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Un poeta en Matignon

Dominique de Villepin, el hombre que se enfrentó a la guerra en el Consejo de Seguridad de la ONU toma las riendas del Gobierno francés en sustitución del impopular Raffarin

En febrero de 2003 un atractivo ministro de Exteriores francés de pelo cano concentró las miradas de todo el mundo con un emocionante alegato en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas contra los planes bélicos para invadir Irak. "En este templo de las Naciones Unidas", dijo entonces, "somos los guardianes de un ideal, los guardianes de una conciencia. La gran responsabilidad y el inmenso honor que tenemos debe conducirnos a dar prioridad al desarme en paz". Hoy, más de dos años después consagrarse como gran orador ante la opinión pública mundial con aquella vibrante intervención, Dominique Galouzeau de Villepin ha sido llamado por el presidente francés, Jacques Chirac, para sustituir en el cargo de primer ministro al impopular Jean-Pierre Raffarin, chivo expiatorio del clamoroso no a la Constitución Europea en el referéndum del domingo.

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Aristócrata, apasionado de los deportes y poeta en sus ratos libres, Villepin devolvió a Francia desde la cartera de Exteriores un protagonismo internacional que su antecesor, el prudente e inteligente Hubert Vedrine, evitaba. Sin embargo, su actitud también le colocó en una posición complicada, por cuanto sus discursos ridiculizando la argumentación del secretario de Estado de EE UU, Colin Powell, le cerraron las puertas de cualquier reunión en que estuvieran en juego intereses estadounidenses.

Su última etapa antes de acceder al Palacio de Matignon (sede del Gobierno francés) ocupó la cartera de Interior, un ministerio en el que no parecía sentirse del todo cómodo, y en el que ha representado un perfil mucho más discreto. Del poco más de un año en el cargo destacan, en especial, su reforma de la ley de asilo y sus propuestas contra la inmigración ilegal, medidas muy criticadas por la oposición de izquierdas y las asociaciones sociales.

Nacido en Rabat (Marruecos) en 1953, su juventud transcurrió en varios países (América Latina, Estados Unidos, Italia) antes de matricularse en la prestigiosa Escuela Nacional de Administraciónd de París, vivero de las élites políticas francesas. Diplomático de formación (estuvo destinado en las Embajadas francesas en Washington y Nueva Delhi) debutó en la alta política con la dirección del gabinete de Alain Juppé cuando este era ministro de Exteriores (1993-1995), antes de ser nombrado secretario general del Elíseo.

Un error de cálculo

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Su mayor equivocación se produjo en 1997 cuando aconsejó a Chirac que disolviera la Asamblea Nacional (Cámara de los Diputados), en un sonado error de cálculo que le valió el apodo de Nerón por parte de la Primera Dama. La izquierda ganó entonces y Chirac se vio condenado a la más larga cohabitación de la V República con el socialista Lionel Jospin. Ahí pudo acabar su carrera política pero el presidente perdonó a Villepin y mantuvo a su lado a quien había confiado en él en sus horas más negras de la campaña presidencial de 1995.

El nuevo primer ministro francés, casado y padre de tres hijos, es un devoto de la aventura napoleónica. Él mismo es autor de varios libros, incluido Les Cent Jours ou l'esprit de sacrifice, elogiado por la crítica". "Los asuntos cotidianos le aburren, la mediocridad le deprime y la adversidad le da bríos", ha dicho de él el presidente de la conservadora UMP, Nicolas Sarkozy, el otro nombre que sonaba con fuerza para liderar el Ejecutivo y que ahora esperará su turno para asaltar el Palacio del Elíseo agazapado desde su nuevo cargo de ministro de Estado.

Curiosamente De Villepin nunca se ha sometido al veredicto de unas elecciones. Es la tercera vez que algo así sucede. Los dos anteriores primeros ministros designados sin haber pasado anteriormente por la criba del sufragio universal son Georges Pompidou, escogido en 1962 por Charles de Gaulle (al que sucedería en 1969), y Raymond Barre, nombrado en 1976 por Valéry Giscard d'Estaing. Sus rivales afirman precisamente que su perfil aristocrático y el hecho de que nunca le hayan avalado por las urnas lo desacreditan para reducir la brecha abierta entre las élites del país y los más pobres.

Dominique de Villepin, hoy a su llegada a un encuentro con periodistas en la Asamblea Nacional.
Dominique de Villepin, hoy a su llegada a un encuentro con periodistas en la Asamblea Nacional.AP

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