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Trabajar cansa
Columna
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Cuando una princesa te pide que confíes en ella

Esa petición de confianza es la esencia del asunto, implica que promete portarse bien. Porque es una lotería, y solo queda rezar, como es tradición, para que no salga un rey golfo o un panoli

Leonor de Borbón
La Princesa de Asturias, Leonor, saluda desde el vehículo que la conduce a la jura de la Constitución, el pasado 31 de octubre, en Madrid.OSCAR DEL POZO ( AFP / GETTY IMAGES )
Íñigo Domínguez

La frase de la princesa Leonor fue esta: “Les pido que confíen en mí”. Muy bien, pero… ¿por qué? No la conocemos de nada y solo tiene 18 años. Lo poco que le hemos oído son discursos quizá escritos por otra persona. Si saliera mi vecino y dijera lo mismo estaríamos igual de perplejos, preguntándonos quién es ese señor que va a ser el jefe de Estado. No es lo único que causa extrañeza. Solo ver un Rolls ya piensas: esto no es normal. Esa petición de confianza es la esencia del asunto, implica que promete portarse bien. Porque es una lotería, y solo queda rezar, como es tradición, para que no salga un rey golfo o un panoli. En realidad, también son una lotería los gobernantes que elegimos, por mucho que creamos conocerlos, pero esa es otra historia.

Una monarquía no tiene mucho que ver con la democracia, ellos lo saben, nosotros lo sabemos. Es raro. Todo lo que hacen es para hacérselo perdonar, y los demás ponemos de nuestra parte para disimular. En esto veo un gran esfuerzo de cortesía y urbanidad, que tiene algo enternecedor. Me gusta cuando la gente se esfuerza por ser educada. Se veía en el Congreso el otro día, no es posible que tantos adultos se crean realmente esa función, pero es como los ateos cuando van a un acto al Vaticano, ya que estás allí disfrutas de un espectáculo de otra época. Aunque es verdad que lo peor es ese ambiente de pelotas, tanta crónica tan poco sincera.

La parte de los ciudadanos, aparentar que esto es normal, es la que me parece más fácil. Es la vida de la familia real la que es trágica. Imagino que una princesa se indignará a veces, aún más en la adolescencia, pensando por qué no puede ser veterinaria, o hacer parapente, o llegar borracha y sola a casa. Ni siquiera puede tener un rollo de una noche sin que sea cuestión de Estado y le obligan a hacer la mili. Son como de otro mundo, unos elfos que están entre nosotros, más guapos, más altos, más educados, mejor vestidos. En cuanto se percibe que tienen nuestros defectos nos preguntamos para qué están ahí, o incluso dónde, sobre todo si están en Botsuana cazando elefantes. Son, somos, prisioneros de una ficción que sigue en pie, de una inercia histórica que a muchos les parece mal, pero que no tiene fácil solución, o a mí no se me ocurre, sin que se arme un lío tremendo. Rehuimos los dramas, salvo que sean ineludibles, y por ahora lo vamos eludiendo, porque además estas personas parecen simpáticas y están calladitas, esa es su salvación. Todo país tiene un parte irracional. No estoy en contra de todo lo anacrónico, yo mismo lo soy.

Ahora bien, todos nos lo creeríamos más si al menos resolviéramos otras cosas increíbles. En el mismo paquete cerrado de la Transición que hemos asumido hay cosas espantosas. Casualidad, hemos sabido algo de una terrible a los dos días de la jura de Leonor, gracias a dos periodistas de este diario: han encontrado al asesino del estudiante Arturo Ruiz, muerto a tiros en 1977 con 19 años, más o menos la edad de Leonor. Estaba escondido en Argentina. Escapó con ayuda de las fuerzas de seguridad y es difícil de creer que alguien en el aparato del Estado, ese en quien debemos confiar, no supiera dónde estaba. Esto es una gran vergüenza para España. La familia Ruiz, rota por aquel crimen, lleva medio siglo pidiendo respuestas y justicia. Pero luego nos tenemos que creer lo otro, el Toisón de Oro y san Pedro bendito. Un Rolls también para esta familia y que alguien les reciba para darle explicaciones. Me gustaría poder confiar en ello, incluso quitando el Rolls.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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