_
_
_
_

“¿Que qué falló? ¡Todo!”: 30 años de ‘Street Fighter, la última batalla’, la película que casi acaba con Van Damme

Pese a tratarse de uno de los títulos más vilipendiados de los noventa, la adaptación del videojuego homónimo fue un éxito comercial. Las vicisitudes del rodaje o sus excentricidades la han mantenido viva y reivindicada

Una escena de 'Street Fighter' (1994), protagonizada por Jean-Claude Van Damme.
Una escena de 'Street Fighter' (1994), protagonizada por Jean-Claude Van Damme.Cordon Press

Con Sonic 3: La película tumbando en taquilla nada menos que a la apuesta navideña de Disney, Mufasa: El rey león, son tiempos de bonanza para las nunca muy bien vistas películas basadas en videojuegos. El año pasado, Super Mario Bros: La película fue el mayor éxito comercial de la historia de estas adaptaciones, mientras que Five Nights At Freddy’s, traslación de la franquicia homónima independiente, se convirtió en otro fenómeno, aunque la crítica no recibiese ninguna de ellas con entusiasmo. Sin olvidar la (esta sí, aclamada) serie The Last Of Us. Las explicaciones van de lo demográfico, porque el público mayoritario ahora domina estos títulos o los ha jugado, al modo en que dichas versiones se articulan: en la era del fan service, hemos visto cambiar a contrarreloj el diseño de un personaje para agradar a los seguidores con la película completada, como pasó con la primera Sonic (2020), o plegarse a las fuentes y estética como fin en sí mismo, aunque la narrativa se resienta por acumulación de referencias.

Para que unos corran, otros tuvieron que caminar. Tres décadas antes del récord de Super Mario Bros: La película, la primera conversión estadounidense de un videojuego a largometraje de acción real, precisamente Super Mario Bros (1993), cosechó unos pobres resultados financieros con una propuesta excéntrica, que dispersaba los elementos del juego en una loca narrativa de ciencia ficción capaz de integrar dinosaurios evolucionados, dimensiones paralelas, padres desaparecidos envueltos en hongos o a Dennis Hopper. Aunque en materia de adaptaciones disparatadas, el que se ha consolidado como emblema de la década es Street Fighter, la última batalla, que llegó a cines de su país de origen el 25 de diciembre de 1994, hace ahora 30 años. La película ha continuado atrayendo interés gracias a su aspecto camp, los grandilocuentes diálogos, sus sobreactuaciones o los detalles que siguen trascendiendo de un rodaje convulso que, entre choques de egos y problemas de producción, se convirtió en tormenta perfecta.

“¿Que qué falló? Todo”, declara elocuentemente a ICON Steve Hendershot, autoridad mundial en la materia y responsable del libro Street Fighter: El arte y la innovación detrás de la saga que lo cambió todo (2018, Minotauro). “No supieron proteger la esencia del universo Street Fighter. No fue solo el tono o la historia, sino la voluntad fundamental de inclinarlo todo hacia la estrella, Jean-Claude Van Damme, lo que no encajaba con la naturaleza igualitaria del juego y la lista de personajes. Desde el principio, el espíritu de la película se convirtió en algo distinto. Además, exceptuando a Van Damme, el reparto era profundamente inadecuado para hacer lo que una película de Street Fighter debe hacer por encima de todo: escenas de artes marciales impresionantes”.

Inspirada en Street Fighter II (1991), el más influyente juego de peleas de todos los tiempos, la película nació financiada principalmente por su desarrolladora Capcom, que supervisó cada aspecto. Con un presupuesto superior a los 30 millones de dólares, el hombre elegido para acometer la tarea fue Steven E. de Souza, guionista de Jungla de cristal (1988), que asumió además la dirección. Según contó De Souza a The Guardian en un extenso reportaje, tanto él como Capcom quisieron evitar que su estructura narrativa fuera la de un simple torneo de lucha para acercarlo a algo parecido a una película de James Bond, donde el personaje de Bison fuera un supervillano. La empresa impuso a Van Damme como héroe (en el papel del coronel Guile) y a Raúl Juliá, la estrella puertorriqueña de El beso de la mujer araña (1988) o La familia Addams (1991), como antagonista, lo que, debido a sus cachés, dejó a De Souza poco margen para contratar el reparto especializado en acción que quería.

