Cuidado con lo ‘cuqui’: los peligros de que el mundo se haya llenado de criaturas adorables como Baby Yoda
El regreso de ‘The Mandalorian’ vuelve a poner de manifiesto el éxito de “lo mono”, ese subgénero estético de seres y cosas agradables a la vista que, como afirman muchos expertos, ocultan a veces intenciones y campañas mucho menos bonitas
Ha vuelto Baby Yoda, ese extraño ser con aspecto de bebé extragaláctico (aunque tiene 50 años) y con alucinantes superpoderes; sobre todo el de enternecer. Acaba de llegar la segunda temporada de la exitosa serie The Mandalorian (disponible en Disney+), y Baby Yoda (que en realidad no se llama así, sino The Kid, “El Niño”) conquista los corazones de los seguidores de la saga Star Wars, incluido el del protagonista, un duro cazarrecompensas interpretado, bajo un eterno casco, por Pedro Pascal. Baby Yoda lo tiene todo para ser feo: orejas enormes y puntiagudas, endebles pelillos y la piel verde. En cambio, resulta adorable. Muchos fans de la serie lo son por lo monísimo y lo cuqui que es este personaje. Sin embargo, ¿qué es lo cuqui? ¿Cómo nos afecta? ¿Está cada vez más presente en nuestra sociedad? ¿Vivimos bajo su dictadura?
Siempre que se habla de lo cuqui y de lo mono (de lo cute en inglés o de lo kawaii, con matices, en japonés) se citan los estudios del célebre etólogo, premio Nobel en 1973, Konrad Lorenz. Según sus investigaciones, su “esquema de bebé” (kindchenschema), los seres que nos parecen monos tienen algunos rasgos en común: la cabeza grande y redondeada, los ojos también, el mentón y la nariz pequeños, lozanía en los mofletes, labios carnosos… En efecto, tanto Baby Yoda, como los bebés humanos, los cachorros animales y muchos otros muñequitos monos, desde Hello Kitty hasta los peluches Dreamy Eyes, cabezones y con ojos saltones, comparten estos rasgos. También los gatitos que tanto furor han despertado en los últimos años en Internet. Y, curiosamente, hasta algunas modelos de pasarela. En definitiva, nos parece mono lo que nos recuerda a un bebé, o a lo infantil. Nos produce ternura.
“La ternura es clave para el desarrollo de la empatía, la capacidad para ponerse en el lugar del otro”, dice Guillermo Fouce, presidente de la fundación Psicología Sin Fronteras. “Los bebés nos resultan vulnerables y ante ellos aparece nuestro instinto de protección. También el recuerdo de cuando nosotros mismos éramos bebés”. Estamos programados genéticamente para que se despierten nuestros instintos de crianza ante seres monísimos, así que lo cuqui fomenta los cuidados y ayuda a perpetuar las especies. Incluso los niños pequeños tienen sentimientos de ternura ante niños aún más pequeños que ellos, según observó un estudio de la Universidad de Lincoln y el Instituto Superior de Sanidad de Roma en 2014.
Lo cuqui va permeando las sociedades: recientemente, un homenaje a los sanitarios por su duro trabajo en la pandemia puso en la céntrica plaza de Callao (Madrid) a una enorme sanitaria cuqui, muy riquina, con su mascarilla, sus zuecos, su traje de faena verde-hospital y su gran cabezón y sus ojos gigantes. Medía seis metros. Hace no tanto sería imposible homenajear a un colectivo en época de catástrofe de esta manera.
No solo los muñequitos traen lo cuqui hasta nosotros. Por ejemplo, en las últimas décadas los logos serios en letras góticas negras como el de The New York Times han dado paso al colorido y blandito emblema de Google. Ahora las empresas tienen logotipos frescos, coloridos, divertidos, redondeados, que transmiten modernidad pero también, a menudo, un desenfado infantil. ¿La infantilización estética de la sociedad está relacionada con el duro individualismo, o con la solidaridad y los cuidados? Es difícil saberlo.
Además, no todo el mundo ve en lo cuqui únicamente inocencia. El filósofo británico Simon May, gran estudioso actual de lo mono y autor de El poder de lo cuqui (Alpha Decay), advierte también una pátina siniestra. Lo cuqui, para May, nos hace vivir en un mundo menos violento, menos traspasado por el poder, es algo inocente a lo que nos aferramos en un mundo que cambia de manera vertiginosa y parece dirigirse hacia el abismo. Una vuelta a aquella niñez en la que el tiempo no pasaba, todo era blando y todo estaba bien (en el caso de que así fuera). “Lo cuqui está colonizando nuestro mundo”, afirma.
