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Trabajar cansa
Columna
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Una manifestación por Europa

Es algo sencillo pero espectacular, reconfortante, físico, real, en este momento de parálisis emocional, como cuando te sacude una desgracia. Ni en una de ‘Blade Runner’ habría imaginado ver un vídeo como ese que hemos tenido que ver

Gaza
Un grafiti que representa la reconstrucción de Gaza, pintado sobre un muro levantado por Israel en Belén (Cisjordania).HAZEM BADER (AFP / GETTY IMAGES)
Íñigo Domínguez

Esto del título, hacer una manifestación por Europa, no es una idea mía, pero me di cuenta de que lo pensaba solo cuando lo leí en otro sitio, como si fuera una idea mía que no sabía que tenía. Es una propuesta de un columnista del diario italiano La Repubblica, Michele Serra, con el que suelo estar de acuerdo. Ahora también, así que secundo la idea, se la copio, con el limitado eco que puedan tener estas líneas. Sentí que es algo sencillo pero espectacular, reconfortante, físico, real, en este momento de parálisis emocional, como cuando te sacude una desgracia, una trágica noticia, un grave accidente ocurre delante de tus ojos. Ni en una de Blade Runner habría imaginado ver un vídeo como ese que hemos tenido que ver, que será la vergüenza de la Casa Blanca durante décadas. Un Marina d’Or sobre las ruinas y los 48.000 cadáveres de Gaza, un presidente de Estados Unidos que se ve a sí mismo como una estatua de oro gigante, el hombre más rico del mundo tirando billetes a la hora de las cañas.

Si todo se juega hoy en política en las emociones, la única reacción que se me ocurre es esa, sentir la emoción de estar todos juntos en esto, en un momento tan oscuro en el que nos hacemos tantas preguntas, del camarero del bar a tu primo el abogado, y en el que nadie parece dar respuestas, cuando la respuesta, para empezar, somos nosotros. Se supone que tenemos que estar calladitos flipando ante nuestros móviles, poniendo caritas con emoticonos, desahogándonos en nuestros grupitos de WhatsApp, haciendo memes para desdramatizar. Desorientados en el caos para dejar todo en manos de quien dice que lo tiene todo clarísimo. Aunque usted no sea de manifestarse, de dejar de hacer algo el domingo para ir a una protesta, buscar una bandera porque ni sabe dónde se compran las banderas (yo tampoco), seguro que alguna vez en su vida, en momentos trascendentales, ha sentido que reventaba si no salía de casa a decir “no”, pero en mogollón, con un río de gente que estaba seguro de que pensaba lo mismo. Bien, pues esta es una de esas ocasiones.

Millones de ciudadanos en todas las ciudades de Europa, a la vez, en decenas de idiomas, con banderas de Europa y de todos los países, diciendo lo mismo: que creemos en esto, en nuestro modo de vida, en esta imperfecta, compleja y fabulosa democracia, cuando estamos rodeados de matones que nos amenazan y se ponen chulos. Más que nada porque en este magma ideológico amorfo en el que nos movemos, ves ahí arriba a quienes nos gobiernan y percibes que tampoco tienen ni idea del suelo que pisan, no saben si estamos ahí, ya no saben leer bien qué demonios está pensando la gente. Tal vez necesiten una señal para espabilar, para creérselo. Y sobre todo para establecer una prioridad colectiva, porque los egoísmos son trending topic, también en el ámbito nacional, cada bando se levanta por la mañana simplemente pensando a ver qué dice o hace para seguir en el poder u obtenerlo. Que convoquen la manifestación todos los partidos, a ver si son capaces. Da igual si usted es de derechas o de izquierdas, de pueblo o de ciudad, del Real Madrid o del Barça, o de otro equipo, es más, mucho mejor si cada uno es de su padre y de su madre, nació aquí o vino a trabajar, porque hay una cosa que tenemos en común: somos europeos, y una de las pocas cosas que podemos agradecer a Trump, a Putin, al imperio chino y al austrohúngaro (Berlanga estaría orgulloso de mí) es hacernos sentir por primera vez lo europeos que somos. Aclaro, para evitar confusiones, que esto no implica tener que ver Eurovisión, todavía hay límites.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Corresponsal en Roma desde 2024. Antes lo fue de 2001 a 2015, año en que se trasladó a Madrid y comenzó a trabajar en EL PAÍS. Es autor de cuatro libros sobre la mafia, viajes y reportajes.
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