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“Todo el mundo quería una parte de mi viralidad, empecé a autoexplotarme”: la cara oscura del ‘meme’

La apropiación de las marcas y la irrupción de plataformas como Tiktok amenazaron con destruir los memes, pero esta particular muestra de humor digital aún conserva su capacidad de exponer preocupaciones sociales

memes Icon
Fotografía: Getty Images/ Collage: Blanca López

El otoño de lo demure llegó mucho antes que la propia estación. Para entonces ya había ropa demure, menús demure y muebles demure. El meme parecía muerto por agotamiento y en su epitafio se podía leer la traducción a todos los idiomas posibles: “Considerada, modesta, mona y recatada”. Sin embargo, tras las infinitas reacciones virtuales aún resiste el significado original que le dio Jools Lebrons, una mujer trans a la que, de camino a su trabajo en un supermercado de Illinois, se le ocurrió subir un vídeo en el que ironizaba sobre los estándares “aceptables” de belleza femenina.

Con el dinero que generó el trend pudo costear el resto de su transición y para muchos se convirtió en un referente. Este es el día a día del meme. Un medio que se creía acabado por la intrusión de las marcas y la aparición de nuevas plataformas como Tiktok y que, aún así, siguen utilizando los jóvenes para exponer con humor los problemas que afrontan en sus vidas.

Esta época de inevitable ironía, dobles sentidos e infinitas reinterpretaciones recibe el nombre de Memeceno. Por lo menos así es como lo llamaron el grupo de escritores que, coordinados por Álvaro S. Pajares (Madrid, 34 años), publicaron un libro homónimo (La Caja Books, 2023) en el que analizaban la evolución y adaptación del meme. “Se podría ver como una épica civilizadora. Las marcas han ido colonizando todos los espacios culturales que se creaban en internet”, cuenta sobre uno de los principales intrusos en el medio. Él mismo, como creador de memes, fue testigo en sus propias redes de esta conquista. Desde su experiencia defiende que el abordaje de las marcas se ha convertido en una prueba de diamante para los memes. “En los que expresan algo más profundo no se atreven a meterse. No es tan fácil como copiar un color o un bailecito”.

Como ejemplo reciente escoge el verano Brat, que provocó el álbum del mismo nombre de Charli XCX. Canciones que con sus letras directas y provocativas incitaban a una actitud desafiante y descarada, como el verde chillón de la portada del disco. “Muchas veces la comunidad de seguidores, en este caso muy relacionada con el colectivo LGTB, se opone a que se apropien de sus códigos. Las marcas son muy blancas y se alejan de cualquier problema que les pueda generar polémica”.

Sin embargo, la mercantilización no es la única traba que esta particular mezcla de humor digital y denuncia social ha encontrado en su evolución. Como refleja el libro, el propio meme puede ser su peor enemigo. Con el crecimiento de la comunidad de creadores se rizó el rizó y se empezaron a hacer memes sobre el meme original. “Las quejas genuinas se acaban convirtiendo en parodias. La ironía de los memes puede llevar al cinismo individualista o incluso al negacionismo”. Este ambiente fue lo que hizo que Pajares acabase por abandonar la cuenta de Instagram @policiadelafecto, con la que había intentado exponer problemas sociales como la salud mental.

La aparición de Tiktok parecía que iba a asestar la estocada definitiva a los memes, pero nada más lejos de la realidad. Los memes se reinventaron y se adaptaron a los nuevos medios. La generación Z llegó a las redes ávida por descubrir el potencial de estas nuevas plataformas para compartir con humor sus inquietudes. En Tiktok, el tradicional esquema texto-imagen quedó obsoleto y en su lugar aparecieron las músicas y los audios compartidos con los que uno podía encarnar e incluso hacer de sí mismo un meme. En España hay poca gente capaz de entender los efectos de esta nueva vertiente memética como Carmen Merina (25 años, Córdoba), nuestra particular Jools Lebron. Hace exactamente un año ella misma se convirtió en un meme bajo el seudónimo @rayomcqueer. En un tiktok abordaba con humor las distintas quejas con las que lidiaba en la cafetería donde trabajaba. Su famoso “que me da igual” llegó a convertirse en un mantra para los jóvenes y a ella le cayó el sambenito de la voz de una generación forzada a lidiar con trabajos precarios. A partir de ahí consiguió “vivir del cuento”, como ella defiende, y trabajar de influencer.

Sin embargo, el “cuento” fue bastante más duro de lo que imaginaba. “Todo el mundo quería una parte de mi viralidad y yo misma empecé a autoexplotarme. Intentaba replicar lo que había funcionado y ya ni siquiera trabajaba como antes. No me reconocía”. Tras una gran crisis decidió bajar el ritmo y volver a subir los vídeos que a ella le apetecían. Había superado la prueba del diamante que planteaba Pajares. La única diferencia es que ahora los memes tienen cara y nombre propio y su “explotación” se vive en las propias carnes. En esta nueva etapa de Merina, como en el primero de sus vídeos, vuelve a abordar con mucho humor las preocupaciones de su vida actual, desde la transfobia que provocó su irrupción en redes hasta las mellas que el proceso dejó en su salud mental. “No tengo miedo a exponer que estoy loca. Porque, como a todos, una serie de problemas estructurales me han vuelto loca”.

Esta tendencia hacia la autoexposición es la última, que no la única, versión de los memes. Solo el tiempo dirá si consigue mantener su vigencia como medio para compartir con humor las frustraciones en el mundo digital. Sea cual sea su futuro, no se preocupe, se enterará gracias a un meme.

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