Khatia Buniatishvili, pianista: “A veces, a las mujeres solistas se nos considera parte de la decoración”
La pianista georgiana, virtuosa sobre el escenario y firme en su discurso igualitario, inaugura el Ciclo de Grandes Intérpretes de la Fundación Scherzo en el Auditorio Nacional de Música de Madrid
Khatia Buniatishvili (Batumi, Georgia, 36 años) se sentó por primera vez ante el piano a los 3 años. Este miércoles volverá a hacerlo en el Auditorio Nacional de Música de Madrid, en el evento inaugural del Ciclo de Grandes Intérpretes de la Fundación Scherzo. Y, previsiblemente, su concierto será memorable. Todos los suyos tienen fama de serlo, tanto por su forma expresiva de tocar, su virtuosismo atemperado con matices emocionales, como por su presencia escénica y los programas que elige. El que traerá a Madrid es casi narrativo, una selección de piezas que en parte proceden del repertorio de su grabación más reciente, Labyrinth, y que incluye obras de Chopin, Schubert o Liszt (a los tres les ha dedicado grabaciones monográficas), pero también una Gymnopédie de Satie, dos arreglos de obras de Bach y esa cumbre hipnótica y barroca que es Les Baricades Mystérieuses de Couperin.
Un programa con el que es imposible distraerse ni distanciarse. Esa es la intención. “Cuando el público viene a un concierto, para mí es importante que no se sientan parte del público, sino personas individuales”, asegura. “Y quiero que cada persona tenga su propio recorrido, su propio viaje, porque cuando se sientan en un auditorio me regalan su tiempo. Me gustaría regalarles un paseo por sus propias emociones y su fantasía”.
Hablar de la trayectoria de esta georgiana que habla cinco idiomas con fluidez, vive en París y lleva sobre el escenario desde que tiene uso de razón requiere regresar a ese momento, a la infancia. Nació en una familia de músicos, pero asegura haber salido relativamente indemne de síndromes habituales en otros niños prodigio. “Yo ya estaba tocando en público a los seis años, y en aquella época no lo vivía como una profesión”, explica por videoconferencia. “Empecé tan joven que nunca se me ocurrió dedicarme a otra cosa. Nunca quise ser músico, pero sentía que lo era, porque la música formaba parte de mi vida, era como mi familia. Ya estaba ahí cuando nací, y no la elegí, del mismo modo que nadie elige a su padre o a su madre. Creo que si hablas con otros músicos que hayan empezado a tocar de niños te dirán lo mismo. Si nos quitas la música, tendríamos sensación de vacío, como si nos hubieran amputado un trozo del cuerpo”.
Dice que aprendió pronto a lidiar con el sentido de la responsabilidad. “De forma inconsciente, sabía que subirme al escenario significa estar preparada para ello, y dar lo mejor de ti. Tienes que volverte fuerte; no hay otra opción”.
La fortaleza de Buniatishvili queda patente en su forma de tocar, en la independencia con que gestiona su trayectoria y en lo poco que parecen afectarle las críticas de ciertos especialistas. Explica que aprendió la lección desde muy joven. “El contacto con mis profesores fue muy importante para mí, me encantaba escucharles, porque lo que decían sobre los compositores hablaba de sus sentimientos. Fue muy buena alumna”, recuerda. “Pero, cuando empecé a tocar el público, lo único que contaba era lo que yo quería, mi visión de la obra. Y tengo conciencia de ello desde muy niña, tal vez a los nueve años ya pensaba que, aunque tal profesor no lo aprobaría, no podía tocar de otro modo. Esta libertad de interpretación, que me parece fundamental como persona y artista, lleva conmigo desde mi infancia. A los nueve años ya no quería ser estudiante, sino artista”.
El panteón de sus ídolos musicales está repleto de personalidades fuertes. Menciona a Maria Callas y a Liza Minnelli, a cineastas como Kieslowski y a compañeros de profesión como Horowitz y Glenn Gould. Se demora más hablando de Martha Argerich, la leyenda del piano; como ella, una mujer en un mundo controlado por hombres. “Cuando era niña no sabía lo que era el feminismo, porque en los años noventa en Georgia había otras prioridades, era una época de conflictos”, rememora. “Pero la libertad que veía en ella, la fortaleza de esta mujer con la fuerza de un hombre, era algo muy salvaje y al mismo tiempo muy constructivo. Creo que aportó feminismo a nuestra profesión, aunque ella no fuese consciente”.
Para Buniatishvili, el feminismo no es un tabú. El movimiento #MeToo y la denuncia de prácticas abusivas y autoritarias están cambiando poco a poco el mundo de la música clásica. “En ocasiones, las mujeres solistas son consideradas como parte de la decoración, como una flor bonita, pero nada más”, reflexiona. “Incluso aunque lo nieguen, muchos intentan reducirte a eso. Ahora ya me sucede menos, porque he mostrado mi carácter en ciertos momentos y, cuando llegas a un cierto nivel en tu carrera, intentan no volver a aplicarte la misma etiqueta. En todo caso, yo siempre he sabido quién soy, pero tuve que asegurarme de que no me consideraran un arreglo floral de la velada. Por eso he intentado construir mi carrera sin depender exclusivamente de tocar con directores y orquestas. Me gusta tocar con orquestas, sigo haciéndolo, pero no me gusta depender de ellas. Por eso me encantan los recitales. Me siento más libre, y es mi interpretación”.
Cuenta que fue el mítico Oleg Maisenberg, su maestro en Viena, quien le enseñó a perder miedo a expresarse. “Me dijo que sintiera más contacto con el instrumento, más allá de las puntas de los dedos, con todo el cuerpo, sentir la energía del instrumento en todo el cuerpo”.
Sus críticos suelen aludir a su fotogenia y lo cuidado de su imagen como si fueran incompatibles con una ética del trabajo rigurosa. Ella asegura hacer oídos sordos. “Que me guste la moda no tiene nada que ver con la música. La música no necesita ropa ni estilismos. Solo tus oídos y tus emociones y tu cerebro. Pero me gusta aplicar mis propios conceptos a las sesiones fotográficas, a las imágenes y los textos de los álbumes. Es una cuestión de curiosidad. No me gusta que otros decidan por mí una portada o unos textos que no me representen”.
El pasado julio, la artista decidió cancelar una serie de conciertos en Francia que, tal y como explicó, exigían viajes y ensayos incompatibles con la lactancia de su hija recién nacida. Su decisión causó revuelo, pero ella la considera otra batalla ganada. “Ser madre lo ha cambiado todo”, afirma. “Hay conciertos que se planean con uno o dos años de antelación. Y a veces hay que cambiar cosas, porque uno no siempre puede ceñirse a la agenda. Soy feminista, creo que la igualdad es muy importante y la libertad de la mujer también consiste en poder expresarse y tomar sus decisiones. Siempre he vivido así. Y ahora esa independencia consiste en tener a mi hija. Soy una mujer libre y una mujer que quiere dar el pecho a su hija, y darle toda mi atención y amor infinito. Ella es mi prioridad. Cuando me subo al escenario, todo es música, pero estoy en un momento en que consulto cada paso que soy con el pediatra, y pienso en cómo dar a mi bebé lo que necesita. Así que todo cambia. Mi carrera cambia. Pero quiero que mi hija sepa que su madre es una mujer libre. Es importante, porque ella también será una mujer”.
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