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Un asunto marginal
Columna
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Pedir perdón

La actitud de Casado es un desprecio a una institución como el PP, mucho más importante que él y que sus predecesores

Enric González
GRAF2089. SEVILLA, 30/09/2021.- El líder del PP, Pablo Casado, y quien fuese su mentor, el ex presidente José María Aznar (i), durante la convención nacional del partido que se celebra este jueves en Sevilla. EFE/Julio Muñoz
GRAF2089. SEVILLA, 30/09/2021.- El líder del PP, Pablo Casado, y quien fuese su mentor, el ex presidente José María Aznar (i), durante la convención nacional del partido que se celebra este jueves en Sevilla. EFE/Julio MuñozJulio Muñoz (EFE)

Jacques Chirac, un gran político aunque un presidente mediocre, admitió en 1995 la responsabilidad de Francia en la deportación de judíos para su exterminio. Habían pasado 53 años desde la redada del Velódromo de Invierno. Más de 13.000 judíos fueron detenidos el 16 de julio de 1942 y enviados a los campos nazis; sólo 30 sobrevivieron. Francia tardó, pero al fin, tras más de medio siglo de aquellas “horas negras” que, según Chirac, mancillaron la historia y las tradiciones del país, tuvo un gesto de altura moral.

El año pasado, Emmanuel Macron reconoció que Francia había abandonado a los harkis, los argelinos que combatieron de su lado en la guerra de independencia, y pidió perdón. Con 60 años de retraso. Más vale tarde que nunca.

Angela Merkel expresó en 2019 su “profunda vergüenza” por los crímenes del nazismo y afirmó que recordarlos constituía una obligación eterna. Fue incluso un paso más allá: dijo que asumir la responsabilidad y no olvidar lo que había hecho Alemania bajo el mandato de Adolf Hitler formaba parte ahora de la “identidad nacional”.

Las naciones, como conjunto de individuos, cometen en ocasiones errores horrendos y crímenes atroces. No se disuelven por ello, evidentemente. Cargan con el error, o con la vergüenza que les causa, hasta que lo admiten, piden perdón y recuperan la porción de dignidad perdida por el camino.

Ahora bajemos el nivel. Nadie puede dudar, a estas alturas, que el Partido Popular y el Partido Socialista Obrero Español (dicho con el nombre completo parece otro, ¿no?) son las dos instituciones principales de la actividad política española y que, hagan el estropicio que hagan, su supervivencia está garantizada. Ambos han cometido trapacerías muy gordas y cosas aún peores y ahí están, porque hacen falta.

La Audiencia Nacional ha condenado esta semana al extesorero del PP Luis Bárcenas por pagar en negro la reforma de la sede central del partido, en la madrileña calle de Génova, y considera al PP responsable civil subsidiario. Resulta improbable que alguien se haya sorprendido. El PP ya fue condenado tres años atrás por beneficiarse de la trama Gürtel. Las cosas son así, han ocurrido, no puede reescribirse el pasado.

Lo que está por escribir es el futuro.

Resulta deprimente la estrategia mantenida hasta la fecha por el PP de Pablo Casado. “Eran otros”, “nosotros no estábamos”, “cambiaremos de sede”. Salvando las inmensas diferencias, es como si Angela Merkel (nacida años después de que el nazismo se hundiera) dijera que la culpa fue de Hitler y que ningún otro alemán hizo nada. Eso supondría un desprecio a la nación y a la historia, igual que la actitud de Casado es un desprecio a una institución como el PP, mucho más importante que él y que todos sus predecesores, Aznar incluido. ¿Alguien puede imaginar que Pablo Casado habría llegado a sentarse en un escaño sin el respaldo de su partido?

Lo honorable sería reconocer que se hicieron mal las cosas, que la culpa es colectiva (de nuevo: se trata de una institución), que de los errores se aprende y que hay que seguir adelante. Pero no como en el célebre “no volverá a ocurrir” del rey emérito, sino en serio. La altura moral se gana de esa forma.

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