Pésimas noticias de Kabul
Es verdad, y no hay que meter la cabeza en la arena como el avestruz: son muy malas las noticias que llegan desde Kabul. La ofensiva de los talibanes que se nos anunciaba para primavera ya se nos ha venido encima y lo peor que está pasando es que los muertos los está poniendo, como casi siempre, la población civil. Hay que hacer muy poco caso de las noticias que llegan anunciando la muerte de no se sabe cuántos talibanes en una acción de la OTAN o de las fuerzas norteamericanas. Cada vez que llega una noticia así lo que hay que hacer es intentar ver cómo dilucidamos qué proporción de muertos pertenece a la guerrilla y cuántos a la población civil que nada o muy poco tiene que ver con todo esto. Y en segundo lugar, qué consecuencias tienen los comportamientos de las fuerzas extranjeras en el mal cariz que está tomando aquella guerra. Todo esto importa mucho a la Alianza Atlántica, que tiene a su cargo auxiliar a la reconstrucción del país, como le importa a España, que mantiene una fuerza de 700 soldados en la provincia de Herat.
Sobre el papel todo está muy claro. Estados Unidos derrocó a los talibanes, como encubridores que eran de los autores de los atentados del 11-S, es decir de Al Qaeda, y lo hizo con el apoyo político de la entera comunidad internacional y la base legal de las resoluciones de Naciones Unidas. Aunque Washington tiene tropas suyas en el país afgano, sobre todo para su lucha contra Al Qaeda, el mantenimiento de la paz y la ayuda a la reconstrucción están al cargo de la ISAF (Fuerza Internacional de Apoyo a la Seguridad de Afganistán), bajo mando de la OTAN desde agosto de 2003 y con la cobertura de varias resoluciones de Naciones Unidas. Las tropas españolas se hallan incluidas en esta fuerza, que constituye la primera acción de plena y entera responsabilidad de la Alianza Atlántica fuera de territorio europeo. Se ha dicho que nos jugamos mucho en el éxito de esta misión. Algunos consideran que se juega el propio futuro de la OTAN, utilizada ahora como mera caja de herramientas al servicio de Washington, que le ha servido para concentrarse en Irak. No es causal que la presión del Congreso sobre Bush para que fije una fecha de retirada de Irak afecta a los fondos militares destinados también a Afganistán. Incluso desde el punto de vista norteamericano se trata de dos guerras convergentes.
El Gobierno español tiene también ahí una apuesta seria y peligrosa: nuestros militares piden más medios y más soldados, y tiene toda la lógica, por cuanto está creciendo el peligro de la misión, pero a la vez la llave política de lo que sucede en Afganistán parece que no esté en manos de nadie. Washington navega ahora mismo sin brújula y sin mapa en toda la zona, desde Pakistán hasta Palestina. La OTAN no tiene como misión dirigir políticamente la intervención en la zona, su responsabilidad es de otro orden. La UE no tiene tampoco competencia política alguna, aunque se ocupa de la formación de la policía afgana, y además su política exterior y de defensa se hallan en el estadio precario de todos conocidos, a pesar de los esfuerzos enormes de Javier Solana. Son perfectamente descriptibles los éxitos y la fuerza de Karzai, mientras gran parte del país ha regresado a manos de los caciques tribales o nunca estuvo bajo control de Kabul. El vecino Pakistán, con su larga y porosa frontera común, se halla en una situación de descontrol e inestabilidad creciente.
El periodista británico y excelente especialista en Oriente Próximo Patrick Seale analiza todo esto en Agence Global y aporta observaciones muy preocupantes. La OTAN está perdiendo la guerra. La mayoría de los afganos quiere que las tropas extranjeras se vayan. El Senado afgano (un tercio nombrado por el presidente) ha aprobado ya una ley que promueve las negociaciones con los talibanes, un alto el fuego y una fecha para la retirada de Estados Unidos y la OTAN. Ahora debe pasar a la cámara baja, pero 144 parlamentarios de 275 ya han firmado una carta en la que piden un calendario claro. Y para terminar: “El presidente norteamericano cree que está comprometido en una ‘guerra global contra el terror’, pero en realidad la gente que esta muriendo y que combaten sus tropas son miembros de unas tribus que sólo quieren defender sus familias y sus tierras ancestrales contra los extranjeros”.
No sé realmente qué estamos haciendo en Afganistán en estas condiciones, y ya lo apunte en una columna en El País el 26 de abril pasado. La UE debiera dar un puñetazo sobre la mesa y obligar a Estados Unidos a replantearse y como mínimo mejorar los planes aprobados en la Conferencia de Bonn en 2001, por los que se constituyó el actual régimen de Karzai. No basta probablemente con hacer una nueva conferencia para salir del atolladero: es imprescindible una estrategia aliada para el conjunto de la zona, Pakistán e Irán incluidos, algo que se antoja casi imposible con la administración Bush y con una Unión Europea que compiten por ganar el campeonato de los patos cojos. Pero si no se hace pronto, lo que se avecina puede ser mucho peor. Sería tenebroso que Al Qaeda pudiera apuntarse el doble tanto de que se produjera una retirada de Irak y de Afganistán. Pero si no hay rectificación, ésta es la trayectoria de colisión en la que estamos metidos, con 700 soldados españoles y el compromiso de nuestro Gobierno de por medio.
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