Así las cosas, diseñó un plan de rodaje donde, con la ayuda del legendario Benny Urquidez, alias The Jet (campeón de kickboxing detrás de las coreografías de películas de Jackie Chan o del propio Van Damme), las escenas que no involucrasen artes marciales se rodarían durante las primeras semanas mientras el equipo inexperto entrenaba. Sin embargo, varios imprevistos convertirían sus esquemas en papel mojado. En primer lugar, la pobreza de las instalaciones, el desafiante clima y el inestable momento de Tailandia, donde se desarrolló el grueso de la producción, con continuas amenazas de golpe de Estado. En segundo lugar, la enfermedad de Raúl Juliá, que llegó afectado por el agresivo tratamiento del cáncer de estómago que sufría, desconocido por el equipo, y que acabaría con su vida en octubre de 1994 sin llegar a ver terminada la película. Su delgadez obligó a cambiar el plan para que Juliá ganara peso y pudiera encontrarse capaz de realizar los movimientos. Y por último, aunque no menos importante, un Van Damme en la cresta de la ola, que venía de encadenar dos éxitos como Soldado Universal (1992) y Timecop, policía en el tiempo (1994), y que consumía diez gramos de cocaína diarios.

El general Bison (Raúl Juliá) y el coronel Guile (Jean-Claude Van Damme) en una escena de 'Street Fighter'.
El general Bison (Raúl Juliá) y el coronel Guile (Jean-Claude Van Damme) en una escena de 'Street Fighter'.Cordon Press

“Para mí, solo fue un martes”

El argumento de Street Fighter, la última batalla se sitúa en una nación imaginaria del sudeste asiático, Shadaloo, donde se desarrolla un enfrentamiento entre un señor de la guerra, Bison, y el ejército de las Naciones Aliadas. El primero exige un rescate de 20.000 millones de dólares para liberar a decenas de rehenes. Si bien las Naciones aceptan pagarlos, el coronel Guile, al mando, decide desobedecer, al considerar que el político de turno “ha perdido las pelotas”. Uno de los secuestrados, Charlie Blanka, es un amigo íntimo del coronel con quien Bison está desarrollando un experimento, basado, a la manera inversa de La naranja mecánica (1971), en someterle a imágenes de crímenes para convertirle en despiadada máquina de matar (más tarde, recuperará su humanidad viendo vídeos de perritos y delfines). Otra joven, Chun-Li, busca acabar con Bison en venganza por el asesinato de sus padres, suceso que él no recuerda. En uno de los diálogos más jaleados de la película, reflejo del tono de opereta del guion, el villano describía: “El día en que arrasé tu aldea fue el más importante de tu vida. Pero para mí… solo fue un martes”.

Como muestra de su satisfacción con el resultado y con que se tome a chanza, en enero de 2019 el director Steven E. de Souza aceptó acudir a una proyección en Madrid por el 25º aniversario de la película en el festival CutreCon, donde repartió bisondólares –la divisa que, en una escena, crea Bison con su cara para pagar a uno de sus socios– entre el público y contó anécdotas de la producción, la mayoría centradas en Van Damme. Entre otras, compartió que su adicción a la cocaína requirió que se le asignase un cuidador para vigilarle, pero el astro belga le enganchó también a las drogas. El comportamiento del artista marcial provocó innumerables retrasos, ausencias justificadas en que tenía que “trabajar los músculos” o tensiones en el plató. Según el actor, también en el rodaje tuvo una aventura con la cantante Kylie Minogue, que interpretaba a un personaje secundario. “Tuvimos un affaire, dulces besos, hermoso sexo. Yo conocía muy bien Tailandia, así que le mostré mi Tailandia”, declaró en una alucinante entrevista en 2012.

