Cómo el legado de Bernie Madoff hizo que mirásemos de otra manera a los ricos de las series televisivas
Madoff, que falleció esta semana a los 82 años, tuvo una historia personal y empresarial tan extraordinaria y nefasta que no solo alimentó a la ficción que vino después de su detención, sino que él mismo se asemejó a esos multimillonarios extravagantes que ya habíamos visto en la pantalla décadas antes
Bernie Madoff (Nueva York, 1938–Carolina del Norte, 2021) tenía un dúplex en el Upper East Side de Manhattan, dos jets privados, un yate anclado en la costa del sur de Francia y una colección de relojes antiguos que, según los que le conocían, dedicaba cada mañana un largo tiempo a combinar con su anillo de casado y sus brazaletes de oro. Era un hombre adorado por sus inversores y que fascinaba a los neoyorquinos y, cuando nadie miraba, también uno de los mayores estafadores de la historia. En resumen, un peligro para la vida y oro para la ficción. Y la ficción aceptó el ofrecimiento.
La muerte de Madoff a los 82 años en una prisión de Carolina del Norte donde cumplía una pena de 150 años por el mayor fraude cometido por una sola persona ( con más de 54.000 millones de euros defraudados se le responsabiliza, en parte, de la gran crisis de 2008 que afectó al mundo entero) no fue la primera de la familia, que ya había convertido su relato de triunfo y poder en uno de tragedia y vergüenza mucho antes de que falleciese el patriarca. Si bien este artículo está dedicado a hablar de su legado como gran villano de la ficción postcrisis, es probable que la propia historia de los Madoff sea más trágica, ostentosa y retorcida que cualquier guión.
Un breve resumen (en el obituario publicado por EL PAÍS puede leerse con más detalle): los delitos de Madoff fueron revelados a las autoridades por sus propios hijos. Dos semanas después, según su propio testimonio, Madoff y su esposa Ruth intentaron suicidarse en su millonario dúplex de Nueva York. No lo consiguieron, pero sí su hijo Mark, el mayor, que se ahorcó en 2010 incapaz de soportar la vergüenza y la culpa que devoraba a la familia. Esta historia se contó en The wizard of lies (“El mago de las mentiras”), disponible en HBO España, con Robert de Niro haciendo de Bernie y Michelle Pfeiffer dando vida a Ruth Madoff, una mujer cuya caída de la élite de Manhattan a paria social dio para una serie de artículos de Vanity Fair, tan largos y fecundos que la publicación estadounidense los publicaba por entregas número tras número.
Pero Madoff llegó a la ficción de verdad. Creó un nuevo tipo de tratamiento de los ricos en ese tipo de series que hablaban de millonarios venidos a menos, parias, víctimas de la ambición de sus familias, detritos de la ostentación de los noventa. “La crisis de 2008, como cualquier otro acontecimiento social de calado, ha impregnado la ficción televisiva”, opina la guionista Paloma Rando, “pero ese tipo de tramas de ricos venidos a menos ya existían. Ahora tenemos Shitt’s creek [trama: una acaudalada familia pierde sus millones y se ve obligada a reconstruir su vida] pero antes de la crisis estaba Arrested development [trama: una acaudalada familia pierde sus millones y se ve obligada a reconstruir su vida], que parte de una ruina familiar por el encarcelamiento del patriarca por fraude”. Según la teoría de Rando, si algo aportó Madoff fue acabar con la empatía que los espectadores podían tener por esos millonarios que se comportaban como urracas. “Las historias de ricos malvados y de las consecuencias de su desmedida avaricia han sido una constante televisiva desde los tiempos de Dinastía. Hoy vemos Succession y tal vez la mayor diferencia es que en esta última no hay redención posible para ningún personaje, mientras que en los culebrones de ricos de los ochenta había buenos y malos. Hemos pasado de entender que los ricos también lloran a no redimirlos por que lo hagan”.
