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Trabajar cansa
Columna
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Tenemos que hablar de lo nuestro

La Casa Real quizá debería cambiar algo para que no tengamos una relación tan rara, y que los reyes sean inviolables es una ventaja: ya que no les va a pasar nada, al menos que nos digan la verdad

Abrazo de padre e hijo durante el acto de abdicación de Juan Carlos I en 2014
Abrazo de padre e hijo durante el acto de abdicación de Juan Carlos I en 2014GORKA LEJARCEGI
Íñigo Domínguez

Lo ideal para la Casa Real es pasar inadvertida, que se nos olvide que está ahí, de otro modo nos preguntamos para qué sirve -de hecho no sabemos qué hacen buena parte del tiempo, nos enteramos luego por la prensa inglesa o los fiscales suizos- . Pero cada vez que pasa alguna cosa rara, y cada vez pasan más, te da qué pensar. No me refiero a la que se ha dado en llamar amiga del Rey emérito (con amigos así para qué quieres un amante), aunque si damos por perdidos los 65 millones que dice ella que le regaló para arreglar el futuro de sus hijos, al menos podrían contarnos cómo les va, si ganan una medalla de natación, si aprueban todas. Con semejante inversión como mínimo tienen que llegar a Nobel de Química, pichichi de la liga o influencer, o ya lo máximo, vivir sin hacer nada.

Ser hoy rey de España es un puesto extraño, asociado a la simpatía. Están obligados a ser simpáticos, les va el cargo en ello, y debe de ser una lata. A uno antipático se le echaría sin miramientos, no tienes por qué aguantarlo. Es raro, tanto para ellos como para nosotros, que estemos siempre como perdonándoles la vida, haciendo que esta cosa anacrónica nos parece normal y ellos temiendo un calentón popular. Si fueran bajitos tampoco sería lo mismo, así imponen más: sobre todo la clave de nuestros reyes es que no parecen españoles. No por su origen extranjero, es que son percibidos como gente distinta, fuera de lo normal, en fin, que rey no puede ser cualquiera. Si Letizia hubiera sido rusa o hawaiana no la habrían machacado tanto, pero no le perdonan que sea española.

Que el monarca parezca alguien ajeno es importante. A ver cómo lo explico, hay un miedo de fondo: ¿por qué nos parece que suprimir la monarquía sería como destapar la caja de los truenos y fuéramos a matarnos unos a otros? Al margen de que montar una república sería un lío, quizá se debe a algo que hemos sufrido intensamente estos meses: el horror a que precisamente cualquiera pueda ser jefe de Estado, y en concreto, alguien de otro partido, y encima que viva como un rey. Si ya con un Gobierno de izquierdas normalito se habla de golpe de Estado imaginen con un jefe de Estado de izquierdas. Por otro lado, supongo que es cuestión de tiempo que haya republicanos de derechas, como hubo toda la vida. Basta que se descubra el filón y entonces sí que nos vamos a reír.

Mientras sigamos sin fiarnos los unos de los otros, los Reyes pueden estar tranquilos. Si tuviéramos que elegir ahora un presidente de la república, ¿a quién pones, con este personal? Aquí no se estila el perfil dialogante y de consenso. Alguien super partes, por encima de las partes, nos es tan inimaginable que preferimos una figura de cuento. Claro, cuando hacen cosas tan castizas como llevarse la pasta se rompe el encanto. A mí los actuales Reyes me caen bien, es un trabajo desagradecido, pero quizá deberían cambiar algo para que no sea todo tan raro, en las relaciones extrañas es mejor hablar las cosas. Por ejemplo, ni recuerdo cuándo escuché el último discurso de un rey sin bostezar, es una forma más de incomunicación. No queda bien decir que te vas de luna de miel a Cuenca y luego a escondidas pegarte la buena en las islas Fiji. Según el diario The Telegraph, cinco noches por 33.000 dólares, más del sueldo anual de media España. Demagogia barata, se dirá, pero es que cuanto más caro es lo que se gastan, más barata sale. Nada se ha desmentido o explicado de estas noticias, ni de nada, y que los reyes sean inviolables es una ventaja: ya que no les va a pasar nada, al menos que nos digan la verdad.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Corresponsal en Roma desde 2024. Antes lo fue de 2001 a 2015, año en que se trasladó a Madrid y comenzó a trabajar en EL PAÍS. Es autor de cuatro libros sobre la mafia, viajes y reportajes.

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