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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Por las historias anónimas

Con sede en Madrid y proyectos en más de quince países, la plataforma Inteligencias Colectivas reivindica la diversidad de las formas de diseño surgidas de saberes y técnicas constructivas locales

Prototipo 'Kalamansi', puesto de comida en Intramuros, Manila, Filipinas, 2019.
Prototipo 'Kalamansi', puesto de comida en Intramuros, Manila, Filipinas, 2019.cortesía de Inteligencias Colectivas.

A pesar de los múltiples intentos por repensar la noción contemporánea de ‘diseño’ –tal y como puede desplegarse en plataformas digitales como la que ustedes están leyendo–, esta recurre a menudo a la idea de singularidad focalizada en dos figuras: en el diseñador que desvela, a través de sus peculiares objetos, conexiones invisibles para otros; y en el cliente informado que se distingue de los demás por su original sentido de la selección. Lo singular, que, como vemos, conjura autoría, originalidad, y educación estética, establece una clara jerarquía entre aquellos que gozan de capacidades especiales (creativas o adquisitivas) y el resto, al que solo les queda beneficiarse de la generosidad y enseñanza de los primeros.

En 2010 empezó a funcionar en Madrid la iniciativa Inteligencias Colectivas, que proponía una aproximación al diseño alternativa a las jerarquías establecidas desde las plataformas tradicionales. Pretendía reivindicar la diversidad de aquellos diseños que surgían de saberes y técnicas constructivas locales. Diseños, como el propio colectivo cuenta, “pensados, y evolucionados colectivamente a lo largo de la historia, perfeccionados a través de la experimentación y la práctica.”

Esta operación se completaba a través de dos estrategias: la catalogación de estos saberes, y su aplicación en casos específicos. Hasta ahora, han completado una veintena de proyectos desarrollados en más de quince países distintos. A través del trabajo de campo y la colaboración con diferentes agentes locales, Inteligencias Colectivas celebra la autoría compartida de soluciones ingeniosas, altamente eficaces y estéticamente interesantes, adaptadas a las condiciones climáticas, las realidades sociales complejas, y los recursos tecnológicos y materiales de cada lugar.

Inteligencias Colectivas se inscribe en una genealogía que comprende otros esfuerzos por repensar la idea de diseño, cuestionando la singularidad de su autor y desmantelando la imposición de jerarquías. En 1948, el historiador de la arquitectura Sigfried Giedion publicó una monumental teoría del diseño doméstico bajo el título de La mecanización toma el mando. En este volumen, el interior de la vivienda moderna se distinguía no por su espacio o materialidad, sino por ser la suma de tecnologías o “cosas humildes” como la lavadora, la plancha o la aspiradora.

Prototipo 'Jugaad', pérgola de descanso entre plaza y taller mecánico, Karachi, Pakistán, 2016.
Prototipo 'Jugaad', pérgola de descanso entre plaza y taller mecánico, Karachi, Pakistán, 2016.cortesía de Inteligencias Colectivas.

La auténtica innovación de la vivienda moderna, Giedion sugería, son cosas “a las que no se les suele prestar viva atención” a pesar de haber “conmovido nuestro modo de vivir hasta sus mismas raíces.” El subtítulo del libro define el interés por estos diseños como “Una contribución a la historia anónima”; un anonimato que, más que ocultar contribuciones e ignorar méritos individuales, buscaba tejer linajes donde diferentes generaciones de profesionales y no profesionales se fijaban objetivos comunes, traducidos después en diseños concretos.

Algo similar plantea Inteligencias Colectivas. En los últimos años, esta iniciativa ha analizado, entre otros casos, el uso de los ‘jeepneys’ en Manila, un sistema de transporte organizado a partir del uso de vehículos abandonados por el ejército americano tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, o los medidores de cable empleados en la electrificación de calles en Chile, fabricados a partir del ensamblaje de una tabla de planchar, un contador eléctrico y dos cilindros de varilla metálica. Estudiar estos objetos permite imaginar un diseño más abierto y diverso, que abandona su posición singular para situarse en una red de saberes populares en igualdad de condiciones que los profesionales.

Diez años después, Inteligencias Colectivas sigue siendo sumamente relevante, aunque deba operar ahora en un contexto global más fragmentado, más desigual, y más frágil que en el que fue concebida. Nuevos escenarios políticos y demandas sociales obligan al colectivo a desgranar de manera valiente los conflictos éticos y estéticos que una apropiación de lo popular supone en países en vías de desarrollo, así como buscar fórmulas que permitan gestionar condiciones de privilegio en sus interacciones con comunidades locales. Con trabajo por delante, sólo queda decir: ¡Larga vida a las inteligencias colectivas!

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