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Después de los 863.000 dólares del Rolex de Paul Newman, salen a la venta los objetos de su vida con Joanne Woodward

Sotheby’s subastó ayer dos de los relojes más preciados de la leyenda de la pantalla y este lunes hará lo mismo con cuadros, fotografías, muebles, recuerdos y objetos personales del matrimonio, cuyo lote supone un repaso por una de las vidas más extraordinarias de Hollywood

Paul Newman y and Joanne Woodward en su apartamento de Greenwich Village, Nueva York, en 1961.
Paul Newman y and Joanne Woodward en su apartamento de Greenwich Village, Nueva York, en 1961.Photo Researchers (Getty Images)

“Estoy en mi casa de Connecticut, en la biblioteca, sentado en un elegante sillón junto a la chimenea. Acabo de fumarme un porro mientras recordaba con absoluta claridad el trazado completo del mapa del pueblo en el que pasé la infancia”. Si buscan un inicio memorable de autobiografía, allá les va este de La extraordinaria vida de un hombre corriente que Paul Newman (1925-2008) dio a imprenta en 2008, apenas unas semanas antes de su muerte. Un libro inesperado por escaso en la autoimposición de medallas que suele ser finalidad única de la mayor parte de memorialistas, y centrado por el contrario en confesiones a contrapelo y episodios íntimos que trazan con ciertas garantías dos perfiles diversos: el de un hombre quizás no tan corriente como avanza el título y el de una vida, esta sí, absolutamente extraordinaria.

Una vida, o el recuerdo de ella, cuyos fragmentos comienzan a desmenuzarse lentamente. Arrancó ayer en la sede neoyorquina de Sotheby’s la primera de las subastas en las que la familia de Paul Newman pone en venta una infinidad de objetos personales del actor. Uno de sus relojes se vendió por 863.600 dólares, 200.000 dólares más de lo que había estimado la casa de subastas. Nadie se apresure a leer este hecho como voluntad de olvido por parte de sus seres cercanos: pese a la inevitable dispersión consustancial a Hollywood, Newman fue siempre una persona para la que la familia fue elemento prioritario —mucho más desde que en 1978 una sobredosis se llevara al mayor de sus seis hijos, Scott—, y definir su matrimonio con Joanne Woodward como uno de los más estables que haya conocido Los Ángeles se convirtió hace ya tiempo en lugar común.

Una de las fotografías que se ofrece en el lote de Sotheby's: Paul Newman y Sofia Loren en el set de 'Lady L' (1965).
Una de las fotografías que se ofrece en el lote de Sotheby's: Paul Newman y Sofia Loren en el set de 'Lady L' (1965).Sunset Boulevard (Corbis via Getty Images)

Son dos centenares y medio de objetos de vida cotidiana que repasan la larga carrera cinematográfica de la pareja, pero sobre todo esbozan el boceto de una intimidad que parece revelarse a través de ellos. Una intimidad que en ocasiones desborda el ámbito privado para trazar una historia paralela de la segunda mitad del siglo XX, cuando Newman y Woodward se convirtieron en una presencia ineludible de la vida social y política de Estados Unidos. Convencidos demócratas, su participación en la Marcha sobre Washington encabezada por Martin Luther King fue el disparadero de una presencia que se extendería por todos los terrenos de debate público del país, desde el fin de la guerra en Vietnam hasta la lucha por los derechos de la comunidad LGTBI.

Dejan constancia de ello las numerosas cartas expedidas desde la Casa Blanca que figuran en la subasta: de Jimmy Carter, de Bill Clinton o de los Obama, por quienes la pareja siempre expresó su simpatía, o de George Bush, por quien no tanta. Ninguna de ellas lució con tanto orgullo Newman como el memorándum interno del gobierno Nixon que lo situaba en el puesto número diecinueve de la lista de principales enemigos del presidente. También se puede pujar por él.

Paul Newman y Joanne Woodward en su apartamento de la calle 11 en Nueva York en 1958.
Paul Newman y Joanne Woodward en su apartamento de la calle 11 en Nueva York en 1958.CBS Photo Archive (Getty Images)

Para los más fetichistas, el apartado del lote que mayor curiosidad ha despertado es la inmensa cantidad de objetos en los que puede seguirse el rastro de la carrera de Newman delante y detrás de las cámaras, en un arco que va desde la máscara empleada para deformar el rostro del boxeador que centra su primera cinta como protagonista, Marcado por el odio (1956), hasta un storyboard de la que terminaría siendo su última película, Camino a la perdición (2002). Entre medias, el sueño de cualquier cinéfilo: el vestuario de la obra teatral Our Town en la que trabajó por primera vez con Woodward, posters originales de películas como el de Samantha (1963) que recrearía el Festival de Cannes en 2013, las botas de Butch Cassidy que Newman calzó en Dos hombres y un destino (1969), tacos de billar personalizados a nombre de Eddie Felson, su personaje en El buscavidas (1961), las esposas que lo encadenaban en La leyenda del indomable (1968) o los certificados de la Academia por las siete nominaciones que recorren el camino que va desde La gata sobre el tejado de zinc (1958) hasta El color del dinero (1986).

