Javier Castillo, de barrendero a los 16 años a vender millones de libros antes de los 40: “Ser escritor era impensable en mi mundo”
El autor malagueño, que acaba de publicar su octava novela (’El susurro del fuego’), empezó autoeditándose y hoy triunfa con cada uno de sus libros, a pesar de que jamás pensó que eso fuera posible

La última vez que entrevisté a Javier Castillo (Mijas, Málaga, 1987) fue hace algo más de cinco años, solo unos días antes de que se decretara el estado de alarma por emergencia sanitaria debido a la covid-19. En aquel momento, el histórico y fatídico marzo de 2020, el escritor malagueño ya era un fenómeno literario que, con cuatro novelas publicadas, había despachado más de medio millón de ejemplares −615.000, para ser exactos− sin contar con el respaldo de la crítica ni de los medios tradicionales. Por aquel entonces, a pesar de ser un autor que congregaba a miles de personas en las firmas de sus libros y que acumulaba más de 300.000 seguidores en redes sociales, Javier Castillo aún iba a diario a la biblioteca pública de Fuengirola a escribir sus libros, donde se rodeaba de opositores y estudiantes con los que confraternizaba. La novela que acababa de publicar aquel año, La chica de la nieve, se convirtió en la más leída en España durante el confinamiento y poco después tuvo su adaptación al mundo audiovisual convirtiéndose en la serie más vista a nivel mundial cuando se estrenó en Netflix.
Cinco años después de ese primer encuentro con ICON, Castillo tiene ocho novelas publicadas, ha vendido 2.500.000 ejemplares, su obra se ha traducido a 24 idiomas, Netflix estrenó la segunda temporada basada en su novela (El juego del Alma) y, desde que se construyó la casa de sus sueños junto a su mujer, la influencer Verónica Díaz, −con piscina y jardín para criar a sus tres hijos: Gala, de 8 años, Bruno, de seis años, y Pablo, de dos−, escribe en su propio despacho, aunque reconoce entre risas que cometió un error al diseñarlo: “Me equivoqué al poner una puerta de cristal. Muchas veces estoy escribiendo un drama, sufriendo realmente por lo que estoy contando, y de repente aparece mi hijo pequeño sonriendo y llamándome ‘papá’, ‘papá”.
El malagueño, que acaba de publicar El susurro del fuego (Suma de Letras), su octava novela, confiesa que cuando se encuentra inmerso en el proceso de escritura va cayendo poco a poco en un pozo del que le cuesta mucho salir: “Al principio de una novela suelo estar ilusionado y motivado. Pero cuanto más me adentro y más voy conociendo a los personajes más caigo en el pozo. Los últimos tres meses de escritura sufro mucho, y sé que mi familia también sufre… Cuando termino de escribir un capítulo duro puedo estar hablando con mi mujer y tirarme tres horas respondiendo con monosílabos“. Para escribir, asegura Castillo, el único secreto es, precisamente, interiorizar las emociones: ”Y no creo que haya una clase magistral más pura para eso que tener hijos. Con ellos aprendes lo que es el terror verdadero, lo que es el amor verdadero, la renuncia a ti mismo... aprendes a decir ‘por estas personas mataría’ y lo que es echar de menos de verdad“.
Cuando se le pregunta cómo ha cambiado su vida en estos últimos y frenéticos años, el autor no tiene dudas y vuelve a sus hijos. ”La fama no me ha cambiado, hacemos una vida súper normal. Lo que más ha cambiado mi vida es ser padre. Ese es el gran salto. Con los hijos cambian tus rutinas, tu vida entera y el nivel en que te exiges a ti mismo. Al ser padre te vuelves más ambicioso y quieres ser un buen ejemplo. Yo me he vuelto más receloso y me he dado cuenta de que hay amistades que realmente no me aportan".
Javier Castillo afirma que los sueños que tiene de un tiempo a esta parte se centran en lo personal, lo profesional pasó a un segundo plano desde la publicación de su tercer libro, Todo lo que sucedió con Miranda Huff (2019): “Ahí empecé a pensar en que me encantaría ver la graduación de Gala, o viajar a Disney y ver la cara de mis hijos… El resto me daba igual. Más allá de la satisfacción profesional que da que un trabajo salga bien, son los momentos personales los que me hacen llorar: ver a mi familia bien, hacerlo bien con la educación de los niños…“. El escritor ya no piensa en si sus nuevas novelas gustarán o no, ”porque eso nunca puedes saberlo", lo único que le importa es hablar de las cosas que son relevantes para él y, sobre todo, “quiero no repetirme y escribir la historia que para mí es importante contar”.
