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“El rasgo elitista sigue siendo muy importante”: la extraña vida en el microcosmos de los colegios mayores de Madrid

En el singular ecosistema de los colegios mayores de Ciudad Universitaria conviven estudios, primeras veces, ideologías contrapuestas y las secuelas cada vez más evidentes de la falta de financiación de la Complutense. Estudiantes, responsables y excolegiales lo cuentan

Colegiales del CMU Cardenal Cisneros. De izda. a dcha.: Pablo Barbadillo (Sevilla, 18 años); Manex Vinuesa, (Bilbao, 18); Pablo Bárcena (A Coruña, 18); Yeyu Rodríguez (Tomelloso, 18) y Oihan Arriola (San Javier, 18).
Colegiales del colegio mayor Cardenal Cisneros. De izda. a dcha.: Pablo Barbadillo (Sevilla, 18 años); Manex Vinuesa, (Bilbao, 18); Pablo Bárcena (A Coruña, 18); Yeyu Rodríguez (Tomelloso, 18) y Oihan Arriola (San Javier, 18).Ayub El Kadmiri

La leche de pantera, ese combinado de leche y ginebra inventado por legionarios, sigue siendo popular entre los estudiantes madrileños: el Chapandaz, local donde lo sirven desde 1971, aún aparece en todas las rutas que los universitarios recorren cuando se asoman a la ciudad. “Para tomar algo, vamos por Moncloa. Allí están el Chapandaz, el Cien Montaditos y el Madriz, Madrid”, ilustra Adriana Agüero, estudiante de Periodismo de 18 años. Las discotecas se eligen mediante un sistema democrático: “Solemos cambiar bastante porque enviamos encuestas por el grupo de WhatsApp. Las más habituales son Cats y Copérnico”. Modernos métodos para locales clásicos. La Universidad es un ámbito de tradiciones y Agüero es una de los poco más de 6.000 habitantes de un particular microcosmos de usos y costumbres: el de los colegios mayores adscritos a la Universidad Complutense de Madrid. Los colegios mayores forman una red de instituciones educativas de raíz elitista —pero, irónicamente, perjudicadas por los recortes en educación del Gobierno madrileño—, ocasionalmente fuente de titulares escandalosos —como los cánticos machistas del Elías Ahuja— y que sus inquilinos siempre recordarán como un rito de paso en su periplo vital. Puede que para bien, pero puede que para mal.

¿Un mundo ideal?

A diferencia de la mayoría de los estudiantes universitarios de la capital, que viven en pisos compartidos o en casa de sus padres y llegan en metro, en coche o en autobús a Ciudad Universitaria —el gigantesco complejo educativo en el límite oeste de la ciudad—, los habitantes de los colegios mayores anejos a la Complutense recorren a pie sus grandes y silenciosas avenidas, entre arboledas y taludes que van a parar al Parque del Oeste o a la Dehesa de la Villa. Viven en una ciudad en miniatura dentro de un universo a escala, y eso se nota también porque la transición entre el resto de la ciudad y estos terrenos es abrupta: a pesar de estar a media hora de Plaza de España y a 15 minutos andando de Cuatro Caminos, los colegios mayores, facultades y demás instalaciones universitarias se esconden tras explanadas como la que rodea al Museo de América; se sitúan en lo alto de una colina, como el enorme colegio Mendel, o aparecen, es el caso del CEU, en medio de una colonia de chalés de principios del siglo pasado. Lugar donde, aparte de Velintonia —el abandonado hogar de Vicente Aleixandre—, solo hay una pequeña clínica privada, un par de academias y algún despacho de fotocopias.

Colegiales del Santa Teresa, mixto desde 2010. De izda. a dcha: Álvaro Monzón (Gran Canaria, 19 años); Adriana Agüero (Santander, 20); Lidia Jiménez (Granada, 20); Aina Veray (Girona, 19) y Miguel Garrido (Huesca, 20).
Colegiales del Santa Teresa, mixto desde 2010. De izda. a dcha: Álvaro Monzón (Gran Canaria, 19 años); Adriana Agüero (Santander, 20); Lidia Jiménez (Granada, 20); Aina Veray (Girona, 19) y Miguel Garrido (Huesca, 20).Ayub El Kadmiri
Jardines del Cardenal Cisneros, inaugurado en 1943 e inicialmente proyectado como heredero de la Residencia de Estudiantes.
Jardines del Cardenal Cisneros, inaugurado en 1943 e inicialmente proyectado como heredero de la Residencia de Estudiantes.Ayub El Kadmiri

