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ENTREVISTA

Yayo Herrero, activista: “La crisis climática está llevando a una nueva lucha de clases”

La antropóloga e ingeniera técnica madrileña sostiene que el capitalismo es una cultura condenada al suicidio. El cambio en el que confía requiere de una transformación radical

Yayo Herrero
Mar Padilla

Sucede como en el título de la serie de televisión, Nadie quiere esto, pero no podemos esconder la cabeza durante más tiempo. Los ensayistas Ulrich Brand y Markus Wissen llaman “modo de vida imperial” a este sinsentido de funcionar a costa de la naturaleza, de otros seres vivos y de las generaciones futuras. Según Yayo Herrero (Madrid, 1965), es hora de decidir si hacemos clic y optamos por ser agentes de transformación, o si nos dejamos doblegar por una mutación que lleva “a la disolución de parte de los vínculos y relaciones que permiten ser humanos”, escribe en Metamorfosis (Arcadia, 2025).

Como Angela Davis, Herrero también cree que la esperanza es una forma de organización vital. Y en eso anda desde hace décadas esta antropóloga e ingeniera técnica —además de autora de una decena de libros de ensayo y profesora en la Universidad de Barcelona y en la de Cantabria—, participando en encuentros en pueblos, ciudades, en asambleas y escuelas, escuchando, hablando, investigando y trabajando en comunidad para afrontar la crisis climática y dinamizar políticas participativas. Lo explica ante un café de máquina en un hotel del Born, en Barcelona.

Pregunta. Estos días estamos recordando la dana, viendo los destrozos del huracán Melissa. Y usted afirma que la emergencia climática tiene que ver con que, en cierto modo, la religión, la filosofía y la ciencia nos han “vendido” la idea de que no somos animales, de que somos ajenos a la tierra y de que merecemos la inmortalidad.

Respuesta. Es un relato propio de algunos marcos culturales, pero no todos. Otros son muy conscientes de sus dependencias, de que su vida está muy ligada a lo que pasa con el resto de la trama. Y no hace falta irse a pueblos originarios para darse cuenta. Yo vivo en el valle de Cabuérniga (Cantabria), y allí la gente sabe muy bien lo que está pasando, lo que significa que haya sequía o que lleguen insectos con nuevas enfermedades. Pero, en general, nos hemos criado en un marco cultural que mira la tierra desde fuera o por encima, y eso está en el corazón de muchos problemas que tenemos con el capitalismo.

P. Dice que el capitalismo es un avatar del patriarcado.

R. Sí, eso lo explica Maria Mies, una economista imprescindible. El patriarcado es mucho más que los hombres cobren más y tengan mejores curros que las mujeres. Construye un sujeto ideal que se percibe a sí mismo desconectado y no dependiente de la tierra, desconectado y sin obligaciones con otras personas, incluso desconectado de sí mismo. Y eso es vivir en la abstracción, otorgándose el privilegio de no tener que ocuparse de las vidas concretas. Es una falsa emancipación que funciona violentando lo que te sostiene vivo: la naturaleza, otras personas. Y al no otorgar valor a lo que te sostiene, su modelo económico reduce toda la organización de la vida en común a una acción: la extracción del dinero. El capitalismo es una cultura condenada al suicidio, una doctrina en la que todo puede ser sacrificado con tal de que la economía crezca, sea el ciclo del agua, las tareas comunitarias o la regulación del clima.

P. Mucha gente lucha contra la crisis climática, pero también hay negacionistas. Y hay polarización. ¿Estamos, como apuntaba Bruno Latour, ante una lucha de clases ligada a la ecología?

R. La lucha de clases no se acabó y ahora la crisis climática lleva a una nueva lucha de clases de tipo ecosocial. Cuando asistimos a la influencia de la emergencia climática, el extractivismo, lo que vemos es que los que lo sufren más son la gente más vulnerable y empobrecida. Por eso al ganar Trump lo primero que miró es dónde están los minerales, el petróleo, el agua. Son dinámicas interimperiales que se dan entre potencias, Estados Unidos, China, Rusia…, que miran cómo gestionar esos recursos declinantes. Es una guerra abierta contra la vida, y ante eso hay quien actúa como si sobrara gente, y hay quienes quieren —queremos— construir una forma de vida en común en la que quepamos todos. Es factible, pero requiere una transformación radical.

P. En breve se celebra la 30ª Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. ¿Cree que ayuda en esa transformación?

R. Estamos viviendo un proceso de vuelta a la refosilización, a una especie de neocolonialismo verde. Brasil es un territorio acosado, donde se dan procesos de expulsión de población por los materiales, y duele un poco la parafernalia de la cumbre ante un proceso de tal brutalidad.

P. Eso es ir para atrás, y da miedo mirar hacia delante. ¿Sufrimos futurofobia?

R. Yo no siento miedo ante el futuro, hoy es el futuro de antes de ayer. Lo que sí me da miedo es la futurofobia o la ecoansiedad de los jóvenes. Hablo mucho con ellos y veo que su angustia viene por la inacción que ven en tantos adultos ante presentes tan violentos.

P. Usted tiene experiencia política en la plataforma de Sumar. ¿Cree que para afrontar el futuro es hora de reformular el sistema democrático?

R. Sí, hay que reconstituir y fortalecer la democracia. Ir a la base, contar con la gente, hablar de los problemas abiertamente. Vivimos en un sistema que infantiliza a la gente. Y es un sistema demasiado frágil, en proceso de descomposición, que habla mucho de derechos humanos y garantías democráticas, pero mucha gente pierde su casa, trabaja muchas horas y no llega a fin de mes. Eso lo aprovecha la extrema derecha, y está el peligro de derivar en más autoritarismos. O en un fascismo del fin de los tiempos, como dice Naomi Klein. No es casual que se ataque a movimientos como el ecofeminismo, que pone el acento en las lógicas de interdependencia entre personas, porque lo que busca ese fascismo del fin de los tiempos es la disolución de cualquier relación de apoyo mutuo, simpatía o solidaridad.

P. Frente al odio, el resentimiento o la desconfianza, usted habla de las alegrías de vincularse a movimientos ciudadanos. ¿Cómo profundizar en eso?

R. Los ámbitos educativos son muy importantes, y no me refiero solo a escuelas o universidades. Están también, por ejemplo, las asociaciones de vecinos, que hace muchos años pusieron en marcha su propia utopía. Eran lógicas de cooperación que se dieron en contextos muy hostiles, con el franquismo aún en funcionamiento. Y algo parecido sucedió en el 15-M. En las plazas se vivieron procesos de pedagogía política aceleradísimos. Y yo me pregunto si hubiera podido existir la República si no llega a ser por las misiones pedagógicas. En la experiencia colectiva surgen cambios que marcan. En un instituto de Valencia pregunté a un grupo de adolescentes qué les había marcado de su implicación por la dana, y algunos explicaron que habían comprendido que formaban parte de una comunidad. Uno reconoció que lo que más le había impactado fue darse cuenta de que “cuando haces lo que hay que hacer te sientes bien”, y otro dijo que el momento más feliz en su vida había sido cuando ayudó a su padre a rescatar a un señor, lo subieron a la furgoneta de la familia y los vecinos los iban aplaudiendo por el camino.

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Sobre la firma

Mar Padilla
Periodista. Del barrio montañoso del Guinardó, de Barcelona. Estudios de Historia y Antropología. Muchos años trabajando en Médicos Sin Fronteras. Antes tuvo dos bandas de punk-rock y también fue dj. Autora del libro de no ficción 'Asalto al Banco Central’ (Libros del KO, 2023).
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