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¿‘Polis de balcón’ estoicos? ¿Negacionistas escépticos? Lo que la filosofía helenística puede enseñarnos sobre esta pandemia

Las grandes escuelas filosóficas del periodo helenístico fueron las primeras que se propusieron desentrañar el sentido de la vida y la receta de la felicidad. Siglos después preguntamos a varios filósofos qué enseñanzas sacar de cada una y cómo aplicarlas en plena pandemia

¿Sirve la filosofía de hace siglos para resolver problemas actuales? La respuesta corta es muy filosófica: "depende".
¿Sirve la filosofía de hace siglos para resolver problemas actuales? La respuesta corta es muy filosófica: "depende".Collage: Blanca López

“La filosofía es una escuela de vida”. Esta frase, tan sencilla y certera, del filósofo, ensayista y maestro Eduardo Infante tal vez no resulte intuitiva para todo el mundo. Muchos asocian la filosofía que estudiaron en el instituto con frases enigma de muy dudosa aplicación práctica como “el ser es”, de Parménides, y “nadie se baña dos veces en el mismo río”, de Heráclito. En estos tiempos de incertidumbre podemos recurrir a la ciencia, pero no resuelve la más fundamental de las cuestiones: ¿en qué consiste una vida digna y cómo hay que vivirla?

La pregunta resulta aún más acuciante en contextos de excepcionalidad y de crisis como los que nos ha tocado vivir en el último año. Para Infante, “sigue siendo el dilema crucial, el que los resume todos, porque en esencia somos criaturas mortales y racionales cuya principal inquietud es dotar de sentido a nuestra experiencia efímera”. El filósofo y político vizcaíno Eduardo Maura matiza, sin embargo, que la función de la filosofía no es necesariamente aportar sentido y consuelo: “No tengo demasiada fe en un supuesto valor terapéutico de la filosofía si por este se entiende un alivio o beneficio individual”. Sí cree, en cambio, en su enorme potencial como terapia colectiva: “La pregunta filosófica clásica que siento con más fuerza es: ¿Cómo hacemos para vivir juntos? Es una pregunta que tiene más que ver con el espacio público y la organización colectiva y, más en concreto, con gozar de la compañía de otros, con hacer cosas en común y experimentar en común”.

De la mano de varios pensadores, hemos repasado las vacunas contra la melancolía y los antídotos contra el desconsuelo que habrían recetado las grandes escuelas filosóficas del periodo helenístico (siglos IV y I a. C.), las primeras que se propusieron desentrañar no tanto la esencia del cosmos como el sentido de la vida y la receta de la felicidad. Para Eduardo Infante, que publica estos días su ensayo filosófico No me tapes el sol. Como ser un cínico de los buenos (Ariel), “ese periodo histórico se parece bastante al nuestro. Yo diría que vivimos en una era de helenismo líquido, en un mundo muy complejo, sofisticado y globalizado que se enfrenta a grandes amenazas. Y, como en aquella época, experimentamos una demanda creciente de reflexión y pensamiento crítico que nos ayude a gestionar mejor la complejidad, la insatisfacción y la incertidumbre”.

Las respuestas que pueden ofrecernos las principales escuelas helenísticas (estoicismo, epicureísmo, hedonismo, cinismo y escepticismo), resultan “pertinentes y útiles”, según el ensayista y profesor de filosofía Víctor Gómez Pin, “siempre que no perdamos de vista la enorme distancia cultural que nos separa de aquella época y no caigamos en la banalización”. Para Gómez, “es muy llamativo que hoy se asocie, por ejemplo, a nuestros modernos negacionistas de la pandemia con hedonistas y escépticos, porque damos a esas palabras un sentido trivial y cotidiano que no tiene nada que ver con lo que fueron en realidad estas escuelas filosóficas. Los negacionistas de hoy serían, en todo caso, cobardes que niegan la realidad porque no están dispuestos a asumirla y actuar de manera responsable y consecuente. Todo lo contrario de los hedonistas y escépticos originales, que siempre se esforzaron por mirar a la verdad de frente”.

