Juliette Lewis, el regreso de un mito que se quemó demasiado joven
El inesperado éxito de ‘Yellowjackets’, que llega a su fin el próximo lunes, ha devuelto al radar internacional a una actriz que reinó a principios de los noventa pero resultó tan inclasificable que Hollywood no supo qué hacer con ella
Debutó en el cine a los siete años y se emancipó legalmente a los 15. A los 20 había trabajado con Martin Scorsese, Woody Allen y Oliver Stone, le habían nominado al Oscar y al Globo de Oro y protagonizó portadas por su relación con Brad Pitt. A principios de los noventa, Juliette Lewis (Los Ángeles, 48 años) era omnipresente porque encajaba, o la hacían encajar, en todas las modas jaleadas desde las revistas de tendencias, del grunge al heroine chic, las riot grrrl o el indie. “Nadie más se veía o sonaba como ella. Intentase parecer vulnerable o volátil, tenía una espontaneidad lúdica y desinhibida”, escribió Ryan Gilbey en The Guardian.
A mediados de los noventa, tras apenas un lustro de reinado, sus adicciones y su personalidad escasamente acomodaticia la apartaron de la primera fila, al igual que otras compañeras de generación como Winona Ryder o Christina Ricci. Con esta última acaba, por cierto, de coincidir por primera vez en Yellowjackets (Movistar+), serie revelación del mes, una mezcla de El señor de las moscas, Viven y Perdidos que la ha devuelto al foco internacional.
Para Juliette Lewis dedicarse a la actuación fue una consecuencia lógica dentro del estilo de vida familiar. Su padre, el actor Geoffrey Lewis, habitual de las películas de Clint Eastwood con una trayectoria inabarcable como secundario, se ahorraba la niñera dejando a su hija en el tráiler de producción mientras trabajaba. Hasta que, durante el rodaje de Bronco Bill (1980), cuando Juliette tenía siete años, la sacó del tráiler y la puso por primera vez ante las cámaras. No dejaría de encadenar apariciones en comedias y películas familiares como Mi novia es una extraterrestre (1988) y ¡Socorro! Ya es Navidad (1989).
A los 14, después de que en una de las telecomedias en las que participaba la obligasen a tomar clases de interpretación, se planteó dejarlo, pero llegó la prueba para El cabo del miedo (1991), donde se impuso a 500 aspirantes y lo cambió todo. “En la comedia estaban tratando de convertirme en un robot, pero cuando tienes a un Scorsese validando tu instinto natural, piensas: ‘Quizás estoy haciendo algo bien después de todo”, recordó ella años después. Al margen de su indudable talento, también la ayudó a conseguir el papel que a esa edad estuviese ya emancipada de sus padres. Los motivos no fueron desencuentros económicos o maltrato —como otros niños actores, véase Edward Furlong o Macaulay Culkin—, sino que la actriz simplemente contó con el beneplácito de sus progenitores.
“Yo quería trabajar, odiaba que dijeran ‘¡perdemos a la niña en cinco minutos!’ y tuviese que hacer el trabajo a toda prisa. Y también tenía que pagarle a un tutor legal que se sentaba para no hacer nada a cambio de 600 dólares (525 euros) a la semana. No necesitaba esas cosas”, declaró a The Angeles Times en 1991. “Sé que suena radical, pero cuando empiezas a actuar y hablas con otros niños actores es lo primero que te dicen: ‘Si quieres conseguir un trabajo, a la industria le gusta que en tu currículum diga que estás emancipado porque así puedes trabajar más de ocho horas”. Suena a esclavismo, pero es una fórmula para burlar una ley, dedicada precisamente a proteger a los menores de la explotación, que usaron también otras estrellas como Alicia Silverstone.
El cabo del miedo no se sitúa entre lo más destacado de la filmografía de Scorsese, pero la escena en que Robert De Niro seduce a Lewis, una niña de 15 años —aunque Lewis tenía 17—, por parte de un rudo exconvicto 30 años mayor definió su carrera.
“En aquel pequeño tango entre nuestros personajes lo único que sabía era que se me iba a acercar y me iba a decir: ‘Danielle, ¿puedo rodearte con el brazo?’. Según el guion, en ese momento me besaba, pero lo único que dijo Scorsese fue: ‘Bob va a hacer algo. Tú déjate llevar”. Lo que hizo De Niro fue introducir su pulgar en la boca de Lewis y la actriz, cuyo bagaje era todavía bastante escaso, tuvo que improvisar. “Estoy segura de que no sabían cómo iba a reaccionar, si permanecería en la escena o perdería la cabeza”. Se quedó y respondió como creía que respondería su personaje. Después de alejar el pulgar del actor, comienza a chuparlo, lo mira a los ojos dubitativamente y pregunta: ”¿Lo hice bien?”.
El cabo del miedo le proporcionó nominaciones al Oscar y al Globo de Oro. Hollywood se volvió loco con su precocidad y, como era de esperar, continuó explotándola. En su siguiente película, Maridos y mujeres (1992), era el objeto de deseo del autor, Woody Allen. Esta vez el hombre al que besaba era más de 40 años mayor. La actriz, una de las pocas de Hollywood que no ha renegado de Allen, recuerda el miedo que tuvo a perder un trabajo que le llegó mientras superaba una mala ruptura. “En ese momento, estaba triste. Estaba realmente deprimida. Woody me llevó a un lado y me dijo: ‘Escucha, Juliette, tu actitud debe cambiar o vas a acabar en la cola del paro”, le confesó años después en una entrevista radiofónica a Howard Stern. “Woody solo quería que estuviera agradecida por estar donde estaba”.