El reverso tenebroso
Sin embargo, lo cute, escribe May, “se vuelve siniestro, indeterminado (como ocurre cuando algo se sitúa entre lo infantil y lo adulto, lo masculino y lo femenino, lo no humano y lo humano, lo conocido y lo desconocido, lo impotente y lo poderoso, lo espontáneo y lo deliberado) e incluso monstruoso. Pero (y esto es lo fundamental) en un registro desenfadado y, a menudo, frívolo”. ¿Es lo cuqui una reacción a un mundo tremendo, incomprensible, y cruel? Más que eso: puede ser una expresión de ese mundo. “Lo cuqui es ante todo una expresión burlona de la opacidad, la incertidumbre, la extrañeza, el fluir constante o ‘devenir’ que nuestra época ha detectado en el mismo corazón de todo lo existente”, escribe el autor.
Otro reverso tenebroso: un estudio de 2015 realizado en la Universidad de Yale llegó a la conclusión de que la gente más sensible a la ternura de lo cuqui también era más susceptible de presentar conductas, digamos, levemente agresivas, como estrujar insistentemente las mejillas de los niños. Sí, esas tías lejanas que le están viniendo a la mente abalanzándose sobre el carricoche del niño. Lo cuqui puede producirnos risa nerviosa, ganas de achuchar o lágrimas de emoción. De alguna manera, nos saca de la serenidad, y las reacciones agresivas buscan devolvernos el equilibrio.
Si hablamos de lo mono, de lo cuqui, de lo cute, no podemos obviar a Japón como, tal vez, la principal fuente mundial de cosas cuquis, lo que allí se llama kawaii. Todo empezó a finales de los años ochenta, cuando el rápido poderío económico japonés, que le había llevado de perder la Segunda Guerra Mundial a ser la segunda potencia del globo, se fue al garete. “Entonces comienza una política de soft power (poder blando) en la que Japón trata de influir a través de lo cultural y, muy especialmente, de lo cuqui”, explica Jaime Romero Leo, investigador sobre Arte y Estética Japonesa en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Salamanca. Incluso el gobierno apoyó la difusión de estas estéticas a través de iniciativas como Cool Japan. Lo kawaii va incluso más allá de lo mono occidental, y está fuertemente enraizado en la cultura nipona.
Japón, potencia mundial de lo cuqui: lo kawaii
“La sociedad japonesa es muy rígida y muchas veces no se pueden expresar opiniones excepto en ámbitos muy íntimos”, dice Romero, “sin embargo, siempre se puede apreciar lo cuqui en público”. Lo kawaii se refleja en el plano comercial, la identidad simbólica y la comunicación. En Japón muchas empresas, equipos deportivos, pueblos, ciudades, y hasta la policía y el ejército tienen mascotas muy monas, llamadas yurukyara. El volumen de negocio anual podría alcanzar 25.000 millones de dólares según cifras citadas por la página oficial Japan Experience. El Kumamon, mascota oficial de la prefectura de Kumamoto, un oso con mofletes rojos, está de moda. Como la prefectura no cobra por utilizar su imagen, esta es utilizada en muchos productos y empresas, lo que aumenta su difusión.
Es curioso cómo lo kawaii, lleno de ternura y diversión, también ha sido utilizado para promover lo bélico y militar, como ha observado el experto en Japón Enrique Galván Jerez, en su investigación Lo cuqui va a la guerra: estrategias de comunicación probélicas en videojuegos japoneses, publicado en la Revista de Filología Románica de la Universidad Complutense de Madrid. “Los valores bélicos y militares también se pueden promover mediante lo kawaii y moe, que se fundamenta en la fetichización de los personajes de videojuegos o manga”, cuenta el experto.
A modo de ejemplo, menciona videojuegos como Squishy Tank, en el que manejamos un adorable carro de combate, o Valkyirie Profile, un juego de guerra protagonizado por chicas manga de figura estilizada y ojos grandes. Estas figuras femeninas, sexis a la par que inocentes, se han utilizado para incitar al reclutamiento militar en lugares como la prefectura de Okayama. “Así se consigue presentar el acto de la guerra como algo más positivo”, concluye Galván. Al fin y al cabo, es posible que el adorable Baby Yoda sea un caballero Jedi, y detrás de su apacible sonrisa y de sus movimientos infantiles se encuentre un ser potencialmente letal.
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