Mantenella, sostenella o defendella
Hoy circulan las tres versiones, pero gana estadísticamente el uso de ‘sostenella’ frente al ‘defendella’ del siglo XVII
El dicho “con la Iglesia hemos topado” forma parte de las locuciones populares y se aplica a situaciones en que algo poderoso se interpone entre una persona y sus deseos; a menudo la propia Iglesia.
Pero se equivocará quien la atribuya textualmente al Quijote. En efecto, cuando Sancho y Alonso Quijano se afanan en encontrar el palacio donde sin duda vive Dulcinea y avanzan a oscuras (“media noche era por filo”), el caballero toca un muro y dice: “Con la iglesia hemos dado, Sancho”.
Por tanto, ahí la oración carece de doble sentido: no significa que la Iglesia, como institución, se oponga a algo, sino que ambos personajes han encontrado la iglesia —con minúscula— de El Toboso. La sabiduría de los hablantes añadió con el tiempo esa segunda intención tan apropiada para muchos casos.
Algo parecido ocurrió con “sostenella y no enmendalla”, cuya invención se atribuye a Guillén de Castro en su obra Las mocedades del Cid (1618), donde se escenifica cómo el conde Lozano prefiere batirse en duelo antes que reconocer un error: También el tiempo la corrigió, porque aquel verso decía: “Esta opinión es honrada. / Procure siempre acertalla / el honrado y principal, / pero si la acierta mal, / defendella, y no enmendalla”. (Defendella; que no sostenella, pues).
Curiosamente, durante siglos nadie volvió a escribir esa locución. O al menos no en ninguna de las obras volcadas a miles en el corpus académico y en los libros digitalizados por Google. Hasta que en 1905 la recoge Unamuno, en Vida de Don Quijote y Sancho, con cita correcta del original.
Los usos de nuestro más habitual ”sostenella y no enmendalla” llegarían a principios del siglo XX. Hallo el primero, con el auxilio de Google, en 1916. Un texto de Ramiro de Maeztu en la muy difundida revista madrileña Nuevo Mundo incurre en el error de colocar sostenella en el lugar de defendella al transcribir en una cita los versos originales de Guillén de Castro. Quizás ahí empezó la deriva, en la que caerían años más tarde autores como Pedro Laín Entralgo (1976) o Francisco Umbral (1991), lo cual tal vez sirvió para canonizarla como frase hecha (ambos la escriben sin remitirla a la obra del siglo XVII).
La variante con mantenella aparecerá en los años treinta. Y la emplea en 1937 el poeta anarquista Antonio Agraz: “Mantenella y no enmendalla”, / célebre empeño español / causante de mil desgracias”.
Hoy vemos que circulan las tres versiones: defendella –la original –, mantenella y sostenella (la parte de “no enmendalla” sigue firme a través de los siglos). Actualmente gana por poco en las estadísticas el uso de sostenella, mientras que defendella ocupa el segundo lugar, sin que mantenella ofrezca apenas presencia (la relación es de 7, 6 y 2).
En algunos textos apresurados se ha atribuido la versión actual (sostenella) a la desternillante obra La venganza de Don Mendo (1918), de Muñoz Seca. Pero “no tal” (como diría su protagonista), aunque abunden en esa comedia formas parecidas, aplicadas a la pérfida Magdalena: “¡Juro a Dios que he de miralla / y escuchalla sin vendella! / Mas si juré no perdella, / también vengarme juré / en la infausta noche aquella”. (…) “Que de estar enamorada / mi venganza tendría efeto, / pues que podría, discreto, / herirla de una balada / y matalla de un soneto”.
Ante lo cual aclararíamos nosotros a continuación, y aunque ello empeorase la calidad poética: “No fue cuchillo tremendo / el lanzado a aquella arpía, / sino un verso de batalla. / Mas mejor le quedaría / a ese menda de don Mendo / enmendalla y no matalla”.
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FE DE ERRORES
El personaje de La Venganza de don Mendo citado en este texto se llama Magdalena, y no Margarita como apareció en una primera versión.
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