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Una niña, una mujer
Columna
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Britney Spears, la artista que me salvó de ser normal

Juan Sanguino, autor del libro ‘Britney. One More Time’, reflexiona lo que la artista supuso para una generación que todavía creció con miedo a ser diferente

Britney Spears en 1998, durante una de las sesiones de fotos que acabarían apareciendo en su primer disco.
Britney Spears en 1998, durante una de las sesiones de fotos que acabarían apareciendo en su primer disco.L. Busacca (WireImage)

Decía Pere Gimferrer que el cine de Hollywood estaba pensado, en buena medida, para la supervivencia del ama de casa norteamericana y que por extensión acabó siendo un “vehículo para la supervivencia” para el público de la posguerra española. Durante el último año se ha hablado mucho de cómo el público ha salvado a Britney Spears, la princesa del pop encerrada en su torre de Las Vegas. Pero antes ella nos había salvado a nosotros. Una y otra vez.

Desde su primera aparición con ...Baby One More Time, Britney Spears se presentó ante el mundo como una sublimación de lo femenino. Hermosa, delicada, dulce, inocente, cariñosa, coqueta. Todo lo que una chica podía ser. Era todo lo que una chica debía ser. Y era todo lo que yo debía reprimir.

A mí nunca me contaron cuentos. Los míos salieron de la tele. Durante mi ado- lescencia, los vídeos de Britney Spears me ofrecieron una ilusión vicaria: esta estrella, siempre tan generosa con la felicidad de los demás, me dejaba vivir a través de ella. Y como ella, yo de niño había querido ir a cla- ses de baile. En los noventa se llevaba entre las niñas una cosa llamada gym jazz: nunca llegué a saber lo que era porque me apun- taron a kárate. Así que algunas tardes me encerraba a bailar canciones de Britney en mi habitación. Me daba tanto miedo que me pillaran que rezaba por que mis padres cre- yesen que me estaba masturbando, algo, sin duda, mucho menos vergonzoso.

La construcción de mi mundo privado ocurría así, en privado, y cuantos más años pasaba decorándolo más mecanizaba esa dualidad secreta: mi identidad, mi personalidad y mi vida públicas eran una cosa; mi intimidad, otra distinta. Y ambas nunca se mezclaban. Para cuando llegué a la universidad, un edificio en el que todo lo que me gustaba era considerado intelectualmente indigno y risible, yo era capaz de proclamar con total naturalidad cuánto me gustaban los Strokes y lo poco que me interesaban las comedias románticas. Ni siquiera me compré In The Zone, el cuarto disco de Britney, porque no quería sentir la vergüenza que había sentido al comprar los tres anteriores.

Terenci Moix dedicó el primer volumen de sus memorias, El cine de los sábados, a “todos aquellos que tenían 20 años el día que murió Marilyn”. Toda mi generación recuerda el día que casi murió Britney y lo que estaba haciendo: reírse de ella. De ella y de Cara Cunningham (entonces Chris Crocker), una fan que había subido un vídeo a YouTube suplicando entre sofocos que la dejásemos en paz. Leave Britney Alone se viralizó (antes de que esa palabra existiera), y la fan acabó saliendo por la tele, grabando una canción llamada Mind The Gutter y protagonizando una peli porno. Ver el vídeo de Leave Britney Alone me provocaba una vergüenza en absoluto ajena, sino muy íntima: yo podía haber sido esa fan, llevaba a ese maricón dentro, pero había conseguido amordazarlo. La mía era una historia de éxito. La suya, un fracaso. Yo era gay, ella era un maricón. Si mis amigos ponían el vídeo entre copas yo me reía más alto que nadie.

Ahora todo el mundo quiere ser raro: decía Palomo Spain el mes pasado en ICON que hasta los skaters llevan collares de perlas. Y la alta cultura ha adoptado el discurso de Cara Cunningham. Ahora pienso en mi adolescencia, cuando la gente quería ser normal, pasar desapercibida y no destacar y me parece una civilización distinta. En muchos sentidos lo era. El final feliz del cuento de Britney es que no acabase como el de Marilyn. Britney ha sobrevivido. Cara ha sobrevivido. Y yo también.

Juan Sanguino es periodista y escritor. Acaba de publicar su tercer libro, Britney: One More Time (Bruguera)

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