El fulgurante Liszt de Kathia Buniatishvili deslumbra al Palau
La pianista georgiana cierra la temporada con un explosivo recital
En los recitales de la pianista georgiana Kathia Buniatishvili siempre hay sorpresas. Algunas son muy gratas, como su envidiable capacidad para atrapar al público con un fogoso virtuosismo que alcanza picos electrizantes. Otras no tanto, pues cae en caprichos y extravagancias francamente irritantes. De todo hubo en su regreso al Palau el lunes, en un explosivo recital con obras de Johannes Brahms, Piotr Illich Chaikovsky y Franz Liszt que puso al público en pie.
Probablemente, no se puede tocar más rápido (ni falta que hace) ni propiciar contrastes tan violentos, pero así es Buniatishvili en el escenario, una pianista de recursos deslumbrantes y temperamento volcánico que sabe como conquistar al público; y lo hace sin remilgos estilísticos, pasándolo todo por la batidora de los fuegos de artificio en busca del gran espectáculo. O gusta mucho, o irrita lo suyo.
Abrió el recital con una lectura tan personal como arriesgada de la Sonata núm. 3, en Fa menor, op. 5, de Brahms. Puso el acento en los rasgos más innovadores de su arquitectura, planificada en cinco movimientos. Hizo cosas sorprendentes para dar relevancia en el poético Andante a las figuraciones y sorpresas melódicas, a costa de sacrificar el espíritu liederístico. Y en el visionario Intermezzo abusó de ásperos contrastes que violentaron la equilibrada escritura brahmsiana.
Kathia Buniatishvilli
Kathia Buniatishvilli, piano. Obras de Brahms, Chaikovski y Liszt. Palau. Barcelona, 26 de junio.
El virtuosismo pirotécnico reinó en la segunda parte, que abrió con una desconcertante interpretación de una suite del ballet El cascanueces, de Chaikovski, en la transcripción de Mikhail Pletnev. Faltó encanto melódico y un sentido del ritmo más natural en una vertiginosa y grandilocuente versión en la que brindó detalles de prodigiosa transparencia. Y desató la caja de los truenos con dos piezas de Liszt, primero con una versión del Vals-Mephisto núm. 1, de temperamento febril y velocidad de vértigo.
Jugó después con el latido rítmico y las raíces populares de la Rapsodia española y deslumbró con el final de la endiablada transcripción de Vladimir Horowitz de la Rapsodia húngara nº 2, que dio como primera propina. La fiesta acabó con el público en pie, aplaudiendo a rabiar, y, para despedir la velada, Buniatishvilli tocó el sutil y evocador Claro de Luna de Debussy, una música que, tras el delirio lisztiano, tuvo efectos balsámicos.
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