puntos que más ronchas han levantado en España, la fracasada negociación con ETA y la reforma de los estatutos de autonomía, especialmente el catalán, tampoco han sido percibidos con la misma negatividad. Si acaso, como expresión de la valentía e incluso la osadía de este joven presidente capaz de hincar el diente a los temas más rocosos que tiene España pendiente. En realidad, algunas críticas acertadas al zapaterismo tienen una escasa visibilidad internacional, porque versan más sobre su sentido del riesgo, el ritmo de las reformas, el radio de los consensos, y sobre todo la capacidad de explicación y de comunicación, que sobre los contenidos mismos de las políticas.

Los juicios más negativos sobre Zapatero se han producido, en realidad, en los últimos meses, y han corrido a cargo de prensa y comentaristas económicos. No voy a entrar a discutir en detalle sobre si llevan razón o practican una forma de catastrofismo quienes auguran para España una súbita recesión que necesitará una cura de caballo. La burbuja inmobiliaria y el déficit comercial acercan España a Estados Unidos; las hipotecas subprime y una competitividad de fábula, una negativa y otra positiva para Estados Unidos, es lo que separa a ambos países. Pero me temo que si había tantas casandras clamando era porque querían incidir en los resultados electorales a favor de la opción conservadora, tradicionalmente más pro-business que el socialismo por más liberal que sea. Ahora hay que pasar página y es justo decir que el nuevo Gobierno debe atender con especial cuidado esta difícil situación económica que se avecina. Sea desaceleración o sea recesión, sea un batacazo o sea un aterrizaje suave, la economía requiere de toda la atención y del mayor consenso.

Nada hay peor que confundir las ideas con los deseos, sustituir los análisis por la proyección de los propios anhelos. Gran parte de quienes han dedicado sus esfuerzos en los últimos cuatro años a demostrar la irremisible levedad de José Luis Rodríguez Zapatero se han encontrado ahora, decepcionantes resultados en mano, con un doloroso mentís práctico: ¿Podrá sobrevivir Rajoy a una segunda derrota en manos de tan insolvente adversario? ¿Podrán seguir Pedro Jota y Losantos imponiendo al PP un guión que se ha estrellado ante un rival tan vituperado y despreciado? ¿Seguirá el poderoso lobby aznarista de Washington hincando inútilmente sus agujas de vudú en un muñeco con dos acentos circunflejos como cejas?