Madoff se diferenciaba de ciertos magnates desnortados de la ficción (que repasaremos dentro de unos párrafos) en su aspecto de respetabilidad, hijo directo de la estética de lana, cachemira y despacho con vistas al río Hudson del Wall Street de los ochenta. El tipo de villano que inspiró ya no operaba desde un búnker: era parte de la comunidad del Upper East Side que tenía el favor y la admiración de sus vecinos y clientes, un figurín visto desde fuera pero un monstruo sediento si mirábamos dentro de sus bolsillos. “Una huella curiosa, pero tangencial, puede ser la de las series que retratan a los jóvenes post crisis”, prosigue Rando. “Ahí tenemos a las chicas de Girls, que por sus entornos, en otro momento habrían sido retratadas como privilegiadas con futuro y ahora son privilegiadas incluso a pesar de no tenerlo. O Industry, en la que la propia Lena Dunham también participó, que nos cuenta los avatares de un grupo de jóvenes trabajadores de un banco londinense. Nos muestra su entorno despiadado, pero no trata de disculparlos por formar parte de él”.
The good fight (2017), uno de los melodramas televisivos más celebrados de los úlimos años, se inspiraba directamente en Madoff (el padre de la protagonista era un Madoff de pies a cabeza). Pero por la cercanía a su propia caída tiene más interés la a priori descafeinada telecomedia 2 broke girls (2011). Una de esas “dos chicas arruinadas” –dos jóvenes sin fondos intentando montar su propio negocio de venta magdalenas– era la hija de una figura que, sin ningún tipo de reparo, imitaba a Madoff: un hombre multimillonario que acababa en prisión tras ser acusado de una estafa multimillonaria. Si este es un ejemplo especialmente reseñable es porque ese personaje que parodiaba a la hija de un rico fue presentado a la audiencia en 2011, solo un año después de que Mark Madoff se ahorcase. Esto polarizó a la audiencia y a los críticos. En su crítica de la serie, Alyssa Rosenberg escribió: “Caroline es hija de un estafador parecido a Madoff y se supone que debemos sentir lástima por ella, aunque por quien yo siento lástima es por Mark Madoff, que descubrió el fraude de su padre, lo denunció y finalmente se suicidó. Me resulta difícil sentir lástima por alguien que ignora por completo que su lujoso estilo de vida estaba siendo financiado por un ladrón de guante blanco y que descubre tan tarde que la gente suele trabajar para mantenerse”. Tras Madoff, se había acabado la frivolidad a la hora de hablar de multimillonarios estafadores.
Ese fue, probablemente, el gran cambio que la trama de Madoff y la crisis de 2008 aportaron al subgénero de series de ricos: a partir de ahí pocos se atrevieron a retratarlos de otro modo que no fuese como directamente malvados (en Industry, en HBO, los personajes son avariciosos, amorales, drogadictos y salvajes) o directamente paródicos, haciendo que el cálido manto del humor aplaque las iras de un espectador que, lo sepa o no, está todavía sufriendo las consecuencias de los personajes reales que inspiraron a esos divertidos villanos que observa en su pantalla.
No deja de ser irónico que la muerte de Bernie Madoff coincida, apenas con un mes de diferencia, con el 30 aniversario de American Psycho. La célebre y controvertida novela de Bret Easton Ellis, sobre un broker de Manhattan que jugaba a la bolsa durante el día y por la noche cometía unos crímenes espantosos narrados con un detalle casi insoportable, fue inspirada (según el mismo Ellis confesó en sus memorias Blanco) por los jóvenes de Wall Street a los que el escritor conoció en los ochenta. Eran unos jóvenes, según él describe, adictos a la cocaína, al lujo absoluto, al dinero y sin ningún tipo de reparo moral a la hora de ganar más. Psicópatas, vaya, como el protagonista de su novela, solo que este da (o cree dar) el paso definitivo y comienza a matar.
Pero antes ya había estado Gordon Gekko en Wall Street (1987), que dijo aquello de “¡La codicia es buena!”. Y antes, el malvado Morton dispuesto a matar a todos los que se interpongan en la construcción de su ferrocarril en Hasta que llegó su hora (1968). Y antes Charles Foster Kane, el magnate inventado por Orson Welles en Ciudadano Kane (1941), que tenía su propio castillo pero echaba de menos su trineo de infancia y que, a su vez, era un trasunto del magnate real William Randolph Hearst, que casi un siglo antes que Madoff ya tenía una historia personal y familiar digna de novela histórica. Es lo curioso de los grandísimos villanos monetarios: son tan poliédricos, fascinantes y fecundos para el relato que parece que la ficción los inventó antes de que ellos mismos naciesen. Cuando despertaron, como el dinosaurio del microrrelato de Augusto Monterroso, Madoff todavía estaba allí.
Puedes seguir ICON en Facebook, Twitter, Instagram, o suscribirte aquí a la Newsletter.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.