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Un asunto marginal
Columna
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Nostalgia e iconoclastia

El pasado siempre es mejor y si no lo es, se reinventa

La universidad de La Sorbona, ocupada por los estudiantes en mayo de 1968, París, Francia.
La universidad de La Sorbona, ocupada por los estudiantes en mayo de 1968, París, Francia.GERARD-AIME (Gamma-Rapho via Getty Images)
Enric González

En una de sus mejores películas, Medianoche en París, Woody Allen aborda la cuestión de la nostalgia. El protagonista, un escritor californiano, viaja a París y de forma mágica es transportado a los felices años veinte. El tipo disfruta en compañía de Picasso, Hemingway, Fitzgerald y demás. Para él, se trata del mejor París. Pero se enamora de una chica, novia de Picasso y de Hemingway, convencida de que los felices veinte, su propia época, no ofrecen gran cosa. La belle époque, Maxim’s, los pintores impresionistas: eso era grandeza. Por supuesto, los impresionistas habrían preferido vivir en el Renacimiento. Y así sucesivamente.

La nostalgia, tan habitual hoy, es una constante en cualquier sociedad. El lema electoral de Ronald Reagan en 1980, Make America great again, le funcionó muy bien a Donald Trump casi 40 años después. El pasado siempre es mejor, y si no lo es se reinventa. Habrán reparado en que los dos partidos que más se opusieron a la Constitución española de 1978, Alianza Popular y Fuerza Nueva, se presentan hoy bajo otros nombres (Partido Popular y Vox) como fervientes constitucionalistas. No pasa nada. La nostalgia y la reinvención (un género en el que destacan también los nacionalismos catalán y vasco y el PSOE cuando rememora su supuestamente feroz oposición al franquismo) forman parte del juego político convencional.

Lo que mejor (y peor) caracteriza nuestros tiempos es la iconoclastia. La rebelión contra la autoridad y las “élites”, contra la jerarquía intelectual, contra el conocimiento. Personalmente, no tengo nada en contra. De seguir así la glorificación de la ignorancia, cualquier día me dan un Nobel. Pero ya he vivido una época similar, he visto sus consecuencias y tengo serias dudas sobre la iconoclastia.

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Al más grande filósofo de Francia en 1968, el fenomenólogo Paul Ricoeur, una persona digna y bondadosa, le volcaron un cubo de basura en la cabeza. Por ser catedrático e inteligente. Y “capitalista”. Cambien aquella tontería y lo del “capitalismo” por la tontería de hoy y el “comunismo” y estamos al cabo de la calle.

Las revueltas de Mayo del 68, tan mitificadas por una determinada generación (más o menos la mía), guardan relación directa con el trumpismo, la nueva ultraderecha y los bulos. “La realidad ha dejado de ser un principio”. ¿Quién dijo eso? Gilles Deleuze, uno de los ideólogos del Mayo Francés. Si creen que la devoción de la nueva derecha populista por tipos como Putin u Orbán resulta incomprensible, piensen que la “revuelta antiautoritaria” de 1968 contemplaba con embeleso la Revolución Cultural china, impulsada por Mao Zedong (entonces conocido en Occidente como Mao Tse-Tung), ese liberal humanista.

Tras las revueltas de mayo, los estadounidenses llevaron a la presidencia a Richard Nixon y los franceses reeligieron con gran mayoría a Charles de Gaulle. Dos grandes reaccionarios.

Ahora, un iconoclasta de la nueva derecha, Éric Zémmour, reivindica a De Gaulle. Y el impulsor de la candidatura presidencial de Trump, Roger Stone, lleva el rostro de Nixon tatuado en la espalda. Como en el fútbol, las épocas de exaltación de las emociones y la ignorancia tienen partido de ida y partido de vuelta.

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