Trump: unidad de acción política, financiera, tecnológica, judicial y militar, como nunca antes
EE UU y China activarán la “trampa de Tucídides” para determinar la potencia hegemónica
Más allá de cisnes negros, cada vez más frecuentes, el futuro inmediato dependerá ante todo de lo que ocurra en EE UU a partir del 20 de enero. El peculiar presidente republicano, Donald Trump, va a gobernar en el interior de una burbuja de “plutocratización”: habrá unidad de acción entre el poder político, el financiero, el tecnológico, el judicial, el militar y parte del mediático. Con ella, EE UU se va a enfrentar a la llamada “trampa de Tucídides”: cuando la posición hegemónica de una gran potencia se ve amenazada por una potencia emergente (China) existe la posibilidad del estallido de un enorme conflicto entre ambas.
La guerra inicial que se vislumbra va a tener su protagonismo en los ámbitos comercial y tecnológico (a no ser que ocurra algo en Taiwán, lo que también tendría efectos económicos colaterales). La principal idea-fuerza de las “maganomics”, como se empieza a conocer la política económica anunciada por Trump, se sustenta antes que nada en el proteccionismo económico: no solo “nosotros” estamos enviando empresas y puestos de trabajo a través de nuestras fronteras (la deslocalización, concepto pasado de moda), sino que “ellos” están viniendo para quedarse con las industrias, los servicios y los empleos, y en definitiva con el bienestar de los ciudadanos americanos.
Hace pocos días, Trump usaba su propia red social (Truth Social) para lanzar un mensaje de lucha a los europeos: “Le he dicho a la Unión Europea que debe compensar el tremendo déficit con EE UU mediante la compra a gran escala de nuestro petróleo y gas. De lo contrario, ¡¡¡aranceles hasta el final!!!”. Según numerosos economistas, la desglobalización creciente, orientada a preservar en su sitio las fábricas del siglo XX, será contraproducente ya que paralizará (o hará más lento) el comercio esencial en los mercados de servicios, tecnológicos, datos, información, capitales, inversión y mano de obra. Los más alarmistas incluyen en su análisis la denuncia de que esa desglobalización obstaculizará el crecimiento, inhabilitará los instrumentos tradicionales para hacer frente a las enormes deudas (públicas y privadas) y engrasará los raíles primero de la inflación y a continuación de la estanflación (estancamiento con subidas de precios).
El proteccionismo convertido en industria dentro de una creciente rivalidad entre EE UU y China, que margina al resto de las zonas geográficas del planeta. Las dos principales economías erigiendo barreras al comercio de bienes y servicios, lo que repercute en el resto de agentes comerciales del mundo, amigos o adversarios. Por esta circunstancia, y otras que se multiplican a nuestro alrededor, es por lo que la joven revista europea de matriz francesa Le Grand Continent habla del “retrato de un mundo roto” en su último número de papel, en el que su coordinador, el politólogo suizo-italiano Giuliano de Empoli, desarrolla la idea de un mundo cada vez más fragmentado. La globalización se deshace y las fuerzas del neoliberalismo, que se creían imparables y que impulsaron durante décadas el incremento del comercio, se tambalean y pueden acelerar esa tendencia bajo las nuevas normas de juego de Trump, si hace lo que dice.
El economista Nouriel Roubini se pregunta en su último libro si los últimos 75 años han sido un paréntesis en la historia de la humanidad, si esos tres cuartos de siglo nos han convencido de que las próximas décadas solo podían transitar por el mismo camino (Megamenazas, Deusto). ¿Y si hemos olvidado las lecciones de la historia de hace un siglo? En las primeras cuatro décadas del siglo XX el mundo se enfrentó a la Gran Guerra; luego a la mortífera pandemia de la gripe española; después a la primera desglobalización y a los brotes de hiperinflación y, más tarde a la Gran Depresión. Todo ello condujo el surgimiento de regímenes populistas militantemente agresivos. Ello finalizó en la II Guerra Mundial.
Ahora pronostica Roubini lo que los economistas denominan un “equilibrio de Nash”: un entorno en el que el interés propio supera al interés común, la cooperación fracasa y los resultados no cooperativos perjudican gravemente a todos. No en vano, es conocido como “doctor fatalidad”.
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