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Punto de observación
Columna
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Mejor sin metáforas

La dichosa metáfora de Josep Borrell ha entrado como un tornillo en la cabeza de muchos ciudadanos. Pues bien, es falsa

IDEAS 16/10/22
Patricia Bolinches
Soledad Gallego-Díaz

Las metáforas en política suelen ser herramientas desafortunadas. No ayudan a comprender la realidad, sino que suelen distorsionarla y producir efectos secundarios indeseados. Por ejemplo, la utilizada estos días por el alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell, en un discurso, por otra parte notable, en la Fundación Carlos de Amberes sobre la situación en la Unión Europea y la guerra de Ucrania: “No podemos ser herbívoros en un mundo carnívoro”.

La dichosa metáfora ha tenido éxito mediático y ha entrado como un tornillo en la cabeza de muchos ciudadanos. Pues bien, es falsa. Para empezar, en la tierra, según la Enciclopedia Británica, hay bastantes más herbívoros que carnívoros. El problema con la frase es que, además, opaca el verdadero valor de la Unión Europea. “No basta con la relación comercial ni con la prédica de los derechos humanos ni con la prédica del orden basado en reglas”, prosiguió Borrell, “aunque no haya que abandonarlas”. La verdad es que, unida a la metáfora de marras, “la prédica” (que es una especie de sermón insistente y pesado) sonó secundaria y anticuada. Pero si algo es Europa y si hay algo por lo que merece la pena aumentar esas capacidades militares que pedía Borrell es precisamente porque la Unión es un extraño grupo de países que decidió comparecer ante la escena internacional con la convicción de que los intereses solo se pueden defender mediante el compromiso con unas reglas.

Poder es la capacidad de configurar la política mundial de acuerdo con tus intereses. Algunos pretenden tenerlo mediante una poderosa economía y un gran poder militar. Otros, como la Unión, lo pretenden mediante una poderosa economía y la presentación de unos valores o principios que atañen a la sociedad civil, unos límites con los que anuncia su total compromiso y con los que intenta convertirse en modelo alternativo. Algunos lo denominaron “poder blando”. Ese compromiso y esa convicción incluyen, desde luego, la voluntad de defenderlos si son atacados. Eso es lo que ocurre ahora con la invasión de Ucrania. La Unión tiene que defenderse porque, acudiendo a la magnífica y dolida expresión de Manuel Azaña, “yo no hago la guerra, me la hacen”. Y constata que sus capacidades militares no son suficientes para esa tarea.

La Unión necesita aumentar su esfuerzo militar porque, si la voluntad de Putin se impone en Ucrania, estarán en peligro esos límites y reglas que defiende, el fundamento de su propia existencia, en los que cree. Las capacidades militares están a ese servicio, no de retóricas militaristas. Al servicio no ya de que Putin sea derrotado, sino de que acepte sin reservas que la política internacional necesita reglas y límites, y que él está dispuesto a someterse a ellas como los demás países de su entorno.

No parece que ese reconocimiento esté cercano y, como anuncia el politólogo Iván Krastev, los próximos seis meses serán los más peligrosos para Europa. Para seguir ayudando a Ucrania, la Unión tendrá que mejorar sus propias capacidades militares, destinando más dinero a ese fin, pero tendrá que hacerlo sin olvidar que hay que seguir profundizando en las propias reglas y valores y avanzando en la unidad: mejor gobernanza, unión bancaria (con garantía común de depósito), Tesoro y armonización fiscal. El mayor peligro reside, probablemente, en que, agobiados por otras exigencias, se retrase o sepulte ese camino y la idea misma del poder europeo. Un poder que debe seguir siendo “blando” pero compatible con una poderosa autodefensa. Europa no hace la guerra, pero se defiende con energía cuando se la hacen.

El peligro del que hablaba Krastev no residía tanto en un eventual y decisivo episodio bélico favorable a Putin como en si existe o no dentro de la Unión la suficiente capacidad de resistencia. Una debilidad que se une al miedo por el posible resultado de las elecciones legislativas estadounidenses, en noviembre, y el aparente caos en que está cayendo el Reino Unido. El peligro está más en las tensiones internas dentro de cada país y en la propia capacidad de acomodo de las instituciones europeas, tan complejas con 27 países miembros. En verdad, basta con describir la realidad, no hacen falta metáforas.

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