Zenón de Citio, natural de Chipre e ídolo de los estoicos.
Zenón de Citio, natural de Chipre e ídolo de los estoicos.Design Pics (Getty Images)

La templanza estoica: el sufrimiento es una ilusión (o los ‘polis’ de balcón)

Los primeros que han sufrido ese proceso de banalización miope del que habla Gómez Pin son los estoicos. Por ese nombre se conoció en la Grecia del periodo helenístico a los seguidores de Zenón de Citio, una secta filosófica que se reunía bajo un pórtico de Atenas, la stóa. Hoy tendrían que decirnos que el sufrimiento, por intenso que resulte, es una ilusión. Y que el secreto de la felicidad consiste en llevar una vida virtuosa, acorde a las leyes eternas de la naturaleza.

Sus actuales discípulos, los estoicos de hoy en día, serían gente sufrida y digna de confianza, capaz de atravesar la montaña del dolor sin derramar una lágrima. Y, según otras interpretaciones, los miembros de la llamada Stasi del balcón, porque algunos de los estoicos fueron moralistas muy proclives a meterse en vidas ajenas.

Infante considera, pese a todo, “que no hay que confundir a los estoicos con la visión que difundieron de ellos los primeros jerarcas del cristianismo, los llamados apologetas”. Esa imagen de sufridores sempiternos que conciben el mundo como un valle de lágrimas tiene más que ver con “el estoicismo cristianizado, cuando los primeros estoicos no eran en absoluto masoquistas que persiguiesen la redención a través del dolor”. Al contrario, “se esforzaban en evitarlo racionalizándolo, relativizándolo y distanciándose de él”.

En tiempos de pandemia, un estoico nos enseñaría “que ni en las peores circunstancias debemos perder de vista que lo que da sentido a la vida es tratar de vivirla de manera digna, acorde con nuestros principios, exigiéndonos todos los días ser la mejor versión posible de nosotros mismos”.

Arístipo, discípulo de Sócrates y padre de los hedonistas.
Arístipo, discípulo de Sócrates y padre de los hedonistas.Design Pics (Corbis via Getty Images)

La alegría hedonista: no es irte de fiesta, sino saber convertir cualquier mal momento en una

Los hedonistas originales fueron los seguidores de la llamada escuela cirenaica, empezando por Arístipo, el discípulo de Sócrates que, según las malas lenguas, se hizo rico vendiendo su doctrina al mejor postor. Para esta escuela de pensamiento, el sentido de la vida está en acumular placeres, tanto físicos como intelectuales. No hay otra felicidad al alcance del ser humano.

Hoy, un tanto a la ligera, se llama hedonistas a personajes de la farándula desaprensiva, como Zayra Gutiérrez, Rita Ora o Joaquín de Bélgica, que no perdonan una fiesta ni en pleno confinamiento, aunque tengan que pagar por ello multas y condenas televisivas. Pero tal vez convenga recordar que Arístipo, el gran profeta de los placeres sin culpa, decía que más vale un mendigo que un pobre ignorante.

Eduardo Infante añade que “asociar el hedonismo original con valores contemporáneos como el individualismo materialista, consumista e insolidario es un tremendo equívoco”. Los cirenaicos entendían el placer “como bienestar físico, moral y emocional, no como la satisfacción ingenua e inmediata de impulsos y deseos, algo que, llevado al extremo, solo puede conducir a una vida vacía”. La lección más contemporánea del hedonismo tal vez sea que “se puede conservar la alegría incluso en las peores circunstancias: como buen discípulo de Sócrates, Arístipo destacaba que su maestro supo ser feliz incluso en su último mes de vida, cuando ya había sido sentenciado a beberse una copa de cicuta. Los seres humanos virtuosos saben vivir con dignidad y alegría incluso en el corredor de la muerte”.

Epicuro, el que nos enseñó que se puede gozar, pero sin pasarse.
Epicuro, el que nos enseñó que se puede gozar, pero sin pasarse.Universal History Archive (Getty Images)

El equilibrio epicúreo: ¿tiene sentido saltarse las reglas si te puede traer problemas?

Los seguidores de esta doctrina fueron Epicuro y sus prosélitos, la llamada escuela del jardín. Los epicúreos predicaban un hedonismo mesurado e inteligente basado en la aritmética del goce: hay placeres que, disfrutados sin prudencia ni mesura, causan dolor. Suma, resta y decide por ti mismo lo que de verdad te conviene.

