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Rami Malek: “Me pellizco en cada rodaje para recordarme que es real. Si esto es todo lo que hay, ya me quedaría feliz”

La carrera de este intérprete, desde su papel en ‘Mr. Robot’ hasta el Oscar a mejor actor antes de cumplir los 40, pasando por su colaboración con Cartier, es un bálsamo contra los tópicos más sórdidos del mito hollywoodiense

Tom C. Avendaño
Rami Malek posa con alfiler Juste un Clou, reloj Tank Française y anillo Love, todo de Cartier.
Rami Malek posa con alfiler Juste un Clou, reloj Tank Française y anillo Love, todo de Cartier.Greg Williams

De niño, cuando todavía quedaban años para que ganase el Oscar a mejor actor, protagonizase una de las series más indelebles de la edad dorada de la televisión y, cómo no, se enfrentase a James Bond, Rami Malek (California, 41 años) soñaba con Hollywood, un lugar remoto, inaccesible y mágico. En realidad, lo tenía a unos 20 kilómetros de casa, pero él eso no lo sabía. La vida en su casa en Sherman Oaks (Los Ángeles), a menos de 30 minutos en coche de la meca del cine, era tan recta, tan alejada del mundo del espectáculo, que las imágenes que llegaban a ella a través del televisor parecían venir de un planeta aparte.

De hecho tuvo que llegar una profesora de instituto a decirle al entonces chaval de ojos homéricos y dicción inalterable que, en los debates, se le daba mejor dramatizar una idea que defenderla. Entonces Malek anunció a sus padres, inmigrantes egipcios, que lo de ser abogado, como ellos habían decidido, no iba a ser. Él estaba destinado a actuar.

Hay un puente entre aquella infancia doméstica y la vida de alfombras rojas y estrenos que Malek lleva ahora. “El encendedor”, nombra ahora desde la suite de un hotel parisiense, y sus enormes ojos marrones se abren con poderosa expresividad. “Mi padre tenía un encendedor dorado. Era un hombre muy bien vestido, se pasó la vida trajeado: creo que por haber venido de Egipto a EE UU, le preocupaba proyectar cierta elegancia y sofisticación. Me enseñó a vestir, a diferenciar tejidos y patrones. Pero lo que más se me quedó grabado era que tenía un anillo dorado precioso y un mechero de Cartier. Odio decirlo, pero no odio decirlo, aquello fue mi primer contacto con la elegancia absoluta”.

En los años que han pasado desde entonces, Malek ha logrado la fama global con la serie Mr. Robot (2015-2019); el prestigio crítico y el Oscar con su Freddie Mercury de Bohemian Rhapsody (2018) y el enfrentamiento que ansía todo actor capaz de disfrutar hablando despacio y parpadeando poco: contra 007, en su caso en Sin tiempo para morir (2021).

Rami Malek posa con alfiler Juste un Clou, reloj Tank Française y anillo Love, todo de Cartier.
Rami Malek posa con alfiler Juste un Clou, reloj Tank Française y anillo Love, todo de Cartier.Greg Williams

Pero ninguno de estos logros tiene el halo providencial que ha tenido su alianza con, precisamente, Cartier, firma de joyería y relojería que desde aquellos tiempos del Oscar adorna sus muñecas. “Cuando vas por ahí promocionando tu trabajo, en alfombras rojas, en eventos o ante la prensa, o incluso cuando vas a los Oscar, necesitas alcanzar un cierto grado de confianza en ti mismo para no trastabillar. Para mí, nada expresa eso mejor que Cartier”, explica él, un poco entre la disciplina corporativa y la confesión vulnerable.

Hablando de providencia, una imagen. Hace poco, el actor se reunió con Guy Ritchie (Snatch, Lock & Stock), uno de sus directores favoritos (“todas sus primeras películas me gustan, y del resurgimiento que está disfrutando ahora me quedo con su capacidad de manejar grandes elencos”). La idea era hablar de cine, buscar un proyecto en común. “Charlamos durante horas, pero de todo menos de eso”, rememora de aquella visita a la casa del realizador en Londres. ”Nos quedamos hablando de espiritualidad, de religión... Incluso al cabo de un rato, llegaron sus hijas para la cena y le dije: ‘¿Quieres que otro día hablemos de cine?’. Él dijo: ‘Sí, sí, lo haremos en un rato”.

La conversación derivó, de nuevo, a Cartier. “Me preguntó cómo había acabado de embajador en sus filas. Le dije: ‘Es que me gusta, creo que no hay una marca más elegante’. Él, que siempre se toma su tiempo para responder, se quedó mirando al cielo, pensándoselo, dándole caladas al cigarro, y al rato se volvió a mí y dijo: ‘Pues no, yo creo que no la hay”. El proyecto que ha reunido a Malek y Ritchie es, precisamente, una película para la maison.

La obra, estrenada en enero, es un cortometraje que celebra la nueva versión del Tank Française, el clásico más vanguardista de la firma, cuyo espíritu, dicen sus responsables, no anda tan alejado del alma parisiense que dio luz a la nouvelle vague. Esta nueva versión del reloj, prosiguen, evoluciona sin perder la elegancia. En la pantalla, Malek comparte escena con Catherine Deneuve (“¡vaya momento indeleble para un actor amante del cine!”, se maravilla), Ritchie mueve la cámara a lo largo y ancho del legendario puente Alexandre III y el padre del intérprete, difunto desde 2006, solo podría emocionarse de ver a su hijo tan bien armado por la misma marca del encendedor al que él se aferraba para empezar con dignidad una nueva vida en Estados Unidos.

¿Siente que ha cumplido su sueño de trabajar con Ritchie? “Me pasa una cosa con cada nuevo trabajo”, admite. “Desde el primero que tuve, que fue en The Pacific [2010], la serie de [Steven] Spielberg y [Tom] Hanks: recuerdo llegar a ese set y pensar: ‘Es que nada puede ser mejor que esto. Yo ya estoy servido’. Luego trabajé con Paul Thomas Anderson [Malek tiene un pequeño papel en The Master, de 2012] y sentí lo mismo. Y luego llegó Mr. Robot, que me dio un papel icónico tan pronto y a Sam [Esmail, director de la serie y también hijo de inmigrantes egipcios], que ya es parte de mi familia, es mi hermano. Por cierto, Mr. Robot tiene muchos fans en España: mándales un saludo”. Hecho. “El caso es que me pellizco en cada rodaje que piso para recordarme que esto es real y que, si esto es todo lo que hay, está bien. Me quedaría feliz. Y quién sabe lo que hay por venir”.

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Sobre la firma

Tom C. Avendaño
Subdirector de la revista ICON. Publica en EL PAÍS desde 2010, cuando escribió, además de en el diario, en EL PAÍS SEMANAL o El Viajero, antes de formar parte del equipo fundador de ICON. Trabajó tres años en la redacción de EL PAÍS Brasil y, al volver a España, se incorporó a la sección de Cultura como responsable del área de Televisión.

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