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Thomas Chatterton Williams: “La raza se aprende y debe ser desaprendida”

Hijo de padre negro y madre blanca, este ensayista estadounidense afincado en París considera que las categorías raciales tradicionales carecen de legitimidad

El escritor Thomas Chatterton Williams, en las calles de París el pasado 16 de junio.
El escritor Thomas Chatterton Williams, en las calles de París el pasado 16 de junio.Eric Hadj (Eric Hadj)
Marc Bassets

Thomas Chatterton Williams (Nueva Jersey, 1981) es hijo de un negro y una blanca, como Barack Obama. Está casado con una francesa blanca. Y es padre de hijos… ¿blancos?, ¿negros? Aquí se complica todo para este ensayista estadounidense afincado en París, que ha dedicado su último libro, Self-Portrait in Black and White. Unlearning Race (Autorretrato en blanco y negro. Desaprendiendo la raza; no publicado en castellano), a desentrañar el misterio.

Pregunta. Cuando se mira al espejo, ¿qué ve?

Respuesta. Durante gran parte de mi vida, sin ninguna duda habría visto a un negro. Crecí en la cultura negra americana. Mi padre, que es negro, y mi madre, que es blanca, anglosajona y protestante, nos enseñaron a mi hermano y a mí que éramos negros. Mejor dicho, que seríamos percibidos como negros. Y que debíamos estar orgullosos de ello.

P. ¿Y ahora?

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R. Ahora no veo nada definitivo. Veo el rostro de mi madre, los rasgos de mi padre y de mis hijos también. Ya no veo a alguien racializado. La raza la aprendemos y debe ser desaprendida.

P. ¿Cómo cambió usted?

R. Lo primero fue vivir en Europa. En Francia me ven como a un americano, aquí uno abandona el juego racial de Estados Unidos y tiene un sentimiento de libertad al caminar por la calle sin sentir que los demás proyectan en ti aspectos de tu identidad. Al explicar a los franceses la regla según la cual una gota de sangre negra le hace a uno negro —una regla que proviene de la esclavitud y que en América me había parecido natural—, yo mismo me daba cuenta de que cada vez creía menos en esta lógica.

P. Y nació su hija…

R. Rubia, piel blanca, ojos azules. Su aspecto desmontó ante mí la ficción de la raza. Tampoco es que me pareciese blanca: no tendría sentido que su padre y su abuelo fuesen negros y ella de otra raza. Pero me parecía imposible justificar que fuese negra, sin más. Allí empecé a entender que estas categorías no nos contienen y que son extremadamente porosas: si pueden cambiar en una generación, es que muy sólidas no son. Esto, para mí, fue el principio del final.

P. Y dejó de ser negro…

R. El racismo crea las razas: necesita de una ideología que justifique que unas personas estén esclavizadas y otras no en un país que, como Estados Unidos, se fundó en el ideal de que todas las personas eran iguales. Si se mantienen estas jerarquías, se refuerzan las ideas de inferioridad y superioridad necesariamente contenidas en las distinciones de color. Mi protesta consiste en dejar de participar en el juego que hace que algunas personas sean negras y otras blancas. Me apeo.

“George Floyd murió porque era negro, pero también murió porque era pobre”

P. En el libro plantea si dejar de ser negro es un acto de rebelión o una capitulación. ¿Qué responde?

R. En un tiempo como el actual, cuando la gente se está uniendo para oponerse al racismo, y lo hace respondiendo a unos agravios reales, cabe preguntarse qué significa dar un paso al lado. ¿Es una vía para integrarte en el statu quo? Sin embargo, resistir y mantener los términos en los cuales la opresión existe supone, a fin de cuentas, una especie de capitulación. La única resistencia real y genuina es negar la legitimidad a las categorías raciales, que se basan en la creencia de que la gente de verdad es diferente. Porque, aunque lo somos cultural y físicamente, y tenemos distintas experiencias, fundamentalmente somos lo mismo.

P. Somos lo mismo, pero usted no sufre el racismo como lo sufrió George Floyd al morir bajo la rodilla de un policía blanco en Minneapolis.

R. Con frecuencia usamos un lenguaje racial cuando estamos hablando de clase. Decimos que George ­Floyd murió porque era negro, y creo que hubo racismo en su muerte, pero también murió porque era pobre. El incidente que llevó a la interacción con la policía sucedió porque llevaba un billete falso de 20 dólares. Si hablamos de la brutalidad policial, hay que hacerlo de la manera más desapasionada posible. La policía mata en Estados Unidos a unas 1.000 personas al año, es una locura. De estos, unos 500 son blancos y unos 250 negros, lo que supone una mayor proporción de la comunidad negra, que representa un 13% de la población. Pero es enorme la cantidad de blancos a los que la policía mata. La opresión real en América ocurre en la intersección de la pobreza y la negritud.

P. Los negros son más pobres.

R. Sí, y esto viene de una historia de opresión. Pero hay incontables ejemplos de negros que prosperan. Y no es algo inamovible: el grupo en el que se observa una movilidad social hacia abajo y en el que decrece la esperanza de vida son los hombres blancos.

P. Usted puede decidir superar las categorías raciales. George ­Floyd o las mujeres y hombres negros de Baltimore que, como explica en el libro, usted conoció haciendo campaña para Barack Obama en 2008 no pueden.

R. En el caso de Baltimore, lo que me chocó fue su extrema pobreza. Yo iba con dos tipos blancos: uno judío y otro alemán. Seguramente veían que yo era algo negro, pero no creo que pensasen: “Nosotros estamos del lado de este negro y los dos blancos son distintos”. Más bien pensarían: “Aquí hay tres tipos educados en la universidad que viven en otro mundo del nuestro, porque a nosotros lo que nos preocupa es poder comer”. La diferencia no creo que tuviese que ver con la sangre ni la piel. Era una diferencia de clase.

P. Dejar de ser negro, ¿para ser qué?

R. Blanco, no. Para ser yo mismo. El velo del color se interpone entre tú y quien eres de verdad. Salir de la negritud es salirse de la raza: retirar el velo del color. Pero esto no funciona si solo lo hacen los negros. Los blancos deben dejar de ser blancos y dejar de asumir que participan de un privilegio blanco monolítico.

P. ¿No existe un privilegio blanco?

R. Aunque sea bienintencionado, cuando una persona blanca me mira y piensa que tiene un privilegio respecto a mí, me parece problemático. Es una visión de la raza según la cual lo negro está oprimido y victimizado y lo blanco es un privilegio. También ocurre en Francia. La escritora francesa Virginie Despentes hablaba en un artículo reciente sobre su propio privilegio blanco. Por lo que entiendo, se trata de una mujer que fue violada, fue prostituida. Ha sufrido cosas que para mí son inimaginables. Pienso que mi vida ha sido más fácil y más segura que la suya.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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