‘La Voz’ (así es como queríamos titular nuestra portada de Gabilondo, pero quedaba demasiado corto)
Daniel García, director de ICON, reflexiona en su carta del número de abril sobre Iñaki Gabilondo, el hombre al que siempre querríamos escuchar, y sobre por qué, en contra de la opinión de algunos grandes editores del pasado, a veces sí necesitamos imágenes edificantes
Me resulta dificilísimo describirlo de una manera que no haya sido dicha mil quinientas veces y que le haga justicia, pero, para muchos, entre los que me incluyo, la voz de Iñaki Gabilondo siempre ha sido un antídoto contra la estupidez y el ruido. De hecho, intentamos que el título que acompaña a la foto de portada fuera La voz, pero quedaba demasiado corto (no saben la rabia que nos dio perder, además, el guiño al formato televisivo). Nótese que digo antídoto y no narcótico, como los que menciona Alberto García-Alix en la entrevista del interior de este número, en la que le explica a Iñigo López Palacios sus escritos, recién reeditados, y que están inevitablemente relacionados con su vida, su fotografía y su experiencia con las drogas.
“El ser humano tiene ese deseo de narcotizarse eternamente. De no hacer nada”, dice Alix en un momento de la conversación, aludiendo a nuestro natural impulso de evadirnos. Pero divago. Gabilondo no es comparable a una sustancia ilegal. A lo sumo, sería un tranquilizante light o un suplemento vitamínico que deberían recomendar los nutricionistas. Porque hace falta mucho Gabilondo para contrarrestar el nivel de aceleracionismo apocalíptico de la actualidad: de la política y de la normal. Y por eso él ha decidido parar el ritmo, salirse del comentario diario y hacerlo una vez a la semana. Cosa que me parece estupenda, qué voy a decir yo, que trabajo en un medio mensual. Y orgulloso de serlo, además: hace un año y medio, cuando rediseñamos ICON, la idea era facilitar la lectura e invitar al lector a pasar un rato tranquilo con nosotros.
La entrevista de Xosé Hermida a Iñaki Gabilondo te recuerda lo que pasa en el cerebro cuando lees, escuchas o participas en una buena conversación. Que no tiene por qué ser un plácido intercambio de opiniones entre dos personas en sendos sillones de orejas. Ni siquiera una discusión entre antagonistas. El diálogo tiene mucho más que ver con la actitud que con el formato pregunta respuesta. ¿O no decía Umbral, cuando tenía su columna en este diario, que si un día criticaba a alguien al siguiente esa persona le invitaba a cenar?
Una noche, leyendo en el iPad mientras veía una película, caí en un texto de Joan Juliet Buck, la periodista francoestadounidense que dirigió la versión francesa de Vogue a mediados de los noventa. En él contaba que, cuando le dieron el puesto, pidió consejo a Alex Liberman, el legendario director creativo de Condé Nast, y él le advirtió: “Olvida el pasado, solo importan hoy y mañana. Y evita las imágenes encantadoras. Son baratas”. Para alguien cuya idea de la elegancia era Marlene Dietrich semioculta tras el humo de un cigarrillo, la idea de una chica rubia en un campo de margaritas o un niño con un perrito debía resultar insoportable. Pero discrepo humildemente con el brillantísimo Liberman. De vez en cuando necesitamos imágenes edificantes aunque sean cursis, personajes a los que aspirar y palabras que los acompañen.
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