El interregno de los monstruos
Se cumplió, en un contexto distinto al de 1848, la frase de Karl Marx: todo lo sólido se desvaneció en el aire
Qué lejano parece aquel otro enero, el de 2007. El entonces presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, predecía que en poco tiempo España superaría a Alemania en renta per capita. La famosa “exuberancia irracional”, en frase de Alan Greenspan, presidente de la Reserva Federal, se había adueñado de todo: el dinero corría barato, se construía a un ritmo frenético, los bancos concedían hipotecas delirantes que luego troceaban y vendían, camufladas como bonos, a sus clientes. Y al fin, en 2008, aquello reventó. El sistema neoliberal nacido hacia 1980 terminó como había de terminar: como una gran estafa.
Cuatro sucesos han determinado el rumbo del siglo XXI. Los atentados de 2001, la Gran Recesión en 2008, la pandemia en 2020 y la guerra de Ucrania, que empezó en 2014, pero tuvo efectos planetarios a partir de 2022, con el ataque ruso a todo el territorio ucranio.
Aún no sabemos cómo evolucionará la guerra. De momento, pese al enorme riesgo del conflicto, nada ha sido tan dañino para las democracias liberales como la Gran Recesión. Pensémoslo un momento. Fallaron las instituciones, todas, y eso erosionó su prestigio. Fueron las rentas más bajas las que pagaron la mayor parte de la crisis, y eso agravó las desigualdades. En Europa, los dos países donde más se amplió el abismo entre ricos y pobres fueron Reino Unido y España. Ni en Grecia fue la cosa tan exagerada.
No es casualidad que en el Reino Unido se convocaran dos referendos, uno sobre la independencia de Escocia (2014) y otro en 2016 sobre la salida de la Unión Europea, con las consecuencias conocidas: la política y la economía británicas no dejan de devaluarse. Tampoco es casualidad que en España se derrumbara el bipartidismo y, sobre todo, que en Cataluña el independentismo saltara desde el ámbito folclórico a una relativa mayoría social. Las consecuencias son igualmente conocidas.
El desprestigio de las élites impulsó el populismo hasta niveles que no se conocían desde que, en 1929, la anterior Gran Recesión abrió camino a la mayor matanza de la historia humana. La demagogia se ha convertido en el rasgo dominante de la política contemporánea. Donald Trump no fue un accidente: en mayor o menor medida, ninguna democracia está libre de amenazas.
Se cumplió, en un contexto distinto al de 1848, la frase de Karl Marx: todo lo sólido se desvaneció en el aire.
Disponemos de perspectiva suficiente para calibrar la devastación causada por la Gran Recesión y para saber que sus consecuencias no han terminado. Vivimos una época de fragilidad institucional y fragmentación social. Lo interesante del asunto consiste en que el sistema neoliberal ha muerto (el intervencionismo de los Estados no deja de aumentar pese, paradójicamente, a su debilidad) y no ha sido reemplazado.
Los mecanismos fiscales siguen estafando a los más débiles, las nuevas generaciones no salen de la precariedad y la incertidumbre, los ricos son cada vez más ricos, el pesimismo y la nostalgia marcan nuestro tiempo. En palabras de Antonio Gramsci, “lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer”: estamos encallados en el interregno del que surgen los monstruos.
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