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Un asunto marginal
Columna
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La utilidad de la catarsis

Uno escucha encogido los alaridos en el Congreso sobre el comunismo y el fascismo y luego, al salir a la calle, siente alivio

Vox
El diputado de Vox Víctor Manuel Sánchez Del Real interviene en el debate de los PGE en el congreso de los diputados en Madrid, el pasado 24 de noviembre.ANDREA COMAS
Enric González

El espectáculo que con frecuencia ofrecen los hemiciclos españoles puede resultar, por llamarlo de alguna forma, estomagante. Pero tal vez sea útil para algo. Yo prefiero verle utilidad. Y encuadrar todas esas frases y situaciones grotescas, ofensivas, ridículas o misérrimas en un proceso de catarsis.

La catarsis es como una navajilla suiza. Sirve para muchas cosas.

Refiriéndose a la catarsis en el antiguo teatro griego, la Real Academia de la Lengua habla del “efecto purificador y liberador que causa la tragedia en los espectadores suscitando la compasión, el horror y otras emociones”. Cabe subrayar lo del “efecto purificador y liberador”. Pongamos, por ejemplo, Electra, de Eurípides. Clitemestra asesina a su marido, Agamenón, y se casa con Egisto (hijo de Pelopia, violada por su padre, Tiestes). Electra y su hermano, Orestes, matan a Clitemestra. Resulta obvio que la obra no acaba bien para nadie.

Pero los espectadores salen aliviados del teatro, porque a ellos no les pasan cosas tan tremendas, y más o menos convencidos de que la violación y el asesinato entre padres e hijos conllevan consecuencias indeseables.

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A mí me pasa lo mismo tras asistir a determinadas sesiones parlamentarias. Uno escucha los alaridos sobre el comunismo y el fascismo con el estómago encogido y luego, al salir a la calle, tiene una grata sensación de alivio: la guerra civil en los escaños era sólo una recreación, una tragedia con fines catárticos.

Otro asunto son el machismo y la estupidez, cualidades que suelen ir aparejadas y son, por desgracia, bastante habituales. Ahí no vale la catarsis de la tragedia griega. Lo aplicable es la catarsis en el sentido psicoanalítico: alguien afligido por un trauma reprimido lo representa, lo verbaliza, lo lleva a su propia conciencia y de alguna forma se libera de dicho trauma. No hacen falta espectadores. Aun así, vale la pena contemplar esas sesiones autopurificadoras.

Estoy convencido de que Carla Toscano expresó cosas muy íntimas cuando proclamó en la Cámara de Diputados que el único mérito de la ministra Irene Montero consistía en “haber estudiado a fondo a Pablo Iglesias”. Luego, en una red social, dijo que Montero defendía a los pederastas. Ignoro qué cosas ha sufrido en su vida Carla Toscano, pero soltar bilis de forma tan desgarrada tiene mérito y, según los creyentes en el psicoanálisis, un profundo efecto liberador.

Un señor llamado Víctor Sánchez del Real protagonizó esta semana una catarsis aún más tremenda, relacionada con una doble psicosis: esa de que la Guerra Civil no ha terminado (común en los dos extremos del arco parlamentario) y otra, más característica de un extremo, según la cual ETA sigue matando.

Vivir con esas psicosis ha de resultar muy duro. Con una espléndida gestualidad, este señor mostró su pecho descubierto a los milicianos comunistas (quizá al mismísimo general Líster, con las psicosis nunca se sabe) y su nuca a los terroristas etarras. Ahí estaba, presto a ser ejecutado por España o por lo que fuera. Como nadie le pegó un tiro, lo más probable es que Sánchez del Real concluyera su sesión terapéutica con un resultado positivo e incluso con una mayor capacidad para distinguir las cosas del pasado (por horribles y traumáticas que fueran) y las cosas del presente. Ojalá sea así.

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