Es un mundo bien delimitado por sólidas coordenadas burguesas y cuya vida transcurre entre pulcros edificios de mediados del siglo pasado, muchas veces dibujados por arquitectos de renombre: el Aquinas, que completó García de Paredes en 1957, o el Negro —como se conoce a la Fundación SEPI—, firmado por Vázquez Molezún en 1969. Su fisonomía está dictada por una función muy concreta: las leyes educativas franquistas obligaban a que los colegiales se convirtieran en “hombres, caballeros cristianos y ciudadanos españoles”, explican los arquitectos Guimar Martín y Nicolás Mariné, así que los espacios que hoy habitan los universitarios y universitarias fueron concebidos para favorecer un modelo de vida basado en el estudio, la fe y el ejercicio físico. La ley disponía que todos los colegios mayores debían contar con biblioteca, capilla, gimnasio y campo de deportes y, aunque se comenzó construyendo instalaciones comunes, la Ciudad Universitaria, explican, pronto se convirtió “en una suma de fragmentos autónomos”. Según los planes de sus promotores —entre los que hubo una mayoría de órdenes religiosas—, el ruido del exterior solo se debía filtrar en aquellos colegios en forma de promesas para el futuro; al fin y al cabo, quienes estuvieron allí alojados durante los primeros años fueron los retoños de la aristocracia franquista. “Este rasgo elitista sigue siendo muy importante en muchos colegios mayores”, explica Eduardo Sánchez, director del CMU Teresa de Jesús, uno de los cinco centros adscritos a la Universidad Complutense que son de gestión pública de un total de 28.

El sesgo de clase no es ningún secreto, porque las tarifas de cada colegio son públicas: el Alcor (femenino y dependiente del Opus Dei) cobra 1.510 euros mensuales en régimen de pensión completa; el Elías Ahúja (masculino y gestionado por los Padres Agustinos), en las mismas condiciones, 1.390, y aunque los colegios de gestión pública piden cuotas algo más económicas, rara vez bajan de los mil euros al mes. Eduardo Sánchez confirma que la falta de diversidad socioeconómica es una de las cuestiones que más le preocupan: “Nuestras normas de selección están pensadas para atenuar las diferencias de clase y valoran el compromiso social de los estudiantes. También existe una política de becas que cubre a un porcentaje creciente de los internos. Además, sufragamos la mitad de los precios de entradas al cine, a conciertos o al teatro, siempre que la salida sea organizada de manera colectiva. Creamos una oferta de ocio dentro del colegio”.

Adriana Agüero, alojada en el Teresa, confirma que esa oferta de ocio interna le ayuda a ahorrar. Como los colegiales no se tienen que preocupar de suministros o tareas domésticas, casi todo lo que gastan financia las fiestas que organizan fuera o los viajes de fin de exámenes. Esta estudiante de Periodismo estima que la cantidad de dinero que dedica al ocio oscila entre los 400 euros mensuales entre septiembre y febrero, cuando más se sale, y unos 200 durante los meses más tranquilos.

Tras tres años en el Chaminade, Isabel Salmerón (Madrid, 21 años) forma parte de la mesa colegial, un organismo que media entre la dirección y los estudiantes. Además, participa en la comisión de salud mental. A
Tras tres años en el Chaminade, Isabel Salmerón (Madrid, 21 años) forma parte de la mesa colegial, un organismo que media entre la dirección y los estudiantes. Además, participa en la comisión de salud mental. AAyub El Kadmiri
Detalle de unas escaleras del Chaminade, de 1963, obra del arquitecto Luis Moya Blanco.
Detalle de unas escaleras del Chaminade, de 1963, obra del arquitecto Luis Moya Blanco.Ayub El Kadmiri

El dinero también es tema de conversación a otros niveles: en la puerta del CMU Ximénez de Cisneros, público y descendiente de la Residencia de Estudiantes, un ramillete de colegiales murcianos, aragoneses y gallegos critican los recortes a la Universidad madrileña por parte del Gobierno regional. Los colegios mayores se financian, por un lado, a través de las cuotas de los estudiantes; en menor medida, gracias a donaciones o aportaciones exentas de impuestos, y, sobre todo, con dinero público. “Se echa de menos mantenimiento y se cancelan actividades. La falta de financiación de la Complutense se nota. El colegio es cada vez es más caro y cada vez dan menos comida”, se quejan los alumnos. A pesar de las estrecheces, están dispuestos a seguir allí el año que viene, algo habitual en unos centros donde siempre hay lista de espera y la tasa de renovación supera el 80%. Los internos son conscientes de su buena suerte. Isabel Salmerón, estudiante de Psicología de 21 años que ha pasado los últimos tres años en el Chaminade, asiente: “Lo importante es reconocer que es un momento de privilegio y, desde ahí, abrir la mirada. Hay que implicarse y, desde este mundo utópico, hacer tus propios movimientos; en mi caso, políticos: de reivindicación y creación de conciencia social”.