El susurro del fuego ha llegado en un momento en el que Castillo cada vez ve más gente sin ilusión ni esperanza. “Vamos por la vida a un ritmo frenético en el que no nos centramos en lo que es importante. Solo cuando aceptas que eres muy insignificante con respecto a todo lo que hay ahí fuera, las estrellas, el universo…, te das cuenta de que no hay que preocuparse por chorradas. Un segundo tienes algo y al siguiente se va", señala. El escritor ha hecho de los thrillers trepidantes llenos de artificios y giros de guion su seña de identidad, pero con esta novela buscaba ir más allá. Se trata de otro thriller, sí, pero eso no es lo importante, lo importante aquí es el viaje de un hombre joven, Mario, que va reconstruyendo su propia vida conforme sigue los pasos de su hermana desaparecida, Laura. “Con cada paso va aprendiendo algo nuevo. El thriller es solo la excusa para hacernos reflexionar sobre qué estamos haciendo con nuestra propia vida”, afirma Castillo: “En este libro uso la muerte como choque emocional, para decir, ‘oye despierta’. Nuestro tiempo es limitado y tenemos que disfrutar la vida mientras podamos”.
Esta es, además, la primera novela que el autor ambienta en España −hasta ahora toda su obra había transcurrido en Estados Unidos−. Y lo hace en las islas Canarias. “Llevaba mucho tiempo queriendo hacerlo pero no encontraba la historia que pudiera suceder en España y ser al mismo tiempo muy internacional”. Sin embargo, explica, al final surgió de una manera muy natural, durante un viaje familiar a Tenerife. “Me pareció un lugar con algo único que no hay en ninguna otra parte del mundo. Allí estás sobre lava, todo ruge, la naturaleza es desbordante, miras al cielo y es el mejor cielo del mundo para ver las estrellas... Todo encajaba perfectamente en la historia que quería contar”.
Así que volvió a casa, estudió el sistema policial judicial español, muy diferente al estadounidense que manejaba hasta ahora en sus novelas, y se puso a investigar los lugares donde se desarrollaría la acción, como hace habitualmente cuando empieza a escribir un libro: “No me hace falta ir al lugar del que estoy hablando para recorrerlo y conocerlo… uso Google Maps, veo vídeos en blogs de extranjeros, leo mucho sobre el sitio…“. Tanto es así que acaba conociendo la idiosincrasia de los lugares incluso mejor que algunos de sus habitantes: ”En la novela sale un restaurante que se llama El Cordero y en el menú que piden los personajes de la novela hay platos que amigos canarios míos que viven allí me dijeron que no tenían en ese restaurante. Yo les dije que sí, que eran platos que ponen los sábados y los domingos, y en la novela la comida tenía lugar un domingo. Al final me dieron la razón", bromea, y continúa: “Hace unos días viajé a Canarias por trabajo, fui por primera vez a alguno de los sitios que describo en la novela y me di cuenta de que son exactamente igual a lo que cuento en el libro”.
En 2017, con 30 años recién cumplidos, una hija recién nacida y un contrato recién firmado con Suma de Letras, el malagueño dejó un trabajo estable como asesor financiero en una consultora para apostarlo todo por su incipiente carrera literaria. Algo que al Javier Castillo adolescente le hubiera parecido impensable: “A mi yo de hace veinte años le sorprendería mucho que hoy me ganase la vida como escritor, por el bombardeo continuo que tenía de adolescente. En casa me decían que escribiera, pero que estudiara algo que tuviera una profesión. Incluso querían que dejara los estudios y me pusiera a trabajar porque hacía falta. Empecé con 14 años de pastelero en la panadería de mi barrio, con 16 estuve trabajando de barrendero y con 18 estuve un tiempo en un 100 Montaditos. Compatibilizaba los trabajos con los estudios, que me pagaba yo, y escribía en mis ratos libres. Dedicarte profesionalmente a escribir era impensable, no existía en mi mundo. Eso no era un trabajo, era un hobby”. Como si de uno de sus giros de guion se tratara, Javier Castillo ha logrado darle la vuelta a su destino, convirtiendo un hobby en un trabajo lleno de éxitos.
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