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El escritor del final
Columna
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Un valor nuevo

Desde que el mundo se detuvo en 2020 intentamos cortésmente vivir de nuevo como en 2019, pero 2021 suena falso

En la imagen, jovenes con un altavoz de fiesta en el fossar de les Moreres en el barrio del Born el primer viernes con bares abiertos por la noche.
En la imagen, jovenes con un altavoz de fiesta en el fossar de les Moreres en el barrio del Born el primer viernes con bares abiertos por la noche.Albert Garcia

La principal consecuencia de la pandemia mundial es haber ridiculizado la vida moderna. Al anular toda la vida social durante meses, la covid ha creado un trauma cuyas repercusiones resultan impredecibles. Nunca seremos los mismos seres humanos que éramos antes de 2020. El frenesí de nuestras existencias pasadas es ahora inconcebible. Las generaciones más jóvenes no comprenden la antigua forma de vida de los occidentales estresados.

La epidemia nos ha abierto los ojos. Intentamos volver a vivir como antes, pero no lo conseguimos. Tengo la impresión de que todo lo que hago es grotesco. ¿Levantarme por la mañana para ir a la oficina? Un títere ridículo. ¿Darme prisa para llegar puntual a una cita? Tengo la sensación de ser un robot absurdo. ¿Ponerme elegante para ver a los amigos? Inútil. ¿Conducir mi coche para volver a casa? Estúpido.

Dios mío, ¿qué me pasa? Desde que el mundo se detuvo en 2020, intentamos cortésmente empezar a vivir de nuevo como en 2019, pero 2021 suena falso. Parecemos actores malos en una parodia de una película estadounidense. Ya no creemos realmente que la vida capitalista tenga sentido. Lo que no consiguieron la Revolución Francesa y la Revolución Rusa, e incluso el intento de Revolución Española (es decir, derrocar el sistema burgués), lo ha conseguido un simple coronavirus chino. Ahora la idea de sacrificarse por el trabajo no tiene sentido. La gente ya no lo acepta. Pronto tendremos que inventar otra forma de sociedad.

Ha llegado el momento de crear una renta básica universal. Ya ni siquiera es una utopía, sino una necesidad biológica. Los humanos se han dado cuenta del engaño. Durante dos siglos (desde la invención de la electricidad), se ha explicado a los humanos que había que producir, consumir, exportar, trabajar, sufrir. Y una enfermedad pulmonar ha demostrado que todo eso se podía detener sin dificultad. En una fracción de segundo, la economía mundial se paró. Los aviones permanecieron en tierra. Los restaurantes estaban cerrados. Los cines, apagados. Toda la humanidad, encerrada en casa. ¿Y les gustaría que todo se pusiera en marcha de nuevo igual que antes? Es como reiniciar un motor gripado. La humanidad tose; se desmorona. En los próximos años nos daremos cuenta de hasta qué punto esta inmovilización instantánea ha sentado un precedente. Todo lo que nos parecía inmutable era frágil. Todo lo que considerábamos importante era opcional. Los dirigentes de los países sienten que algo ha cambiado: la gente ha abierto los ojos. Los que viven en la ciudad quieren trasladarse al campo. Los edificios de oficinas están desiertos. Los estudiantes ya ni siquiera buscan trabajo. Prefieren viajar, discutir, pasar el rato. No se trata de falta de ambición, sino de un cambio de programa. Prefieren ser felices de inmediato antes que correr como idiotas para no llegar a ninguna parte a los 70. No puedo saber si esta situación global es una oportunidad inesperada o una tragedia terrible. Todo lo que sé es que la vida es mejor cuando no sabes qué va a ser de ella. Todos aparentamos creer que la Tierra va a volver a girar, pero en el fondo algo ha cambiado; esperamos la próxima catástrofe con una valentía nueva.

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