¿A qué llama usted icono?
Los protagonistas de las dos portadas del último número de ICON pertenecen a esa escasísima raza de seres humanos que son universalmente conocidos por su nombre de pila. Ambos son guardianes de sus propios tiempos y de su propia tradición en una sociedad en la que todo va tan rápido que hasta la novedad se ha pasado de moda
Todos nos acordamos: el día de tu infancia o adolescencia que descubres algo que te atrae pero a la vez te supera, algo que te revela partes de ti pero no sabes definir. A la vez familiar, repelente e irresistible. La primera película de Pedro Almodóvar, por ejemplo. En mi caso, Mujeres al borde de un ataque de nervios. Fue la que lo lanzó a la fama y para mí supuso un rito iniciático: el color, los diálogos, las mujeres, el sexo, la ropa, Madrid, el exceso, la decoración, la violencia, la parodia... Los adolescentes pueden devorar varios maestros en un día varios días a la semana, pero casi ninguna de las innumerables películas de directores europeos, clásicos de Hollywood o contemporáneos de culto que vi durante esos años me ha atrapado ni la mitad que aquella chifladura que pillé por casualidad, seguramente en la tele pública, un sábado cualquiera en el salón de casa de mis padres.
Lo mismo puedo decir de Kylie Minogue: fue un error que me regalaran la cinta de The rhythm of love (yo había pedido una de C.C. Catch) pero, gracias a mi capacidad para escuchar, rebobinar y volver a escuchar What do I have to do, se fraguó un romance que ha durado las últimas tres décadas. Y no precisamente por mi fidelidad sino por su perseverancia: es admirable la dedicación con la que esta australiana sigue construyendo su monumental acervo de hits, y todo en nombre de la ligereza, el hedonismo y la libertad que se siente en una pista de baile. Su último disco lo atestigua: se titula Disco.
Los protagonistas de las dos portadas de este número de ICON pertenecen a esa escasísima raza de seres humanos que son universalmente conocidos por su nombre de pila: Madonna, Prince, Kylie, Pedro. Ambos son guardianes de sus propios tiempos y de su propia tradición en una sociedad en la que todo va tan rápido que hasta la novedad se ha pasado de moda. Puede que porque muchas de las cosas que nos iban a hacer libres nos han terminado traicionando. Uber, la política, la estadística, la mismísima Internet, que últimamente se parece más a un cajero con vigilancia 24 horas que a ese paraíso de libertad que imaginaron sus pioneros. Incluso la moda, al menos en su acepción más histérica, se ha pasado de moda. Mike the Ruler, uno de los adolescentes que azuzaron, a mediados de la década pasada, el ascenso de todo lo que se ha llevado hasta ahora sobre una pasarela, ya no quiere saber nada.
“Me pregunto qué nuevas formas de contar historias traerá el futuro”, dijo en un brillante hilo de stories donde arremetía contra la tiranía de la novedad y la vacía lógica del negocio de las industrias del entretenimiento. “La juventud es la obsesión de la mediana edad”, remataba la crítica de moda de The New York Times hace poco, retratando el despiste de algunos creativos de estas industrias: no hay nada menos seductor que intentar parecer joven.
En La voz humana, la adaptación del monólogo de Cocteau que Almodóvar acaba de estrenar, siguen estando el color, la ropa, el diálogo, el exceso, las mujeres, la decoración, el sexo. Con lo necesario para saber que esto es 2020, no 1988, y un solo fin, que no es contar la historia de Jean Cocteau, de Tilda Swinton o de un hipotético espectador milenial, sino la de Pedro Almodóvar. En solo media hora. Y para colmo en una sala de cine (se mantenía como la sexta película más vista en España a fecha de cierre). Creo que Mike the Ruler todavía no ha cumplido los 20, así que aún está a tiempo de tener su epifanía. Los iconos son una receta infalible contra el desengaño y la incertidumbre.
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