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ensayos de persuasión
Columna
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El capitalismo rojo

La pujanza económica de China —ha vuelto a crecer— contrasta con la ausencia de libertades democráticas

Joaquín Estefanía
En edificio de Huawei de Shanghái (China).
En edificio de Huawei de Shanghái (China).ALEX PLAVEVSKI (EFE)

Desde 1989, año de la matanza de Tiananmen, se extendió en China una especie de acuerdo implícito, impuesto por Deng Xiaoping, por el cual una mayoría de ciudadanos consentía el monopolio gubernamental del Partido Comunista Chino (PCCh) a cambio de un aumento progresivo del nivel de vida. Es por ello tan significativa la noticia de que la economía china ha vuelto a la senda del crecimiento en el segundo trimestre del año (3,2% del Producto Interior Bruto): la estabilidad política del gigantesco país depende directamente, más que en otras partes del mundo, de la marcha de su economía.

Hace tres años, el líder chino Xi Jinping actualizó ese acuerdo: la modernización del país conllevaría una cláusula de realización de grandes proyectos, basados en una especie de nacionalismo militante. Según recuerda el profesor visitante de varias universidades chinas, el sociólogo español Julio Aramberri en un excelente libro (La China de Xi Jinping, ediciones Deliberar), ahí encaja desde la creación de una sociedad medianamente acomodada y de consumo masivo hasta el aumento de los gastos militares; desde la apropiación del Mar del Sur de China hasta el control total de la información; desde la Nueva Ruta de la Seda que se propone subordinar la gran masa terrestre euroasiática a los intereses de China, hasta la creación de grandes urbes en el territorio nacional. Todo en los planes de Xi lleva un marchamo de grandeza “que haría palidecer de envidia al Sol que ilumina nuestros corazones, como llamaban a Mao en tiempos de la Revolución Cultural”.

El profesor de Ciencia Política y Relaciones Internacionales, y sinólogo relevante, David Shambaugh, no era tan optimista. Hace un lustro escribió un artículo, que en lo esencial sigue vigente, en el que afirma que pese a las apariencias el sistema político chino está muy fracturado. Entre los principales rasgos de esa deriva cita la huida de las élites económicas hacia el exterior, el aumento de la represión (todavía no se había desarrollado la revuelta de los paraguas en Hong Kong), la corrupción sistémica, el deterioro del crecimiento económico, etcétera. Si Shambaugh acabase teniendo razón, la erosión de esa suerte de contrato social se acelerará a medida que la economía se enfríe, quizá por los efectos de la pandemia de la covid-19, y el país quede atrapado en una ratonera de rentas escasas. Entonces, los desequilibrios económicos y sociales acabarán por traducirse en tensiones políticas.

Es en este contexto en el que está desarrollándose la guerra comercial (aplicación constante de “políticas de perjuicio al vecino”) y la guerra fría tecnológica entre EE UU y China. En 2015, el PCCh aprobó el plan estratégico Made in China 2025, una iniciativa para una década con el fin de modernizar la industria mediante el desarrollo de sectores claves de la tecnología como la robótica, los vehículos alimentados por nuevas energías, la aeronáutica espacial, la inteligencia artificial, las tecnologías de la información… El escenario principal de esta guerra fría es el gigante Huawei, una empresa privada china que es probablemente la más avanzada del mundo en la tecnología 5G y que el Gobierno chino considera casi un tesoro tecnológico mundial. Huawei, uno de los principales fabricantes y vendedores de teléfonos móviles del mundo, junto con Apple y Samsung, está siendo vetada en diversos países acusada de espionaje. La pasada semana, el premier británico Boris Johnson ordenó que las empresas de telecomunicación de ese país (entre ellas Vodafone y RT) deberán abstenerse de tener cualquier participación de Huawei en las redes 5G.

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De forma colateral a la pandemia, la geopolítica sigue moviéndose. La pujanza económica de China sigue contrastando con la fragilidad de sus instituciones políticas y la falta de libertades democráticas. Aramberri concluye su estudio afirmando que la contradicción principal de la sociedad china se ha desplazado desde la posición maoísta de la lucha de clases contra los capitalistas y sus cómplices en el seno del partido, hacia otra que colme la distancia entre un desarrollo desequilibrado y las aspiraciones de los chinos a una existencia mejor.

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