En la vida real su pareja era más apolínea que De Niro y Allen. Un guapísimo actor casi desconocido que se empezaba a abrir paso tras unos pocos minutos en Thelma y Louise: Brad Pitt. Aunque hoy cueste creerlo, a principios de los noventa la estrella era ella. El director Dominic Sena los juntó en Kalifornia, una road movie sobre asesinos en serie donde eran una pareja de basura blanca versión Hollywood, o sea, grasientos, apestosos e hiperbólicamente atractivos, justo lo contrario a lo que realmente encontraría alguien en un parque de caravanas de la América profunda. La pareja se convirtió en una de las atracciones de la prensa.
Cuando Lewis estrenó Asesinos natos (1994), incomprendida obra de Oliver Stone, crítica y público creyeron a pies juntillas que la violenta psicópata Mallory Knox era un trasunto de quien la interpretaba, la propia Lewis. “La animosidad a la que me enfrenté se debió a ser mujer. Que una mujer interprete a una salvaje, a una sociópata, molesta a la gente. Woody [Harrelson, su coprotagonista] no fue etiquetado como loco”, se lamentó en The Angeles Times. “Cuando años después trabajé con George Clooney se sorprendió al conocerme: ‘Vaya, no estás loca’. Y es un cumplido, pero también puede ser una acusación agobiante, que se esgrimió solo porque interpreté a un personaje extremo”. La actriz empezaba a percibir la peor cara de la industria. “Era lo que ellos llamaban la alternativa o la rara, porque no me convertía en vampiresa en cuanto daban una palmada”.
Después llegó Días extraños (1995), de Kathryn Bigelow, una visión apocalíptica del año 2000 que mezclaba disturbios racistas y traficantes de recuerdos. Lewis mostró su faceta de cantante interpretando dos temas de su adorada P. J. Harvey. Todavía trabajaba pero la relevancia de sus películas iba en decadencia. Tras participar en la comedia vampírica Abierto hasta el amanecer (1996) se tomó un descanso para intentar frenar la adicción a las drogas que había empezado a los 13 años. “La marihuana se volvió aburrida. Y empecé a consumir drogas más duras. Estaba jugando en la oscuridad y no sabía cómo manejarlo”.
Para superar sus adicciones recurrió a Narconon, el programa de rehabilitación basado en los principios de L. Ronald Hubbard, el padre de la Cienciología. Ella se había criado como ciencióloga y aun hoy defiende esa religión. “Se dicen muchas tonterías sobre el tema. Para mí es una filosofía que fortalece. Una forma de conocimiento y yo soy muy espiritual. Además, es perfectamente compatible con el rock”, declaró a EL PAÍS durante una de sus visitas a España.
No volvió a recuperar el éxito de los primeros noventa. Su carrera se frenó en seco. En 1999, Lewis se casó con el skater profesional Steve Berra y desapareció del radar. Su carrera cinematográfica se fue diluyendo y creciendo la musical. “La música siempre ha sido mi primera prioridad, así que finalmente pensé, ‘a la mierda, es ahora o nunca. Será mejor que empiece con esto mientras todavía pueda lucir algunos looks decentes”.
En 2004 formó Juliette and the Licks y publicó Like A Bolt Of Lightning, un disco de punk rock que recordaba a la Courtney Love de Hole. Al contrario que otras estrellas de Hollywood lo suyo no fue un coqueteo que muere tras un single en unos confortables estudios de grabación. Lewis se implicó en el grupo con la misma energía que impulsó su carrera en el cine y pasó los dos siguientes años de gira con su grupo recorriendo Europa en una furgoneta. “La música no da el dinero que el cine”, confesó a The Independent. “Pero está bien, nunca me he sentido particularmente impulsada por lo económico”. Las críticas fueron dispares, pero entre ellas nunca se destacó que la actriz no se lo estuviera tomando en serio. “Lewis es exactamente el tipo de presencia icónica que necesita el rock aburridamente saturado de chicos”, ensalzó David Peschek en The Guardian.
A partir de entonces combinó su faceta musical con la cinematográfica, pero manteniendo un perfil mucho más bajo. Participó en comedias con buena taquilla como Aquellas juergas universitarias (2003) o Starsky y Hutch (2004), pero fue el drama Agosto (2013), donde compartió cartel con Meryl Streep y Julia Roberts, el que le proporcionó su papel más relevante de sus últimos años. “Seis meses antes casi había perdido a mi padre. Mis hermanas y yo nos habíamos unido también. Lo que aportaba a la película era el haber enfrentado la mortalidad de tus padres”.
Además del cine y la música tampoco ha descuidado la televisión. Pero en series que parecían destinadas a ser la nueva gran sensación como Wayward Pines, avalada por la producción de M. Night Shyamalan, pasó sin pena ni gloria. Sin tanto bombo y platillo llegó la que se ha convertido en la nueva obsesión de la pequeña pantalla, Yellowjackets, cuyo imprevisible éxito ha propiciado que muchos vuelvan a poner sus ojos en ella y se pregunten dónde ha estado todo este tiempo.
Mientras disfruta de la atención conseguida, trabaja en una nueva versión de Queer as folk, la revolucionaria obra de Russell T. Davies sobre el ambiente gay en Manchester que ya contó con una deslucida versión estadounidense y en la que compartirá pantalla con Kim Cattrall. También seguirá con su carrera musical y tratando de dilucidar si es una actriz cantante o una cantante actriz. “La interpretación me vuelve loca. Es una industria horrible, pero no sé qué es peor: la música, la moda o el cine. Todas son horribles, pero todas son mejores que ser contable o barrendera”.
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