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TRABAJAR CANSA
Columna
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Pasé por Francia y nadie llevaba mascarilla

Supongo que no debemos subestimar la capacidad humana de olvidarse de todo, y más en vacaciones

Playa de Villeneuve-les-Maguelone, cerca de Montpellier, este 16 de mayo.
Playa de Villeneuve-les-Maguelone, cerca de Montpellier, este 16 de mayo.SYLVAIN THOMAS (AFP via Getty Images)
Íñigo Domínguez

Lo del titular es así, atravesé el sur de Francia en coche y nadie llevaba mascarilla. Nadie es nadie, no es un modo de hablar. No sé cómo será en otras zonas, pero ya en una gasolinera en Montpellier no me lo creía, clientes y empleados pasaban de todo, la gente se te pegaba en la fila. En Niza fue la apoteosis: la única mascarilla que vi fue una tirada en el suelo. Cientos de turistas se apelotonaban alegremente en los restaurantes sin ninguna distancia, ni social ni asocial. Cuando preguntamos en el hotel no sabían a qué venía tanta preocupación. En Francia la mascarilla no es obligatoria, solo en el transporte público y poco más. Viniendo de Madrid causaba mucha impresión. Dábamos el cante circulando con mascarilla. Por nuestra parte, te entraban ganas de irte corriendo al hotel, que es lo que hizo parte de nuestro grupo. Se acostaron sin cenar. Fue como retroceder en el tiempo, a cuando empezó todo y al que no le había tocado aún no se lo creía. Lo extraño es que Francia ha tenido más muertos que España, casi 30.000, pero se ve que cada país lo vive a su manera. Siguiendo el viaje, en Italia la cosa volvía a cambiar, casi todo el mundo con mascarilla, al menos por la autopista.

Es curioso lo que uno llega a creer viendo las noticias, que todo el mundo está igual que tú, que la realidad guarda cierta coherencia, que todo está perfectamente controlado. Pero no. Cada Gobierno, cada prensa, cada comunidad, conforma una percepción del problema. Sin salir de España, ya algunos amigos me contaban que en sus ciudades no era para tanto, y debo decir que en Barcelona ya flipé bastante. En el centro reinaba bastante cachondeo. Por la noche vi bares de copas llenos, mogollón de gente abriéndose paso a codazos en la barra. Fue como sentirse paleto al revés de toda la vida, saliendo de Madrid al resto del mundo y viendo que las cosas son de otra manera, que te toman por ingenuo. En una farmacia preguntamos si esto era normal y la mujer estaba escandalizada porque la mayoría de los turistas van a su bola, pero decía que fuera del centro la gente de Barcelona sí lleva mascarilla. A los cuatro días la Generalitat anunció que era obligatoria, con multas de 100 euros. No me extrañó.

Si ya te haces un lío con los expertos, a mí esto me ha acabado de descolocar. Según lo que nos han dicho, si ahora no veo una oleada de rebrotes en Niza ya no sabré qué pensar. Casi es para presentar una reclamación a Fernando Simón. Al mismo tiempo, si realmente en Francia no pasa nada me sentiré mucho más tranquilo, como si no fuera para tanto y me pudiera relajar. Porque lo que es contagioso es ver a todo el mundo sin mascarilla, inmediatamente te entran ganas de quitártela. Pero es que recuerdo que sí era para tanto, nos pasamos dos meses encerrados contando muertos. Supongo que no debemos subestimar la capacidad humana de olvidarse de todo, y más en vacaciones. Y en Francia debe de haber algo más en el carácter nacional. En 1832 llegó a París una terrible epidemia de cólera desde India, aunque tardó 15 años en hacer el viaje. Chateaubriand se asombraba de cómo se lo tomaba la gente: “El cólera nos llegó en un siglo de filantropía, de incredulidad, de periódicos, de Gobierno laico. Se paseó con aire burlón a plena luz del día, en un mundo totalmente nuevo, acompañado de su boletín, que refería los medios que se habían empleado contra él, el número de víctimas que había causado, en qué fase estaba, las precauciones que había que tomar para protegerse de él, lo que había que comer, cómo convenía vestirse. Y cada cual seguía dedicándose a sus menesteres, y las salas de espectáculo estaban llenas”

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Corresponsal en Roma desde 2024. Antes lo fue de 2001 a 2015, año en que se trasladó a Madrid y comenzó a trabajar en EL PAÍS. Es autor de cuatro libros sobre la mafia, viajes y reportajes.

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