Claro que lo más revelador son los objetos del ámbito privado de la pareja. Un centenar largo, quizás los de menor valor económico pero también los más transparentes de una vida en común que estéticamente parece ser dos independientes. Y nos remontamos a la frase con la que arrancaba esta historia, en la que Newman recordaba pasar las horas rememorando unos años de infancia que intentó reconstruir de manera obsesiva durante el resto de su vida. Una infancia transcurrida en Shaker Heights, ese que el actor define como “el suburbio de Cleveland en el que los demás suburbios de Estados Unidos aspiraban a convertirse”, donde recayó una familia judía con aquel gusto tan propio de la alta burguesía de la primera mitad de siglo, tan anclado en el XIX y que prefiguró una aspiración estética que Newman mantuvo incólume el resto de su vida: “Podría decirse que mi concepto de decoración parte justo de aquel escaparate cuidadosamente amueblado”. Valga un detalle para ubicarlo todo: el futuro actor recordaba cómo su madre había llegado a comprar un perro solo porque hacía juego con el color de la moqueta.

El tapete que Joanne Woodward confeccionó con los nombres de ella y de su marido.
El tapete que Joanne Woodward confeccionó con los nombres de ella y de su marido. Cortesía de Sotheby's
El programa de 'Our Town', la obra teatral donde Paul Newman y Joanne Woodward se conocieron.
El programa de 'Our Town', la obra teatral donde Paul Newman y Joanne Woodward se conocieron. Cortesía de Sotheby's

Un estilo, o más bien una falta de él, que en Estados Unidos se denomina irónicamente Bloomingdale’s en homenaje a los catálogos de unos grandes almacenes cuya reproducción minuciosa fue entendida por cierta alta burguesía como signo de buen gusto. Frío, impersonal e invariablemente anticuado, lo que hizo que aquellos años treinta de la infancia de Newman se movieran estéticamente en un tramo indeterminado del tránsito del XIX al XX. Puro American Gothic que el actor reproduciría hasta la extenuación en sus viviendas como buscando materializar una arcadia perdida. Porque si algo abunda en el catálogo de Sotheby’s son cuadros, muchos cuadros, todos ellos pertenecientes a ese cierto realismo norteamericano que se extendería hasta bien entrado el siglo XX, todos ellos invariablemente kitsch. Paisajes, bodegones, hombres hieráticos envueltos en casacas, niños con rostros de ancianos y proporciones deformadas, todos parecen conformar una interminable naturaleza muerta con unas escenas que hoy solo tienen cabida en esas cintas de terror rural a las que tanta querencia tiene el cine estadounidense. Los ínfimos precios de salida que ha marcado para ellos Sotheby’s no engañan: por apenas doscientos dólares puede uno hacerse partícipe de este apocalipsis estético.

Rescatemos de entre ellos, eso sí, un delicado retrato de Woodward a cargo del pintor estadounidense Aaron Shikler para apuntar que es de la mano de Joanne, buena conocedora de anticuarios y almonedas, de quien vienen las piezas más exquisitas del conjunto. Joyas y vestidos, claro, pero también su vestido de novia, el juego de cubertería de Limoges empleado en la boda, el de maletas donde empaquetó sus pertenencias cara a l luna de miel pasada en Londres. Los deliciosos tejidos a los que dedicaba Woodward gran parte de sus ratos de ocio —y no solo: no era extraño verla cosiendo en las entrevistas que concedía en televisión—: un zorro que tapiza una butaca, un recordatorio de la fecha del matrimonio de la pareja, divanes ingleses del siglo XVIII, fotografías privadas, muchas disparadas por la propia Joanne, que se revela como una excelente fotógrafa y que sitúa con insistencia a su marido ante el objetivo: con un perro de la familia (6), con Sophia Loren en el rodaje de Lady L (1965) (115).

