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¿Prohibido odiar a los hombres?

El libro de Pauline Harmange ‘Hombres, los odio’, que ahora sale en España, desató una polémica al editarse en Francia. Un responsable de Igualdad del Gobierno francés quiso frenar su publicación por ser “una oda a la misandria”

Silvia Ayuso
Portada del periódico 'Daily News' con la detención de la autora feminista Valerie Solanas tras intentar matar a Andy Warhol.
Portada del periódico 'Daily News' con la detención de la autora feminista Valerie Solanas tras intentar matar a Andy Warhol.New York Daily News Archive/Getty Images

Poco pica tanto la curiosidad como que se intente prohibir o censurar algo. Que se lo digan a la cantante Barbra Streisand, cuya demanda en 2003 en aras de su privacidad contra un fotógrafo que había publicado una imagen de su casa en Malibú hizo que las búsquedas de esa foto en Internet se dispararan. “Efecto Streisand”, se llama desde entonces a ese fenómeno. Pauline Harmange lo ha vivido en primera persona. La bloguera francesa de 25 años publicó este verano un pequeño ensayo feminista, Hombres, los odio. Su editorial, la casi desconocida Monstrograph, solo publicó 450 ejemplares. Nadie pensó que sería un bestseller. Pero la obra se ha convertido rápidamente en un fenómeno literario retomado por una de las grandes editoriales francesas, Seuil, traducido a varios idiomas. Y todo por un malogrado intento de censura por parte de un responsable de Igualdad del Gobierno. Sin haber leído siquiera el contenido —le bastó con el título, como él mismo reconoció—, ­Ralph Zurmély, encargado de misión en una de las oficinas del Ministerio Delegado de Igualdad de Francia, amenazó a la editorial con medidas judiciales si no retiraba el libro, reveló el diario Mediapart, alegando que el ensayo era “una oda a la misandria” y que “la provocación al odio por el sexo es un delito penal”.

Más allá de la anécdota censora, el libro que Paidós publica este martes en español ha suscitado un vivo debate sobre la misandria que ha rebasado las fronteras galas. En su ensayo, que abre con una cita de Sylvia Plath —”El problema es que odiaba la idea de servir a los hombres, en todos los sentidos” (La campana de cristal)—, Harmange defiende la misandria como “un sentimiento negativo hacia el género masculino en su conjunto”, pero totalmente alejado de la violencia asociada a menudo a su supuesto antónimo, la misoginia. Y la utiliza como una herramienta para buscar una “sororidad liberadora”: “Creo que el odio a los hombres nos abre las puertas del amor hacia las mujeres (y hacia nosotras mismas) en todas sus formas posibles. Y que necesitamos este amor —esta sororidad— para liberarnos”, escribe.

Casualmente, Hombres, los odio salió a la venta el mismo día que llegaba a las librerías otro libro calificado de misándrico, Le génie lesbien (el genio de las lesbianas), de la periodista, escritora y activista lesbiana Alice Coffin. Si el libro de Harmange fue víctima de un intento censor solo por su título, el de Coffin ha sido básicamente reducido a una frase sobre los hombres: “No basta con ayudarnos, tenemos que eliminarlos”, sostiene la también concejala ecologista de París, aunque contextualiza su sentencia: “Eliminarlos de nuestro espíritu, de nuestras imágenes, de nuestras representaciones. Yo ya no leo libros de hombres, no veo más sus películas, no escucho más su música (…). Las producciones de los hombres son la prolongación de un sistema, el arte es una extensión del imaginario masculino. Ya han infestado mi espíritu. Me preservo evitándolos”, escribe. Una idea que retoma Harmange: “Durante mucho tiempo, puse a los hombres primero: se adueñaban de todo mi tiempo sin dedicarme demasiado a mí, me exigían que fuera constantemente mejor a sus ojos sin tratar de ser mejores a los míos. Comprendí que, por mucho espacio que yo les cediera en mi vida, yo nunca sería su prioridad. (…) Por eso, ahora doy preferencia a las mujeres en los libros que leo, en las películas que veo, en los contenidos que consumo, en mis relaciones cotidianas, para que los hombres no tengan tanta importancia”.

Si eso es misandria, ¿tan terrible es “odiar a los hombres”?