Hoy resulta tentador considerar epicúreo a cualquiera que asuma con naturalidad que no tiene mucho sentido saltarse las normas del aislamiento social (y disfrutarlo) si ello implica un serio riesgo de enfermar o de que enfermen tus familiares. Infante añade que los epicúreos “fueron casi tan frugales como los estoicos, a pesar de la supuesta rivalidad irreconciliable entre ambas escuelas. Epicuro puso un énfasis mayor en el disfrute de placeres sencillos, como el de la amistad o la conversación, pero su concepto de lujo material y placer sensorial no iba mucho más allá de compartir un trozo de queso, un cuenco de vino y unas aceitunas”. Estoicos y epicúreos coincidían en lo fundamental: “Ambos predicaban un cierto desapego y un énfasis en la autonomía del ser humano, que debía preservar como un tesoro su independencia personal y no convertirse en adorador de falsos dioses como el dinero, el poder o el deseo”.

Pirrón de Elis, un hombre que creía que el conocimiento es cuestión de perspectiva.
Pirrón de Elis, un hombre que creía que el conocimiento es cuestión de perspectiva.Heritage Images (Getty Images)

La duda escéptica: cuestionar las normas sin dejar de obedecerlas

Los escépticos fueron los seguidores de Pirrón de Elis, un hombre que creía que el conocimiento es cuestión de perspectiva y, por tanto, no hacía afirmaciones categóricas, solo expresaba su opinión. Hoy, los pirronianos podrían decirnos que hay algo de subjetivo en toda supuesta verdad.

Los científicos, en general, son nuestros escépticos sanos, prudentes e informados, porque saben que la duda es la herramienta más eficaz para obtener conocimiento verdadero. A los escépticos radicales y arbitrarios hoy los llamamos negacionistas, conspiranoicos o terraplanistas, pero Pirrón no hubiese tenido gran cosa que decirles. El énfasis que les distinguía de otras escuelas de la época tiene que ver “con la resistencia a asumir de manera acrítica las normas de la manada”. El individuo tiene el privilegio y la obligación de pensar por sí mismo y llegar a sus propias conclusiones, “aceptar de manera acrítica las ideas ajenas equivale a traicionar la propia razón”. Pero eso no implica despreciar ni desobedecer las leyes y normas de comportamiento colectivo cuando son racionales y justas: “Los escépticos no eran relativistas morales radicales, rebeldes sin causa ni insumisos crónicos”.

Diógenes de Sínope, siempre buscando hombres honestos.
Diógenes de Sínope, siempre buscando hombres honestos.Universal History Archive (Getty Images)

La desvergüenza cínica: no es comportarte como un perro, sino pensar como uno

El cínico por excelencia fue Diógenes de Sínope, el filósofo que, según la leyenda, vivía en una tinaja y recorría las calles de Atenas con una lámpara buscando hombres honestos de verdad. La de esta escuela era una síntesis revolucionaria entre estoicismo y escepticismo. Individualistas radicales, nos hubieran exhortado a pensar por nosotros mismos, con rigor, pero sin prejuicios, sin miedo y con libertad.

El cinismo tiene muy mala prensa. Hoy atribuimos esa cualidad a los que se comportan de manera interesada, egoísta y mezquina. Los cínicos de Diógenes eran más bien librepensadores propensos a la protesta con fundamento y la desobediencia civil justificada. Infante encuentra la esencia del cinismo en la exhortación de Diógenes a vivir y a pensar “como un perro”. Es decir, a “volver a la esencia, a la naturaleza, y en cierto sentido asalvajar la vida”. Para el filósofo de Sínope, “el hombre es una criatura domesticada por la conformidad a las normas de la tribu. Para recuperar su plena dignidad y su independencia, debe de pensar como el perro, que se deja guiar por sus propios instintos, pero añadiéndole esa cualidad humana que es el uso de la razón”. Infante reivindica también el carácter “desvergonzado” de esta escuela: “El cínico es desvergonzado porque piensa por sí mismo y no renuncia a su libertad y su integridad. Comparemos eso con la cantidad de situaciones cotidianas en que ese sentimiento de vergüenza nos lleva hoy en día a traicionarnos a nosotros mismos en el mundo laboral o las redes sociales…”.

En resumen, Gómez Pin considera que en todas estas escuelas es posible encontrar lecciones de vida significativas. Lo que ya no tiene tan claro es que la función de la filosofía, la del periodo helenístico o de cualquier otro, sea aportar certezas y consuelo: “Por supuesto que la filosofía puede utilizarse en momentos de aflicción. Pero la calma o el alivio que puede aportar no debe confundirse con una especie de anestésico. Cabe incluso que al hurgar en la llaga el dolor se agudice, pues la filosofía responde a una exigencia de lucidez, y la lucidez no es un sedante”.

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