La loca guerra del profeta Isaías
Si a mí, sentado en mi casa de Madrid y que me puedo ir a tomar algo para olvidarme de que el mundo está fatal, me resulta insoportable lo que pasa en Gaza e Israel, no quiero ni pensar en la gente desesperada del mundo
En 2005 pasé una temporada en Sri Lanka. En un pueblo musulmán, minoría de la población, rodeado de tropas budistas en una terrible guerra civil. Hice amistad con un joven, buena persona, muy quemado con la situación de los musulmanes en su país, veía además una persecución global contra ellos. Un día llegó muy alterado por algo que había visto en la tele: unos soldados acababan de matar a miles de musulmanes en Europa. Alarmado, me lancé a internet. No encontré nada. Al cabo de un rato llegué a comprender que hablaba de la matanza de Srebrenica, que fue en 1995 pero era noticia por el décimo aniversario. Para este hombre, en su desinformación, ocurrió en ese momento. Quise explicarle la guerra de Bosnia y empecé por la descomposición de la URSS. Y respondió: “¿La URSS?”. No sabía lo que era. Era increíble lo cabreado que estaba y lo poco que se enteraba. Pero le bastaba con poco: su dura vida diaria y algunas noticias que vete a saber de dónde le venían. Menos mal que era buena persona.
Si a mí, sentado en mi casa de Madrid y que me puedo ir a tomar algo para olvidarme de que el mundo está fatal, me resulta insoportable lo que pasa en Gaza e Israel, no quiero ni pensar en la gente desesperada del mundo. Y ya casi peor estar informado que desinformado, esta realidad hace superflua la peor desinformación. Hasta es un problema partir de verdades aceptadas. El secretario general de la ONU, António Guterres dijo el martes algo que cualquiera con sentido común suscribiría. Tras condenar sin rodeos a Hamás, añadió: “También es importante reconocer que los atentados de Hamás no se produjeron en el vacío. El pueblo palestino lleva 56 años sometido a una ocupación asfixiante”. Entonces Israel le acusó de justificar el terrorismo y revocó los visados de la ONU. “Ha llegado el momento de enseñarles una lección”, concluyó su embajador, y eso que Israel se ha pasado la vida incumpliendo resoluciones de la ONU.
La clásica, interesada, confusión entre justificar y explicar. Guterres trataba de explicar, buscar un punto de partida. Para rebatirle habría que sostener que este terrorismo sale del vacío y la ocupación no tiene nada que ver. Ver es el problema. El escritor israelí David Grossman escribió un hondo artículo en primavera por el 75 aniversario de la fundación de Israel: “Hay un elemento que forma parte sustancial de la formación de la identidad de Israel: la indiferencia casi total de la mayoría de los israelíes ante la ocupación del pueblo palestino y sus tierras desde hace más de 55 años (…) Debemos preguntarnos si esa barbaridad, olvidar la ocupación y borrarla de la conciencia israelí, es algo que podamos pasar por alto”. Y proseguía: “Repugnan la euforia y la arrogancia que veo en ciertos círculos del judaísmo actual y las fusiones con grilletes que me aprietan cada vez más: la fusión de la religión con el mesianismo, de la fe con el fanatismo, de lo nacional con lo nacionalista y lo fascista”. Por alusiones, pasemos a Netanyahu, que el miércoles planteó la guerra como una forma de hacer realidad la profecía de Isaías: “Nosotros somos el pueblo de la luz y ellos son el pueblo de la oscuridad, y la luz triunfará sobre las tinieblas”. También muy notable este otro desfase temporal, la línea política la marca un señor del siglo VIII antes de Cristo. Que, por cierto, también es profeta para el Islam. Pero Isaías también dijo (5.20): “¡Ay de los que llaman al mal bien y al bien mal, que tienen las tinieblas por luz y la luz por tinieblas!”. Profeta Isaías, allá donde estés, haz algo, a ver si a ti te hacen caso.
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