Ambas autoras citan cifras oficiales de violencia de género que, afirman, desmienten toda acusación de que la misandria incita a la violencia física contra los hombres: son ellos, argumentan, los que en una apabullante mayoría ejercen la violencia física o psicológica contra las mujeres, no al revés. “No se puede comparar la misandria con la misoginia, sencillamente porque la primera solo existe como respuesta a la segunda”, subraya Harmange, casada, por cierto, con un hombre.

No todo el mundo lo entiende así. Harmange ha sido acusada de sexista, siendo víctima en cierto modo de las mismas acusaciones que ella lanza contra el género opuesto. Y de incitar al odio. The Daily Mail apuntó al “clamor” que se habría producido “si se hubiera sustituido (en el libro) la palabra ‘hombres’ por cualquier grupo racial”. En una tribuna en Le Monde, el jurista Evan Raschel abundaba en esa idea: “¿Imaginamos las reacciones que habrían provocado estas conflictivas propuestas si, en vez de los hombres, se hubiera atacado de esa forma a las mujeres, o a los homosexuales o a los miembros de una comunidad religiosa?”.

Para Le Figaro, las tesis de Harmange suponen una “infantilización” de las mujeres. Y en la revista británica Spiked, un politólogo, Promise Frank Ejiofor, advirtió de que “odiar a los hombres no hace nada por la liberación de las mujeres” y que incluso es “malo para cualquier causa feminista porque no ve que el feminismo no es propiedad solo de las mujeres”, por lo que recomienda “no perder el tiempo en un sinsentido posmoderno como Hombres, los odio”.

En los múltiples debates sobre su libro, a menudo se evoca a Valérie Solanas, la gran excepción de las estadísticas de violencia de género: la feminista radical, autora del Scum Manifesto, donde defiende el exterminio de los hombres, se hizo famosa por intentar matar a Andy Warhol en 1968. Paradójicamente, escribía Libération a propósito del revuelo provocado por el libro de Harmange, este es “bastante menos vengativo que el Scum Manifesto, que está libremente a la venta. Pero tiene esa palabra que suena como una bofetada y punto de no retorno: misandria”. También para el diario quebequés Le Devoir, “si Pauline Harmange se dice misándrica, su libro no lo es. Sí es un llamamiento a centrar la atención de las mujeres más allá de los hombres, a buscar el poder entre las mujeres”. Y demuestra, agrega, “hasta qué punto todavía es tabú, incluso prohibido, imaginar un mundo donde se pudiera odiar a los hombres”.

En Hombres, los odio “estamos lejos, muy lejos, del explosivo Scum Manifiesto”, coincide L’Obs. Su crítica literaria, Elisabeth Philippe, recuerda que Harmange —o Coffin— no es la primera escritora misándrica de la historia. Ahí están Natalie Clifford Barney y sus Pensamientos de una amazona, en el que habla del hombre como el “enemigo”; Mireille Havet, que ya escribía sobre su “odio al hombre”, o la propia Solanas. “A su lado, el ensayo de Harmange es una canción de cuna, un canto de amor y de concordia”, sostiene. En cualquier caso, continúa, “¿es que las palabras de Clifford Barney, Havet o Solanas han desatado una guerra de sexos sangrienta? ¿Han puesto en peligro a los hombres? ¿Han socavado el edificio patriarcal? No. La misoginia ha seguido prosperando en la sociedad y en la literatura”, recuerda y cita desde los insultos de Baudelaire contra George Sand a Flaubert, que se quejaba de ver la literatura “ahogada en las reglas de las mujeres”. Y ni siquiera hay que retrotraerse tanto. “Hoy en día”, recuerda, “uno de los autores más misóginos es también uno de los más celebrados: Michel Houellebecq. (…) Se celebra su ‘fenomenología de la felación’, pero ningún alto funcionario ha intentado denunciarlo. ¡Por suerte!”.

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Sobre la firma

Silvia Ayuso
Corresponsal en Bruselas, después de contar Francia durante un lustro desde París. Se incorporó al equipo de EL PAÍS en Washington en 2014. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid, comenzó su carrera en la agencia Efe y continuó en la alemana Dpa, para la que fue corresponsal en Santiago de Chile, La Habana y Washington.

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