Moncloa ‘connection’

Cualquier tarde de viernes, los supermercados de las calles Almansa, Isaac Peral o Julián Romea se llenan de veinteañeros comprando refrescos y botellas de ginebra o Ron Almirante (“¡el ron del estudiante!”). Parece que están preparando un botellón pero, en realidad, estos cargamentos suelen estar destinados a actividades organizadas por las comisiones que se celebrarán tras las verjas de los propios colegios. “La gente que participa en comisiones está orgullosa de lo que se hace y se propone en ellas”, afirma Miguel Garrido, estudiante de Periodismo de 19 años e inquilino del Teresa. Insiste en que la comisión de Fiestas es solo una entre muchas —hay Cine, Debate, Diversidad o Deportes— y explica que estas agrupaciones “sirven para compartir con los demás las aficiones, talentos y aptitudes de cada uno. Se trabaja mucho y es una forma de ver todo lo que los colegiales saben hacer. Por ejemplo, gracias a la comisión de Música, hemos sacado la Charanga Tamos de Juerga. En Deportes hemos organizado varias entrevistas con profesionales de ese mundo y participamos en ligas y actividades… El colegio nos da muchas oportunidades”, cuenta.

El colegio mayor universitario África.
Fachada principal del colegio mayor universitario África. Ayub El Kadmiri
Campo de deportes de los colegios Teresa de Jesús y Diego de Covarrubias.
Campo de deportes de los colegios Teresa de Jesús y Diego de Covarrubias.Ayub El Kadmiri

Agüero considera que el funcionamiento de las comisiones, asambleario y autogestionado, es una enseñanza en sí misma. “Vivir en el colegio nos hace pensar más en lo común, tener iniciativas grupales y no tan individualistas”, dice. Es en este contexto en el que puede surgir la presión de grupo para participar en las actividades, aunque “todo es opcional”, responden varios alumnos del Cisneros, que se hacen gestos en cuanto intuyen que alguien va a decir algo negativo. “Como cualquier burbuja, esto tiene su parte súper sectaria”, confirma Isabel Salmerón. La estudiante de Psicología señala que no todo es tan fácil como parece: “Aquí entra gente con mucha facilidad para gestionar su tiempo y su independencia y otra que no. Ser honesto y saber si la estancia te está funcionando corre de tu cuenta. Yo veo de todo: gente que se descuelga y gente que no. Siempre hay situaciones personales, gente que sufre por una parte u otra, problemas de salud mental…”.

La escritora Sabina Urraca, que ambientó en un colegio mayor madrileño su libro Soñó con la chica que robaba un caballo (Lengua de Trapo, 2021), describe con crudeza ese ambiente en el que todo se vive con especial intensidad. “En el libro, es como si yo fuera los dos personajes: ni soy la protagonista que se enamora de su amiga, ni soy la víctima de un abuso”, declara la escritora, que vivió en el CMU San Juan Evangelista (el célebre Johnny, cerrado en 2014) a una edad similar a la de sus personajes. “Fue una época dura”, recuerda. “Nunca más me ha pasado, pero tuve una depresión. Por primera vez viví eso de no tener fuerzas para levantarme. No iba a ningún sitio, no iba a clase, lloraba todo el día, que es algo que ahora me sorprende. Y, al mismo tiempo, me lo pasaba muy bien, así que recuerdo entremezclados un estado depresivo terrible y un estado maníaco festivo”.

Unos contra otros

El primer colegio mayor fue fundado por la Corona de Castilla en la ciudad italiana de Bolonia en 1365, en principio para estudiantes con talento y sin recursos. Sólidos principios que no impidieron que, con el paso de los años, la institución de los colegios mayores terminara convirtiéndose en un criadero donde los cachorros de las élites salían convertidos en altos funcionarios. Hoy, la tensión entre evolución y tradición se manifiesta con especial virulencia en el Madrid de Isabel Díaz Ayuso: una enmienda de 2022 a la Ley Orgánica del Sistema Universitario obliga a que los colegios mayores segregados se hagan mixtos si no quieren perder su adscripción a una Universidad pública, pero Díaz Ayuso trata de maniobrar en la ley universitaria en la que trabajan.

