Las pruebas de ADN confirman la identidad de la niña secuestrada durante ocho años en Austria
El padre de la secuestrada la identificó nada más verla por su cara y por una vieja cicatriz
"Soy Natascha Kampushch, nacida en 1988". Así se presentó Natascha Kampusch ante la policía cuando se escapó de su secuestrador, un hombre que la había mantenido recluida ocho años en un escondrijo de Viena. Las pruebas de ADN han confirmado hoy que decía la verdad. Su padre ya lo había dicho: "Yo la hubiese reconocido con seguridad". El miércoles la identificó entre lágrimas, no sólo por su cara, sino por una vieja cicatriz. Además, el pasaporte de Natascha fue encontrado en el zulo de 2 metros cuadrados y 1,60 de altura en el que Wolfgang Priklopil, ingeniero electrónico de 44 años, la mantenía recluida.
Los austriacos no podían creer ayer el desenlace de un caso de secuestro infantil que ya casi habían olvidado. Uno como tantos otros que terminan con el hallazgo de un cadáver en un bosque. Pero el caso de Natascha Kampusch terminó con el suicidio de su secuestrador, que se tiró delante de un tren de cercanías cuando descubrió que Natascha se había escapado. Después de tanto tiempo, el raptor, un hombre solitario y retraído, había bajado la guardia.
"Él le pidió a ella que aspirase el auto. Entonces él recibió una llamada al móvil y se alejó para evitar el ruido" dijo Gerhard Lang, de la policía federal en una conferencia de prensa, "Natasha aprovechó la situación y escapó". Cuando se dio cuenta de que había escapado, Priklopil se dirigió a Viena en su deportivo rojo, el cual abandonó en el garage de un centro comercial para después suicidarse saltando frente a un tren en marcha.
Con un sencillo vestido naranja, muy pálida y delgada y con el cuerpo lleno de manchas o moratones, Natascha pidió ayuda a los vecinos. Cuando estuvo ante la policía, se presentó diciendo: "Soy Natascha Kampusch, nacida el 17 de febrero de 1988". La peor pesadilla de su vida comenzó la mañana del lunes 2 de marzo de 1998, cuando se dirigía al colegio a la edad de 10 años. Una compañera del colegio vio cómo subía a un coche blanco, después de lo cual no se supo más de ella. El secuestrador, Wolfgang Priklopil, ingeniero electrónico de 44 años, fue uno de los más de mil interrogados pocas semanas después de la desaparición de Natascha por poseer un vehículo blanco como el descrito por la testigo. Pero al no detectar nada raro en su declaración, la policía no registró su casa.
Si lo hubiese hecho habría encontrado, en la calle de Heine número 60 de Strasshof, la localidad de 9.000 habitantes cercana a Viena donde vivía en una casa unifamiliar amarilla normal y corriente, pero con puerta de hierro y cámaras de vigilancia, una medida de seguridad desproporcionada en ese lugar. Los vecinos llamaban a la casa Fort Knox, en referencia a la fortaleza donde Estados Unidos guarda sus reservas de oro. En el garaje hubiesen encontrado una estrecha y empinada escalera que conduce a una puerta de 50 por 50 centímetros, propia de una cámara acorazada, que impedía que los gritos de Natascha se oyeran en el exterior. Las paredes también estaban insonorizadas.
Síndrome de Estocolmo
En la habitación subterránea de Natascha había baño y ducha, cama, estanterías, televisión, juguetes, libros y vídeos. Una habitación infantil relativamente normal, algo desordenada, pero sin ventanas. Al parecer el secuestrador le permitía leer los periódicos y escuchar la radio, y le daba clases. Al comienzo la obligaba a llamarle "amo", pero más tarde la relación entre ellos se suavizó. Aún se investiga si Priklopil, que últimamente estaba desempleado y no tenía antecedentes penales, abusó sexualmente de ella. También se desconoce el móvil del secuestro o si Priklopil tenía cómplices.
Hoy Natascha padece el síndrome de Estocolmo, una identificación con el secuestrador muy común en estos casos. "Si no puede soportar el miedo con el que vive una persona secuestrada, comienzas a identificarte con el agrsor, tratas de entender que sucede dentro de su mente, qué es lo que lo impulsa", ha dicho Reinhard Haller, un psiquiatra forense de la Universidad de Innsbruck. "Desarrollar éste síndrome es normal y una reacción muy saludable" añadió. "Sólo puede ser un problema si ella continúa sintiendo lo mismo".
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