El teólogo que quiso llegar a Dios a través de la física cuántica
La ciencia es una aliada en el pensamiento del filósofo brasileño Leonardo Boff, referente de la teología de la liberación, que sueña con una Iglesia descentralizada con un Papa muy parecido al actual
Si el teólogo es un ser casi imposible, porque se ocupa de la realidad última, Leonardo Boff ha vivido en esa imposibilidad metafísica la mayor parte de su vida adulta. Y lo ha hecho alejándose lo más posible de los “teólogos perezosos” que trabajan siempre con las ideas ya establecidas. Estamos ante un filósofo que acepta los retos del conocimiento. Y aunque el nombre de Leonardo Boff (Concórdia, Brasil, 1938) está ligado para siempre a la teología de la liberación, su pensamiento se ha adentrado por otros senderos a lo largo de los años.
Sigue defendiendo esa corriente crítica con la Iglesia de poder simbolizada por el Vaticano, que surgió en los años sesenta del siglo pasado y triunfó en una América Latina sacudida por dictaduras y pobreza. Y el planteamiento osado de sus libros podría chocar de nuevo con los guardianes de la ortodoxia dogmática, como ocurrió en los años ochenta cuando publicó Iglesia: carisma y poder. Pero Boff, antiguo sacerdote franciscano, está ya fuera de la jurisdicción vaticana. Hace mucho que colgó los hábitos, y vive plácidamente, con su compañera, en una comunidad no lejos de Río de Janeiro.
Nadie puede reprocharle, por lo tanto, que su discurrir teológico se apoye en la ciencia, que entienda al ser humano como conciencia de la Tierra, y que defienda los principios de la ecoteología en un nuevo libro, Reflexiones de un viejo teólogo y pensador (editorial Trotta, 2020), donde está todo Boff, condensado en poco más de 300 páginas. Reflexiones…, que se publicó hace dos años en portugués, coincidiendo con su 80º cumpleaños, es un verdadero testamento, un compendio de todo su saber que ha ido desgranando en más de un centenar de libros. Y hasta puede leerse como un programa político. “Si no queremos estancarnos y hundirnos en el pantano de los intereses de las minorías poderosas y dominantes sobre las grandes mayorías populares, tenemos que alimentar sueños”, escribe. Él los tiene, al parecer, y quiere transmitírselos a los jóvenes que vienen detrás.
En estas páginas bien traducidas (pocos idiomas discurren tan en paralelo como portugués y español) están los temas centrales del pensamiento de Boff, empezando por Dios. Una palabra que contiene “lo ilimitado de nuestra representación y la utopía suprema de orden, de armonía, de conciencia, de pasión y de sentido supremo que mueven a las personas y a las culturas”.
Si los propios científicos, asombrados por la belleza y armonía del universo, se asoman a ese misterio (que no enigma, explica Boff), ¿por qué no habrían de valerse también de la ciencia los teólogos? El lector encontrará en este libro referencias al origen del universo y del Homo sapiens muy en la línea de Yuval Noah Harari. También nociones de física cuántica, porque Boff ha comprendido que a través de esta rama de la ciencia “se puede entender mejor al ser humano como nudo de relaciones, y al Dios cristiano, la Trinidad, que es siempre relaciones substanciales entre tres divinas personas”, explica por correo electrónico.
No es la primera vez que Boff se adentra en estos territorios. Ya lo hizo en El Tao de la liberación (Trotta, 2012), el volumen que firmó con el cosmólogo Mark Hathaway. Y no hay que olvidar que es un gran admirador del Dalái Lama, que hace tiempo subrayó la proximidad entre física cuántica y espiritualidad. Pero, por más que se empeñe, no hay forma de entender la idea de ese Dios uno y trino. Un dogma que procede más bien de la necesidad de encajar en la divinidad la figura de Jesús de Nazaret, que se autodenominó “Hijo de Dios”.
Reflexiones… habla también de la teología de la liberación, pero lo hace a la luz del mundo moderno. Si tradicionalmente esta corriente ponía en el centro de las preocupaciones de la Iglesia a los pobres, ahora su foco de interés se ha ampliado a todos los que “sufren marginación”, y esto abarca desde la propia Tierra, devastada por los humanos, a los movimientos feministas o a los colectivos LGTBI.
Es necesaria una fe vigorosa para poder ver a Dios realmente en todas las cosas, incluso en las más contradictoriasLeonardo Boff
El Boff polemista, fustigador de la Iglesia institucional, con su boato renacentista, sus liturgias incomprensibles y ese despliegue de riqueza que ha acompañado a papas y cardenales a lo largo de la historia, está también en esta nueva obra. Si acaso, se percibe en estas páginas un pulso más reposado. La institucionalización de las religiones es inevitable, viene a reconocer, y hasta imprescindible para permitir su expansión. Pero recuerda que Jesús nunca le dijo a Pedro “sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”, sino sobre esa fe —la fe del apóstol Pedro— “edificaré mi Iglesia”.
Entre poder y carisma, Boff prefiere claramente lo segundo. La Iglesia del pueblo en la que no se imponen las jerarquías. Su sueño es una Iglesia descentralizada en comunidades vivas e independientes en la que el Papa representaría el nexo común. El actual Pontífice, descendiente de italianos como él, parece ajustarse a la perfección a la idea que tiene Boff de Papa ideal. En el libro le llena de elogios, y cita con frecuencia la encíclica ecologista Laudato si, publicada por Jorge Bergoglio en 2015 y en la que ha colaborado el propio Boff.
Y es que el “viejo pensador” sigue siendo profundamente cristiano. El sueño de la teología que proclama es aquel en el que todos “puedan librarse de todo lo que les oprime externa e internamente y vivir como hermanos y hermanas en justicia, solidaridad, respetuosos con la naturaleza y la madre Tierra, en un gran banquete, disfrutando con moderación compartida de los buenos frutos de la gran y generosa madre Tierra”. Una especie de regreso al edén. Toda una utopía con la que la humanidad viene soñando desde la noche de los tiempos. Porque el bien con mayúsculas no ha dejado de ser una aspiración inalcanzable para los humanos.
¿Qué hacemos con el mal? Boff, el filósofo, lo acepta muy en línea con la idea de sombra de Jung, como una parte que también nos define, porque el ser humano es a la vez sapiens y demens. Tiene que coexistir con esa doble naturaleza de armonía con el cosmos y de sumisión al caos. Para el teólogo brasileño, el mal evidenciaría la condición de “no terminados” de los mortales y del mundo. “Estamos siempre en la prehistoria de nosotros mismos”, escribe. Por eso, es necesaria una “fe vigorosa para poder ver a Dios realmente en todas las cosas, incluso en las más contradictorias”. Y si somos ángeles y demonios en perpetua discordia, al menos, dice Boff, podemos esforzarnos en “domesticar los demonios que nos habitan y dar a los ángeles buenos el mayor espacio posible”.
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