De Souza había vivido pocos años antes como guionista un gran fracaso de taquilla, El gran halcón (1991), comedia de atracos con Bruce Willis y Andie MacDowell que seguía la lógica de un corto de animación de los Looney Tunes. En Street Fighter, la última batalla no es difícil rastrear un ímpetu semejante, desde la abierta comicidad de múltiples diálogos o situaciones hasta unos decorados y vestuario que parecen el sueño de un enamorado de la serie B. Una de las secuencias de lucha la ubica sobre la maqueta de la ciudad que el villano desea erigir, Bisonópolis, y la rueda a la manera de un kaiju eiga japonés. Desenfadado, De Souza cumplió las exigencias de Capcom de encajar en la trama a todos los personajes que le pedían, a base de relegarlos a escenas innecesarias e ininteligibles. “No sabía qué demonios estaba haciendo. Dejé de pensar y seguí las instrucciones”, admitió el actor Roshan Seth, que interpreta a un científico loco. Ante los retrasos, el director declaró con ironía que hizo “la de John Ford, abrir el guion, arrancar una página y decir: ¡listo, estamos de nuevo en el calendario!”.

Jean-Claude Van Damme en un evento promocional de 'Street Fighter' en la cadena de restaurantes Planet Hollywood en 1994.
Jean-Claude Van Damme en un evento promocional de 'Street Fighter' en la cadena de restaurantes Planet Hollywood en 1994.Rick Maiman (Rick Maiman)

Multiverso Van Damme

La entregada, exageradísima actuación de Raúl Juliá, que parece pasarlo en grande en cada escena del villano Bison, fue lo único bien valorado de Street Fighter, la última batalla: incluso recibió una nominación póstuma a mejor actor en los Saturn Awards, los premios de la ciencia ficción. También fue un éxito comercial, con más de 100 millones de dólares de recaudación. Y, si bien De Souza ha abrazado el culto irónico a la película y a su condición de objeto extraño, el director también la ha defendido: “La gente dice que es tan tonta que es graciosa, pero nosotros sabíamos que era graciosa. ¿Cómo puedes ver una película así y pensar que es graciosa por accidente?”.

Para Steve Hendershot, el problema tiene más que ver con lo que supuso para la identidad de Street Fighter: “Los fans fueron capaces de separar el proyecto cinematográfico de los juegos que amaban, pero la película (y el videojuego de acción real que la acompañaba), además de ser mala, mostraba que Street Fighter estaba sintiendo la presión de parecerse más a Mortal Kombat. Parecía que la marca estaba intentando ponerse al día, cuando debería haberse sentido más cómoda en su propia piel animada”, dice el especialista a ICON. El doctor en psicología David C. Hayes, también productor de cine y editor del libro Bloodspurt: The Films Of Jean-Claude Van Damme (2023), lo ve de otra manera: “Como película de artes marciales, no es buena. Pero, en su defensa, es más un tebeo en pantalla que una verdadera película de artes marciales. El problema, y esto ocurre en propiedades bajo licencia como Street Fighter, era que demasiada gente con demasiadas agendas tenía algo que decir en el producto final. Capcom, el estudio, los agentes, los distribuidores…”.

“Van Damme también tenía problemas de salud mental y ha mencionado que se medicó tras ser diagnosticado como bipolar. Como psicólogo de profesión, puedo dar fe de la propensión de los enfermos de trastorno bipolar no diagnosticados a abusar de sustancias para igualarse (o al menos así lo perciben ellos)”, explica el doctor Hayes a ICON. Para el experto, el frecuente recurso del doble en el cine de Van Damme –en Doble impacto (1991), de la que el belga era coguionista, tenía un hermano gemelo con el que debía entenderse, mientras en Replicant (2002) un clon bueno se enfrentaba a su original malo– es “una firma que pone de relieve su lucha consigo mismo”. “Es muy posible que tuviera miedo de su Jean-Claude interior. Después de su diagnóstico y medicación, vemos a un Van Damme tan cómodo en su propia piel que se interpreta a sí mismo de forma habitual [como en la película metaficcional JCVD, de 2008, o la serie Jean-Claude Van Johnson, de 2016]”.

Pese a la mala prensa, Hayes destaca que la estrella “fue capaz de reinventarse, y eso no habría ocurrido sin caer en desgracia con el público”. En cuanto a la película, recientemente Capcom confirmó que seguía recibiendo grandes beneficios de sus ventas, alquileres y derechos de exhibición. “Al igual que las precuelas de Star Wars, el público que vio la película en su infancia la tiene en una estima diferente a la de los adultos que la vieron en el momento de su estreno”, resuelve el escritor. “El tiempo lo cura todo”.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_