El gimnasio del colegio mayor Chaminade.
El gimnasio del colegio mayor Chaminade.Ayub El Kadmiri
El colegio mayor Mendel, todavía segregado.
El colegio mayor Mendel, todavía segregado.Ayub El Kadmiri

Es la adscripción a una de estas universidades lo que les permite a los colegios mayores, previo pago de un canon cuasi testimonial (60.000 euros al año en el caso del CMU Elías Ahuja), exenciones fiscales, el uso de sus terrenos, propiedad de la Complutense, y el acceso para sus alumnos a las instalaciones de Ciudad Universitaria. La adscripción a un centro público también es importante por el prestigio académico: lo que diferencia a un colegio mayor de una residencia universitaria, y lo que lo hace merecedor de subvención pública —según el decreto franquista que sigue rigiendo este mundo—, es su compromiso con la educación de los estudiantes a través de un programa de cursos y actividades.

Pero ni todos los internos en los colegios mayores son alumnos de la pública ni, como hemos visto, todos los colegios mayores son iguales. Muchos tienen una herencia netamente conservadora, pero otros han sido efervescentes centros culturales o se posicionaron claramente contra el franquismo. El Teresa, como demuestran las banderas palestina y del arcoíris LGBTIQ+ que presiden su vestíbulo, tiene carácter progresista. “Cada colegio tiene un corte: los hay activamente religiosos, más de derechas o más de izquierdas. Esto siempre ha pasado y se retroalimenta”, zanja Salmerón. En muchos casos, los colegiales se enfrentan a una entrevista personal como prueba de ingreso y son elegidos de acuerdo con su perfil. Ellos minimizan este sesgo —”hay de todo en todas partes”, se escucha en los corrillos—, pero quienes ya están fuera dan otra versión.

La capilla del Mara, colegio dependiente de la Congregación de Misioneras Cruzadas de la Iglesia.
La capilla del Mara, colegio dependiente de la Congregación de Misioneras Cruzadas de la Iglesia.Ayub El Kadmiri
Internos del Cisneros: Pablo Barbadillo (Sevilla, 18 años); Fernando López (Málaga, 18); Oihan Arriola (San Javier, 18); Laura González (Maspalomas, 18); Carlota Suescun (Vitoria, 18); Lola Ruiz (Ciudad Real, 18); María Velasco (Pamplona, 22).
Internos del Cisneros: Pablo Barbadillo (Sevilla, 18 años); Fernando López (Málaga, 18); Oihan Arriola (San Javier, 18); Laura González (Maspalomas, 18); Carlota Suescun (Vitoria, 18); Lola Ruiz (Ciudad Real, 18); María Velasco (Pamplona, 22).Ayub El Kadmiri

“Yo venía de una libertad sexual total y fue la primera vez que encontré una pintada de Sabina puta”, recuerda Urraca de su época colegial. “Me parecía que allí todo era muy antiguo. Pensé que Madrid y los colegios mayores eran medievales. Yo venía de Canarias, de la salsa y del merengue y vi por primera vez a alguien bailar Paquito el chocolatero. No entendía nada de esa danza tribal y pacata”. Salmerón reconoce que ella también ha notado el reverso reaccionario de la Ciudad Universitaria al traspasar los límites de su colegio: “Recibimos muchos insultos: putos rojos, maricones… Son cosas que dependen de la distancia entre colegios y de su ideología. Yo me mantengo bastante fuera de estos piques absurdos, ya sé lo que pienso y no voy a gritarme entre edificios. Las cosas más desagradables tienen mucho de efecto grupo y claro que me disgustan, pero no me sorprenden. A veces la intolerancia se camufla en forma de rivalidad entre colegios o novatadas”, lamenta.

En 2022, los cánticos machistas desde el Elías Ahuja contra el Santa Mónica inflamaron mil titulares. Hubo expulsiones y, como consecuencia, el Gobierno central intentó poner fin a las instituciones segregadas por sexo con la enmienda mencionada. Hoy, los colegiales aseguran que se han erradicado tanto los cánticos como las novatadas y la Universidad Complutense dispone de protocolos contra ellos. Sin embargo, la realidad sobre el bullying universitario puede que sea algo distinta, como admiten algunos estudiantes cuando, con la grabadora apagada y protegidos por el anonimato, dicen cosas como que “hay quien se toma mal las bromas y quien se toma mal que a alguien no le gusten sus bromas”; que “algunos veteranos siguen siendo juguetones” o cuentan casos en los que tuvo que ser la víctima de “una broma que fue demasiado lejos” quien abandonara su colegio. En Ciudad Universitaria todos coinciden en una ambigua verdad: que suceda una cosa u otra depende de cada colegial y, especialmente, de los mecanismos de participación y gobierno de cada institución. Los males de este pequeño mundo se parecen mucho a los de sus mayores.

El claustro central de la Fundación SEPI, edificio proyectado por Vázquez Molezún en 1969.
El claustro central de la Fundación SEPI, edificio proyectado por Vázquez Molezún en 1969.Ayub El Kadmiri

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