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Un esclavo parlanchín siempre disponible: cómo afecta la IA a nuestras relaciones personales

La IA nos obedece y nos da la razón. ¿Puede eso hacer que cambie nuestro trato con compañeros de trabajo, familiares y amigos? ¿Será más difícil encajar un no?

Cómo afecta la IA a nuestras relaciones personales

“Interesante pregunta. Por supuesto. Tienes razón. Gracias”. Las diferentes tecnologías que componen lo que a día de hoy conocemos como inteligencia artificial generativa ya forman parte de nuestras relaciones no humanas. Acurrucados por el tecnooptimismo, nos dejamos caer en una pantalla en blanco abierta a cualquier petición comunicativa. Este nuevo compañero de aventuras puede ser nuestro aliado en una noche de estudio, recibir insultos o apaciguar tensiones sexuales solitarias. Nada le afecta, todo le parece bien.

En una sociedad cada vez más individualista y aislada, la IA va adquiriendo protagonismo en nuestro día a día por su rapidez y disposición sin rechistar. Una muchacha de Yerma, la obra de Ferderico García Lorca, lo tenía claro: lo único que había aprendido en la vida era que “toda la gente está metida dentro de sus casas haciendo lo que no les gusta”. En nuestras casas o en ese universo propio al que tenemos acceso a través de nuestro teléfono, encontramos un refugio vacío lleno de estímulos creados especialmente para cada individuo, accediendo a una visión del mundo sesgada, manipulada y ficticia, compuesta para hacernos pasar más horas haciendo sin hacer, saliendo del paso, intentando solventar la vida. Todo ello deja un regusto de control y poder a golpe de yema, a pesar de que tenemos que consentir una serie de normas que no podemos cuestionar.

Si le preguntamos a ChatGPT qué es ChatGPT, contesta con soltura: “ChatGPT soy yo”. No repara en que es también una suerte de aplicación esclava a la que tenemos acceso aparentemente de forma inocua. En una conversación telefónica, Aurora Gómez, psicóloga sanitaria experta en comportamientos digitales, explica que la IA generativa “cubre nuestra necesidad de que nos den la razón”, un tipo de sirviente por el que no sentimos empatía, que alimenta un “sesgo de confirmación” gracias al cual cada quien recibe lo que quiere oír. Por ello, si estos asistentes nos dan la razón siempre, acceden a nuestras órdenes y practican de forma activa la sumisión, ¿cómo nos relacionaremos con quienes tienes su propia visión de los asuntos? ¿Seremos capaces de soportar que alguien nos diga que no?

Este cambio que trae consigo la inteligencia artificial no es totalmente nuevo. Según Ruth A. Dávila, doctora en Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, esta puede tener su origen en la revolución industrial con las máquinas que permitieron la automatización del trabajo, que también convirtieron, como apuntó Marx, a la clase obrera en un “apéndice” de ellas. Con estos otros aparatos que hemos incluido en nuestro día a día y las aplicaciones que nos interrumpen, lo único que conseguimos es “hablar con nosotros mismos”. También añade durante la videollamada que hoy por hoy “resulta muy fácil utilizar la tecla delete, borrar a la gente y si te veo ni te conozco. La tecnología está teniendo un uso social y cultural para modificar la forma en la que nos relacionamos entre las personas”.

El también doctor en Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM Rodrigo A. Cardoso-González nos cuenta en un intercambio de correos electrónicos que actualmente consideramos a la IA como el “genio de la lámpara, una entidad que asociamos con los antiguos oráculos rodeada de un misticismo y opacidad”, idealizada y que debemos cuestionar. En un estudio que realizó entre adolescentes tras la vuelta a las clases después del confinamiento, estos dieron cuenta de “las dificultades que tuvieron para recuperar la confianza al interactuar en situaciones cotidianas y también al enfrentar lo presencial como algo desconocido, donde pierden una capacidad de control que sí tienen en la interacción mediada”,

En la conversación con la escritora Ursula K. Le Guin —”Las artes de vivir en un planeta herido” recogida en La conexión infinita (editorial Continta me tienes)—, la filósofa Donna Haraway define la tecnología punta como aquella que se utiliza para “ejercer dominación”, y esto es algo que también define la esencia de la inteligencia artificial, los algoritmos de las redes sociotecnológicas y la apropiación de nuestra privacidad, todo ello diseñado para, y esto no es ningún secreto, hacernos cada vez más dependientes de su uso.

Jacinto G. Lorca, sociólogo y doctorando de la Universidad Complutense de Madrid, nos explica por teléfono que estos nuevos mecanismos “están diseñados para complacer siempre al usuario, ya que responden a la lógica de un capitalismo digital de plataformas que busca que la sociedad use cada vez más este tipo de aplicaciones y así conseguir un beneficio económico para las empresas”. Son tan adaptativos que también pueden tratarnos mal si eso es lo que queremos. El creador Víctor Balcells añade por correo electrónico que “existen modelos como GPT-3 o incluso otros más antiguos que, fácilmente, con el entrenamiento adecuado pueden ser realmente hostiles o rudos”.

La vida en solitario es cada vez más común: el porcentaje de personas que no comparten casa se ha multiplicado por ocho en los últimos 50 años, según un estudio elaborado por el Observatorio Demográfico CEU-CEFAS. Al mismo tiempo, vemos cómo aumenta la presencia en las redes de memes en los que se elogia a ChatGPT como “el que resuelve todos mis problemas y siempre me trata bien”, a quien acudo cuando “no tengo a quien contarle mis problemas”. Si cruzamos estos dos hechos, puede que en un futuro próximo no necesitemos confrontarnos con nadie, algo que, aunque pueda parecer positivo, no nos traería nada bueno.

Evitar conflictos con quien tenemos cerca conlleva el empobrecimiento de nuestra vida en sociedad. Según Ángeles Gordillo, formadora certificada en Comunicación No Violenta, “si consideramos el conflicto como un síntoma de que tenemos necesidades no cubiertas que debemos atender para buscar estrategias que las tengan en cuenta, el conflicto se convierte en una oportunidad de desarrollo tanto grupal como personal. Gracias a él se crean y mejoran comunidades, porque siempre nos va a dar la oportunidad de escuchar a todas las partes y crear estrategias comunes”. Por su parte, Aurora Gómez argumenta que para protegernos como humanidad debemos tomar decisiones colectivas sobre hasta dónde debemos acceder a imposiciones digitales.

En la conversación citada, Le Guin lanza una premisa esperanzadora de la que actualmente nos encontramos muy lejos: “La gente que vive en una sociedad muy estable que no tiene una tecnología del crecimiento, que no es un capitalismo expansivo, sabe cómo hacer la mayoría de las cosas, así que no están todo el día buscando información sobre ellas”. El uso de la inteligencia artificial puede ser un alivio en nuestra vida frenética, pero es también un mecanismo de control y fragmentación social, una gran máquina capaz de generar un número incontable de soledades.

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