Paul Newman abraza a Sebastien Bourdais tras un campeonato de automovilismo en 2007. En su muñeca luce uno de sus dos Rolex Daytona, ahora en subasta.
Paul Newman abraza a Sebastien Bourdais tras un campeonato de automovilismo en 2007. En su muñeca luce uno de sus dos Rolex Daytona, ahora en subasta.Jonathan Ferrey (Getty Images)
Retrato de Paul Newman realizado por su esposa Joanne Woodward.
Retrato de Paul Newman realizado por su esposa Joanne Woodward.Cortería de Sotheby's

Y libros, muchos libros: imposible no detenerse ante las primeras ediciones de Charles Dickens, de Willa Carther o Scott Fitzgerald, ante la copia de El zoo de cristal dedicada por su autor, Tennesse Williams, incluso ante el ejemplar de Life firmado por el protagonista de su portada, Mohammed Ali. Aunque resulta más sorprendente (por revelador) el lote de volúmenes eróticos que acompañó a la pareja en sus primeros años de relación. Porque no se piense que esta delicadeza equivale a pacatería: entre las pertenencias puestas a subasta está la famosa cama de bronce que Woodward compró en un anticuario de Nueva Orleans (171) y ubicó en una habitación en cuyas paredes pintó a mano las palabras fuck hut (“refugio para follar”).

Pero la joya de la corona la componen dos relojes Rolex Daytona propiedad de Paul Newman. En una reciente subasta, un tercero alcanzó la astronómica cifra de diecisiete millones de dólares. Estos dos están levantando una inmensa expectación entre los coleccionistas, conscientes de que a su estimación económica va a sumarse el valor añadido de las dos pequeñas grandes historias que ambos encierran. El actor había descubierto una inesperada afición por el automovilismo en 1968, durante el rodaje de 500 millas. Siempre dubitativo respecto a su valía como intérprete, Newman sintió al sentarse al volante de un coche de carreras esa obsesión irrefrenable que encuentra alguien al toparse inesperadamente con una actividad para la que siente dotado de manera natural. El actor no tardaría en dar el salto al circuito profesional, con hitos tan memorables como un segundo puesto en las 24 Horas de Le Mans.

La famosa cama de bronce que Woodward compró en un anticuario de Nueva Orleans.
La famosa cama de bronce que Woodward compró en un anticuario de Nueva Orleans.Cortesía de Sotheby's
Paul Newman y Joanne Woodward en el comedor de su apartamento en París en 1960.
Paul Newman y Joanne Woodward en el comedor de su apartamento en París en 1960.Leo Fuchs (Getty Images)

En este recorrido paralelo nada tendría para Newman la importancia de su triunfo en uno de los premios de resistencia automovilística más prestigiosos del planeta, las 24 Horas de Daytona. Y con el añadido de hacerlo en 1995, lo que le permitiría ostentar una marca todavía no superada: la de ganador de mayor edad de la historia del campeonato. Rolex, patrocinador del evento, le ofrecería como premio un rarísimo ejemplar de oro y esfera limón que tendría para él un peso mucho mayor que ningú Óscar, Emmy o Globo de Oro que albergara en sus estanterías. Del apego que sintió por él da muestra el otro, de oro blanco, que como en un espejo lo acompaña en la subasta. Se lo regalaría Woodward diez años más tarde, tras hacer tallar en su reverso la frase “Conduce despacio”. Como consejo, no estaba mal para alguien que seguía disfrutando la adrenalina de la velocidad pasada la barrera de los ochenta. Con él en la muñeca ganaría Newman su última carrera de renombre, en el circuito de Lime Rock Park.

Permítasenos un último requiebro sobre el Daytona original para sumar una nueva faceta al retrato del actor. El reloj ya estuvo bajo el foco público en 1999, cuando Newman decidió sacarlo a subasta a través de la casa suiza Antiquorum y donar lo recaudado a Hole in the Wall Gang, una asociación para el cuidado de niños afectados por enfermedades terminales. El Daytona pareció perdido para siempre en manos de algún coleccionista, pero unos años más tarde no pocos especialistas repararon en que era el propio Newman quien lo portaba durante la celebración de un triunfo de su escudería en el autódromo Hermanos Rodríguez de Ciudad de México. Newman no dio ninguna explicación al respecto, pero la realidad no tardó en desvelarse: había sido él mismo —o alguien de su entorno más cercano— quien había pagado aquellos 39.000 dólares por él. Dar visibilidad a una asociación humanitaria, donar una cifra elevada desde el más absoluto anonimato y recuperar un objeto que para él siempre tuvo inmensa importancia, o como matar tres pájaros de un solo tiro con una elegancia exquisita. Aunque hoy Joanne, por desgracia, no pueda recordar nada de todo aquello.

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